Me acuerdo de varias situaciones que me tocaron vivir de niña. Y algunas de grande, cuando tenía que viajar a Montevideo. Me empezaba a sentir incómoda cuando subían personas al ómnibus y la silla no los dejaba pasar. Desde el fondo escuchaba cuando el guarda gritaba: “al fondo que hay lugar” y de inmediato las miradas se me venían encima con cara de molestia. Las personas se golpean con tu silla y empiezan las críticas. Muchas veces piensan que una no las escucha, pero se equivocan: “¿Para qué la sacan?” “¿Por qué no se queda en la casa?” “¡No es seguro que ande en la calle sola!”. También recuerdo la infinidad de veces que escuché a mi madre pelear porque los ómnibus no paraban en el cordón, que es la manera de tener un ascenso seguro. O las veces que me he sentido menos por querer tomar un taxi que no para y que luego pase otro y tampoco pare.

No estoy diciendo que todo sea así. Como he tenido que lidiar con estas situaciones, también he encontrado gente de gran corazón, tanto en los ómnibus como en los taxis. Hasta podría decir que a algunos los tengo de “amigos”. Sin embargo, en estos 26 años he enfrentado una lucha constante por la falta de aceptación de los demás. Y sé que seguirá siendo así.

Mi lucha es por la igualdad, para no ser “la discapacitada”. Yo subo al ómnibus y pago mi boleto, voy en taxi y pago el viaje, ¡quiero ser igual que vos!: mismos derechos y obligaciones. No vivimos de la caridad de los demás, por eso batallamos por la incorporación de más ómnibus accesibles.

Si bien en Montevideo se ha avanzado en cuanto al tema accesibilidad, quienes somos de otros departamentos seguimos teniendo dificultades para tener un transporte accesible: los pocos ómnibus adaptados que circulan están rotos, nadie se hace cargo del arreglo y directamente las empresas permisarias del servicio público no quieren incorporar ese tipo de unidades. Tanto así, que nos quitan la posibilidad de salir.

En Canelones es aún más difícil debido a que las veredas ni siquiera existen. Si quisiera subir al ómnibus sola sería imposible con mi silla de ruedas, por la altura de los escalones y por lo angosto que es el pasillo. Necesito ir acompañada por alguien que me dé una mano, por lo difícil que es subir al ómnibus para un usuario de silla de ruedas, algo tan común y normal para cualquiera, siempre que no tenga una discapacidad.

En mi caso, como en el de muchos más, no tengo transporte para moverme y quedo atada a buscar alternativas gastando muchísimo más de lo que podemos para poder hacer algo tan sencillo para el resto de las personas: salir a trabajar, estudiar, pasear, hacer mandados. ¡Queremos la independencia que todos tienen al ser libres e ir a donde quieran! Quiero poder tener mi casa y ser independiente, sin tener que preocupar a mi familia o amigos, sin depender de ellos para saber si puedo o no salir.

Es increíble –y absurdo– que para poder progresar, una persona con discapacidad tenga que tener un vehículo propio o dinero para garantizar su traslado. No he podido terminar bachillerato debido a ello y cuando quise hacer un curso de Logística tuve que pagar –con mucho esfuerzo– 600 pesos por día, cuando un boleto desde Canelones a Montevideo, para el resto de la sociedad, cuesta 63 pesos. Quiero contar con estas palabras la experiencia cotidiana que vivimos muchos uruguayos en nuestro país, que luchamos y batallamos por el derecho de ser libres y no seguir condenados a los ojos de la sociedad. Vos te movés libre, yo también quiero poder hacerlo.

María Vera es integrante del Grupo de Mujeres y Discapacidad de Canelones, del Espacio por la Accesibilidad (EPA) y de la Coordinadora de la Marcha por Accesibilidad e Inclusión.

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