¿Y para qué trabaja uno si no es para ir los domingos y romperse los pulmones a las tribunas hinchando por un ideal? ¿O es que eso no vale nada?... ¿Qué sería del fútbol sin el hincha?... El hincha es todo en la vida... Parlamento de Enrique Santos Discépolo en la película El hincha (1951)

Hace una punta de años, más de una docena ya, cuando supimos que, nos cayéramos de la cama o no, el sueño de la diaria era un sueño para ser soñado sí, pero vivido también, hablé con la dirigencia para que me trajeran un par de jugadores.

Yo había aceptado, no imaginan con qué placer e ilusión, ser el director técnico de la sección Deporte, el capitán, el back derecho, el half izquierdo, el 5, el enganche, el 9 y todo lo que hubiese que hacer sudando la camiseta, pero mi único pedido-negociación, fue la cancha –contratapa y retiro de contratapa– y dos fichajes de nota para nuestros planes, aunque tal vez para la directiva y los potenciales hinchas, aquellas llegadas no centraran la atención del gran público. Mi eje central estaba compuesto por un guacho que se veía que iba a volar aunque tuviese poca experiencia en primera, Ricardo Sueco Leiva, y otro crack que muchos creían retirado o ni recordaban, olvidado para quien quiera pero nunca para mí, uno de mis maestros, Jorge Burgell. Gonzalo Delgado, cuando le daban el tránsfer de Internacional, sumaba calidad. Al ratito nomás arrimamos a los juveniles que hoy ya son los experientes de este juego, y llegó para quedarse con la cinta de capitán Gonzalo Giuria, junto con Nacho Pardo, Kike Martínez, Wally Barrios, Gonzalo Pollo, sólo por hablar de los fichajes de 2006.

Todo esto viene a cuenta de nuestra subsección estrella y festiva de cada verano: Pasarela (el mercado marcado).

Concebida en el plan inicial como una puesta al día de las transferencias, las altas, las bajas, y las telenovelas de las transferencias, ya de entrada, en su primera irrupción tuvo el enorme aporte creativo y desparpajo de mis compañeros capaces de sugerir espacios como el exquisito Mundifrut (un espacio dedicado a lo más lindo del período de pases: el sarangueo), o Transitan el sendero de lo posible (chances de concreción cercanas o superiores al 50%). También lucían, y lucen Puedesergio (efervescencias y burbujitas) o Terrible bolazo (incalificable creatividad de pichones de Paco, dirigentes, jugadores autopromocionales y periodistas con sirena).

Unir lo útil con lo necesario parecía ser una interesante propuesta en esos tiempos muertos de fútbol de la Asociación Uruguaya del Fútbol, el típico “no hay fútbol” aunque esté la Organización del Fútbol de Interior y sus decenas de canchas y clubes estén en plena competencia a pura emoción y con mucha gente. Zurcir buena lectura con mejor información, creatividad y solvencia en la proyección de los hechos.

En ese espacio podría haber aparecido el pase a modo yastá de Luis Bernardo Aguiar de Alianza Lima a Nacional, como tal vez, si hubiésemos existido en los 60, el del Pepe José Sasia a los tricolores, o el de Luis Alberto Cubilla. Hay y hubo, y cada uno de nosotros recuerda mucho los de nuestros tiempos en el Centenario, los que leímos en los diarios, o los que contaban los veteranos.

Me dicen que…

Ustedes lo habrán escuchado, o incluso pensado alguna vez. Es común que en momentos de aparente inactividad de los eventos de referencia para coberturas, narraciones, juicios, opiniones, buena parte del público, del receptor, y del desinteresado en esos contenidos dispare un: “Ponen esos y dicen aquello porque no tienen con qué llenar el espacio”.

Es muy posible que eso le haya sucedido a alguien alguna vez o muchas, y entonces, recurriendo a una clásica deformación del periodismo, haya convertido sus espacios en presunciones, deseos personales, “me dicen que”, y otras porquerías, que con el pasar de los años pasaron a ser una suerte de corriente de la comunicación legitimada por el ejercicio permanente, sin que editores o responsables de contenido advirtieran que se estaban violando las normas básicas del ejercicio periodístico. Debe haber, entonces, algunos mayoristas del “hay que llenar con lo que sea”, pero lo que seguro no hay es necesidad de recurrir a tan torpes, obtusas, fuera de lugar y necias formas de comunicación, cuando siempre, y mucho más ahora en la aldea global, cuando hay tanta información y acontecimientos sobre los que informar, pensar, teorizar, y/o sembrar ideas, para germinar nuevos pensamientos, generar acciones.

Procurar especializarse en la comunicación y el estudio de cierta actividad, en este caso el fútbol, demanda la permanente incorporación de conocimientos, análisis de las temáticas, revisión de la evolución o involución de ciertos postulados básicos que acompañan el deporte, observación de situaciones que innovan, así como de otras que permanecen en el tiempo. Pensar, investigar, aún sin las herramientas de la academia, el porqué de ciertas cosas.

El hincha pelotas

Desde hace un tiempo ando hurgando en la irrupción del aficionado, rápidamente devenido hincha en el Río de la Plata por don Prudencio Reyes, encargado de hinchar, inflar aquellas viejas pelotas con las que jugaban las primeras oncenas del Club Nacional de Football. De aquel talabartero, que además voceaba los puntos en el frontón del Euskal Erria donde reinaba la pelota a mano, cuenta el enorme Diego Lucero (Luis Alfredo Sciutto, que en vida vio todos los mundiales que se disputaron entre 1930 y 1994) que, en los encuentros de Club Nacional de Football, de repente, se escuchaba un alarido: “¡Arriba, arriba Nacional!”. El grito lo profería Prudencio Miguel Reyes, el gordo Reyes, lomillero y talabartero de oficio, que los domingos se transformaba en utilero. Dominaba el arte del cuero. Tenía unas manos descomunales, perfectas para cerrarles la correílla a los balones. Tarea, la de pintarle la sonrisa al balón, considerada un arte en aquella época sin infladores.

Solo quedaba tirar de pulmón, y el gordo Reyes andaba sobrado. Le daba para hinchar balones y le quedaba aire para hinchar a los jugadores: “¡Vamo’ Nacional!”. En la grada, preguntaban: “¿Quién es ese que grita?”. Alguien replicaba: “¡Es el hincha!”. Y otro añadía: “El hincha pelotas de Nacional”. El gordo Reyes se paseaba arriba y abajo por detrás del arco, como si fuera el segundo entrenador. Un pase bueno, lo aplaudía; uno malo, soltaba tal chillido que temblaban los pilares del estadio. Muchos, entre el público, lo tomaban por loco. Le veían volverse al gentío –la cara roja, las venas del cuello hinchadas–, y gritar despeinándose el bigote para que lo acompañaran en sus cánticos.

El gordo Reyes, como contaba Diego Lucero, fue el que dio vida a la definición de hincha. Prudencio había nacido en 1882, 17 años antes que Nacional, y Luis Alfredo Sciutto jugó en el equipo del bolsillo en la camisa a fines de la década del 20, así que en ese entonces era una historia muy fresca la del hinchador, que tal vez también alentó a Sciutto.

Pero antes de hinchas, antes de Prudencio Reyes, había ya en Uruguay aficionados que merecieron varias citas y páginas en ese maravilloso libro de Carlos Sturzenegger Football Leyes que lo rigen y modo de jugarlo, cuya edición original de 1911 –a los 20 años de la creación de los primeros clubes, Albion y CURCC– fue reproducida en facsímil por la Biblioteca Nacional de la República, con un anexo de presentación y estudio a cargo del profesor Julio Osaba. Decía Sturzenegger hace más de 100 años, y cuando la competencia organizada apenas tenía diez años: “Menos aún pensaban que ese juego que era mirado por casi todos con desdén, que se tildaba de brutal, sin arte ni ciencia de especie alguna, que se reducía a golpes y patadas, tuviera luego tantos admiradores entre uno y otro sexo al extremo que, domingo tras domingo se ven millares y millares de personas usando todos los medios de locomoción para dirijirse [sic] hacia las distintas canchas, con el objeto de presenciar los sensacionales partidos que les brindan los cuadros de su preferencia”.

No habrá más pena ni olvido

El escribano neohelvético que en 1911 cumpliría sus 40 años de vida había sido un sportman, y su vínculo con el fútbol había pasado por jugarlo, ser referí, dirigente, y ante todo propalador de las leyes y el espíritu del deporte. Ya en ese tiempo se había dado el pase a Nacional del que había sido uno de los primeros cracks del CURCC, Juan Pena.

Ya en esos años parecía que “se va a los partidos, no para ver jugar football, porque no lo sabe apreciar debidamente, sino para ver ganar al cuadro de su preferencia. [...] Nunca tendrá un aplauso o un estimulo para el cuadro adverso –ya puede este efectuar las más artísticas combinaciones o salvar de una situación difícil siempre reinará el más sepulcral silencio– y su esfuerzo o su habilidad pasará completamente ignorado”.

Apenas unos añitos después sucedería lo de Carlos Rasqueta Scarone, que con su pase a Nacional, después de haber sido de los primeros cracks del CURCC, sentenció el mote eterno de los peñarolenses: manya.

Fueron muchos, muchísimos y seguirán siendo los que han vestido camisetas de clásicos rivales. ¿Y qué? ¿Qué o quién nos mueve o nos fogonea a andar promoviendo odios, legitimando atrocidades, descalificando opciones laborales, metiéndonos con los bolsillos ajenos, con las emociones de otros que no nos corresponden? ¿Somos los medios de comunicación? Sí. ¿Somos las redes sociales? Sí.

¿Somos los que, desbordados por la pasión, y con el salvoconducto del hincha creemos que al parecer somos capaces de poner en juego vidas, atormentar familias y atravesar cualquier límite, moral y ético, porque un tipo –y próximamente será una mina– se pone una camiseta cuando ya se puso la del otro? Sí, parece que sí.

Pero no nos demos por vencidos, tratemos de poner un ladrillo más al muro de contención de tanta imbecilidad 2.0, y por lo menos manifestémosnos, asumiendo que eso no está bien.

Luis Aguiar, que además de en Peñarol, su segundo club uruguayo después de Liverpool –con el que jugó cuatro temporadas–, pasó por una docena de clubes más antes de llegar a Nacional. Cosas del fútbol moderno.

Seguir viviendo sin tu amor.

Chau, a otra cosa, mariposa.