Seguro que a muchos de ustedes, los que están interactuando con esta crónica en este momento, les impactó el cierre, porque es eso, de la revista argentina El Gráfico. La noticia de que definitivamente ya no habrá más ediciones en papel seguro nos pegó distinto a todos los que, de una manera u otra, tuvimos algún tipo de relación con la revista que durante 99 años alimentó la cultura futbolística con significativos aportes literarios y técnicos, nefastas orientaciones “periodísticas”, textos precisos y enriquecedores, infamias orientadas a la descalificación de personas, entidades e ideas. Complejo, complejísimo discernir entre los aciertos, las innovaciones, las operaciones y acciones de buena fe que por lo menos en las últimas cinco décadas la publicación nos brindó a sus receptores, lectores, compradores o convencidísimos fieles de los lunes de noche en Buenos Aires o los martes de mañana en el resto de las provincias argentinas, en Uruguay, Chile y Paraguay.

Por otra parte, o en el cerno mismo de la cosa, El Gráfico nos brindó, sin la menor duda, un aporte estético brillante y enriquecedor en la fotografía futbolera, para nosotros, los que mirábamos figuritas aún sin saber leer, para los cultores de las imágenes hojeando la publicación, y para los especialistas en la materia.

Cuando recibí la noticia de la muerte de El Gráfico, tuve una estúpida pulsión de opinar, sentenciar, abrir la boca sobre ese hecho ya consumado. Como si de cada cosa que pasa, en mi ámbito o en uno ajeno, debiese tener casi obligatoriamente una opinión, un juicio. Y lo iba a hacer. Preparé mis sentimientos, mis ideas, antes de abrir la boca, antes de tuitear, y entonces me di cuenta de que en 280 caracteres no iba a redondear ni cerca ese remolino de sensaciones e ideas incompletas que se iban adueñando de mí.

Amores de estudiante

Las sensaciones me eran lo más difíciles de encapsular, ordenar, domar. A pesar de que Immanuel Kant no escribió nada de El Gráfico, ni de la moral editorial de la revista en las últimas décadas, en su Crítica de la razón práctica se me atravesó el imperativo categórico para expresar que no me hacía nada la muerte de una publicación que hacía años que no frecuentaba, que me había utilizado a mí y a miles de ustedes como herramientas de la perversidad, generando una viciosa y falsa masa crítica que era, éramos, soporte de pavadas irracionales y de profundas injusticias. En la esquina de la emoción y el razonamiento, la que da a la plaza del pensamiento, se me atravesó el camión de mis miserias humanas y casi se me abolla el “qué lástima”. Es cierto, no me iba a dejar conmover por un corro de dolientes y llorones profesionales, y pensé, creo que con despecho, “qué me importa”. Era como si dijeran que no sale más tal noticiero después de tantos años al aire, o no se editará más aquel diario después de años y años de operar contra el pueblo y a favor de sus mezquinos intereses. Sentí, y casi lo medí para ver si me entraba en 280 caracteres, que era como un amor de liceo, de esos que te encachilás perdidamente y después con el paso del tiempo te das cuenta de que esa persona no sólo no tenía nada que ver contigo, sino que además te usaba y te despreciaba. ¿Y para esto te seguí con desespero?

Pero no pude (no me entraba la idea), y entonces dejé de hacerme el nunca visto y sentí tristeza. Lo quise explicar por el lado comercial y capitalista de Torneos y Competencias, que es capaz de cerrar El Gráfico un año antes de que cumpla 100 años, y en las puertas de un Mundial. Sólo le importa la guita y nada, casi nada el fútbol, el deporte, el periodismo, y menos aun los trabajadores.

Andá que te cure Lola, que Hortensia está de licencia

“Torneos lamenta informar que ha decidido discontinuar la versión impresa de la revista El Gráfico. Esta triste decisión se tomó en un contexto global de decreciente consumo de medios impresos que ha afectado a nuestra revista. Adicionalmente, en los últimos años la empresa ha llevado adelante diversas estrategias de producto y comerciales para intentar revertir la situación económica deficitaria de la revista. La empresa está analizando otras alternativas para que El Gráfico pueda seguir generando contenidos e información fuera de su formato tradicional. Más allá de la interrupción de la impresión de la revista, el archivo de El Gráfico, que incluye fotos y ediciones anteriores, continuará disponible para ser consultado”.

Hasta hace apenas unos minutos, esta historia empezaba de otra manera. El comienzo era en el para mí inolvidable 1976, cuando una intensa y traicionera hepatitis de tres cruces (así se decía) me acostó gordito y sin afeitarme, y me levantó flaco y casi bigotudo tres meses después. Fue en ese año y en esa hepatitis que mi tío Mario viajó a Buenos Aires, supongo que para ver a un violonchelista o a un luthier, o las dos cosas juntas. Mario volvió en el Vapor de la Carrera, sorteando las listas con carbónicos donde los milicos revisaban quién sí y quién no, capaz que con un chelo nuevo, capaz que apenas con cerdas para el arco, técnicas nuevas, o vaya a saber qué, pero lo que sí sé es que del puerto a casa llegó con una buena globa cosida con anchos gajos rojos y blancos, unos zapatos de cuero Fulvence, una camiseta blanca, inmaculada, atravesada por una franja roja, y un fajo de revistas El Gráfico, compradas, calculo yo, en esas librerías de viejo que siempre te atrapan en Buenos Aires.

Mario, que nació y se crio en Florida, era fanático de River Plate y hablaba de La Máquina como si hubiese ido a la herradura de Antonio Vespucio antes de que vendieran al Cabezón Sívori y cerraran el hoy Monumental, quitándole la vista al Río de la Plata. Mario, apenas en época de aquellas radios iglesias que coronaban la sala de la casa como único elemento de atracción y unión, podía haber escuchado algún reporte o al maestro Fioravanti entre ruidos marcianos y aullidos del éter, sin haberlos visto nunca en su vida podía recitar y admirar a la delantera de La Máquina y además, años después, transferirlo como recitado de Borges o consejo del viejo Vizcacha: Muñoz, el Charro Moreno, Pedernera, Angelito Labruna y Lousteau. La lectura de El Gráfico en su pueblo le había dado para siempre ese conocimiento, como si fuese un pasaje inolvidable e insustituible de Don Quijote de la Mancha, Hamlet, La Divina Comedia, Martín Fierro o Las venas abiertas de América Latina, del que mi tío tenía la primera edición, de 1971.

Perfume de gloria

Hasta hace un rato yo sentía que era a partir de aquellas revistas, la camiseta, aquellos pepos, y la globa, y claro, por Mario, que yo había llegado a mi clímax con El Gráfico, y que seguramente ese fue, sin duda, el gran disparador, una vez periodista, de mi primera gran ambición para llegar: yo quería publicar ahí, y ser parte de esa redacción, que elevaba, narcotizaba con sus textos cuidados y brillantes, sus fotos inolvidables, su vanguardia de propuestas. Pero hace apenas un rato, mientras escribía mentalmente lo que ahora estoy escribiendo, me di cuenta de que la historia no empezaba ahí, de que tenía que empezar antes, y aunque no sé cuánto antes, sería cualquiera de mis martes niños montevideanos, cuando Óscar el diariero llegaba con esa intacta, impoluta y perfumada revista de hojas satinadas, que iniciaba un rito mágico con la hojeada inicial matinal antes de la escuela, y su lectura selectiva y seleccionada en la tarde después de jugar a la pelota en la calle y haber hecho los deberes.

Ese olor a tinta fresca, aún después de haberme enterado de que me engañaban, de que me mentían, de que me usaban –algo que me sucedió muchísimos años después–, esa hojeada, y ojeada, disfrutable, mansa y gozosa, aún hoy me resulta removedora y feliz.

Cuando los diciembre en Florida eran reales diciembres, con un calor que reventaba, cuando las vacaciones eran vacaciones, con los primeros Adidas blancos con las tres franjas rojas que mi tía Perla me había comprado en la tienda Las Tres Cruces, yo ya había comulgado con la pasión por la lectura mediante aquellas carísimas ediciones especiales-revistones, casi libros que sacaba El Gráfico. No sé la punta de pesos que me habrá salido, pero abuela, o Perla o Juan me dieron todos los billetes para que fuera a lo del Vasco Echarte y me comprara aquel “Mi River Campeón” en la que El Gráfico explotaba a pleno aquella felicidad epicúrea (la que Epicuro definió como ausencia de dolor) del triunfo riverplatense en el torneo argentino después de 18 años de sequía.

Yo quería ser como vos

Ese muchachito, que primero quiso ser jugador, después periodista, y concomitantemente periodista deportivo, de fútbol, y ser un Salieri de El Gráfico, y tirar párrafos como si fuese El Veco u Osvaldo Ardizzone, el que después hombre y trabajador, seguía esperando los martes con toda su buena fe intacta las sensaciones que sólo recreaba aquella publicación, pero un día, muchos días, se empezó a rebelar con rabia y a veces hasta asco contra aquella herramienta de los centros de poder, que desde el fútbol operaba con fines espurios, y ya no más, nunca más quise saber de El Gráfico, a pesar de que se la seguí comprando a mis hijos, que, como yo, vivieron una parte del maravilloso mundo virginal del fútbol, proyectándose mediante sus satinadas páginas con perfume de impresión, de pelotas, camisetas y vueltas olímpicas.

“Vuelta de honor alrededor del estadio de los once uruguayos, en medio de una aclamación como jamás ha recibido team alguno” recreó El Gráfico de 1924 sobre la gesta de Colombes, la que será para siempre, como también lo será la historia y la vida de la gran revista del fútbol.

Definitivamente ya nunca escribiré en El Gráfico.