Las 15 ideas de Atkinson reducirían la desigualdad de forma significativa al menos en su dimensión económica en el corto plazo. Además, no sólo servirían en su aplicación, sino también como disparadores de la discusión que tanto nos cuesta sostener y, sobre todo, profundizar, aun viviendo entre las mayores desigualdades de todos los tiempos.

A modo de resumen, Atkinson propone el fortalecimiento del Estado en algunas de sus funciones: como inversionista en el cambio tecnológico, fomentando innovaciones que favorezcan la empleabilidad de los trabajadores; como promotor de un mayor balance de poder en la negociación entre trabajadores y empleadores; como generador de empleos públicos para prevenir y reducir el desempleo; como asegurador de un salario mínimo obligatorio digno y limitador de los salarios máximos, y como garante de una tasa positiva de retorno para los pequeños ahorristas.

También sugiere la fijación de una “herencia mínima universal” para que las personas inicien su vida adulta poseyendo algo de riqueza, la creación de un fondo de inversión de capital público de largo plazo, el establecimiento de una estructura de tasas más progresivas para el impuesto a la renta, la introducción de un descuento a las rentas más bajas, el gravamen a las herencias con un impuesto progresivo y el refuerzo de un impuesto predial –proporcional o progresivo– a la propiedad.

A su vez, hace hincapié en una asignación sustancial a cada niño nacido, en la renovación de la seguridad social, ampliando su cobertura y desvinculándola del mundo del trabajo, en la creación de un ingreso ciudadano a nivel nacional –con la única condición de participar de algún modo en la vida social– que complemente la protección social existente, y, por último, en el plano global, en cobrar a los países más ricos un impuesto redistributivo de 1% de su Producto Interno Bruto, destinado a la cooperación internacional.

Buscando bajarlas a tierra, en la revista Lento #52 cinco investigadores y académicos locales discutieron su aplicación en Uruguay. Ese intercambio disparó una discusión colectiva impulsada por la Facultad de Ciencias Económicas y de Administración (FCEA) de la Universidad de la República, que se llevó a cabo el lunes en el marco del Día del Futuro.

Luego de exponer brevemente sobre la obra, se presentó a cada concurrente un papel con las 15 propuestas de Atkinson numeradas y la posibilidad de marcar si creían que era algo que ya se aplicaba en Uruguay (incluso en alguna variante o parcialmente), si, en su defecto, era algo que se podría hacer o si, en todo caso, sería imposible o inconveniente.

Las ideas de la “herencia mínima”, de gravar con un impuesto progresivo tanto las herencias como las llamadas transferencias “inter vivos” y la del “ingreso ciudadano” a nivel nacional que complemente la protección social existente, con el prospecto de un ingreso básico para los niños, fueron las más votadas como posibles de aplicar en territorio uruguayo.

Sobre los impuestos a las herencias, se recordó que el último se derogó en 1974, y aun así se advirtió que 37% de la riqueza en Uruguay es “directamente heredada”. También se propuso “combinar” este eventual gravamen con la posibilidad de que exista una “herencia mínima universal”. “Es un binomio interesante, porque sigue pasando que una generación delega algo a la siguiente y se democratiza de alguna forma los activos de forma razonable de manera intergeneracional”, opinó Mauricio de Rosa, investigador del Instituto de Economía (Iecon) de la FCEA y coautor de la nota original en Lento. Por su parte, el sociólogo Ignacio Pardo, también coautor e investigador de la Facultad de Ciencias Sociales, consideró que ante esta propuesta el envejecimiento poblacional jugaría a favor, porque a medida que avanza el envejecimiento demográfico, la población que se muere por año tiende a crecer a mayor ritmo que la que llega cada año a los 21.

Riqueza en Uruguay

Una de las diferencias entre la herencia y la renta universal consiste en que mientras la primera supone una entrega única, la segunda supone un flujo de ingresos, por lo que, económicamente, la herencia supondría un esfuerzo menor. Aun así, hubo cuestionamientos a la parte operativa y se pusieron sobre la mesa eventuales modificaciones al Impuesto a la Renta de las Personas Físicas, para subsidiar otros mecanismos. Se propuso aumentar los porcentajes en las franjas más altas y bajar el mínimo imponible, otorgando una especie de “cupones de crédito fiscal” a aquellos de menores ingresos, para que paguen con esto el nuevo aporte que les corresponde, evitando así incrementar la desigualdad.

De a ratos, más que en las ideas de Atkinson, el debate se detuvo más en las condiciones que deberían darse para que se pudieran proponer. Hubo consenso en que una de las principales trabas para la generación de una menor desigualdad se produce cuando se “toca” el crecimiento económico. “El sentido común prevalente es que lo único que uno puede decir sin que parezca que quiere ‘emparejar para abajo’ o ‘achicar la torta’ es la igualdad de oportunidades, aunque suprimir la idea de igualdad de resultados, en palabras del propio Atkinson, puede resultar moralmente repugnante”, afirmó Pardo. Por su parte, otra de las coautoras de la publicación en Lento, la economista investigadora del Iecon Andrea Vigorito, sostuvo que pensar este tipo de medidas redistributivas “es más difícil en el contexto actual, no sólo porque no es tan favorable como en el pasado, sino porque implica aceptar mayores contraposiciones, porque entran en juego otros intereses”.

En última instancia, se invitó a pensar las propuestas de Atkinson de manera global y no en competencia con otras. “Condicionar la discusión al decir que tal cosa no es viable y descartarla de entrada lo único que hace es restringirnos las discusiones, acotarnos la mira”, observó Gonzalo Salas, otro de los coautores del artículo, economista e investigador del Iecon, presente en el debate.