Desastres naturales parece un gran cambio. ¿Fue pensado así?

–Sí, una manera que he tenido de trabajar –al menos en los últimos tres discos– es tratar de distanciarme en algunos aspectos de las premisas que me había planteado la vez anterior. Es un ejercicio de composición, tanto al armar las canciones peladas como a la hora de elegirlas. En Planes [2013] había tratado de usar estructuras más convencionales, buscando hacer canciones pop perfectas y que citaran algunos elementos de la música popular uruguaya que me interesan, con un formato de banda medio estándar (batería, bajo, guitarra eléctrica y teclados). Desastres naturales es el resultado de varias etapas diferentes que quedaron comprimidas ahí. Al principio estaba un poco desencantado con el oficio de músico; había hecho un disco medio ambicioso y no tenía dónde tocarlo, y aunque había tenido cierta repercusión, sentía que yo estaba en el mismo lugar. Entonces, las primeras canciones eran súper extremas, en el sentido de no tratar de hacer melodías “bellas” sino cosas más austeras, monótonas. De pronto le sacaba todos los estribillos a una para dejarle más aire en el medio, y en las letras estaba muy presente lo de quedarme en Montevideo y estar a punto de tener un hijo. No quería canciones que estuvieran “buenas”. Hice algunas en esa dirección, trabajando con repeticiones en el mismo tono, pero en un momento empezaron a aparecer otras canciones que iban avanzando y saliendo de eso. Ese otro tipo de canciones empezó a hacer fuerza y el disco terminó siendo un equilibrio.

–Tiene una impronta mucho más rockera o electrónica, más pulso.

–Al principio quería hacerlo más bien acústico y crudo, junto a Matías González, con dos guitarras y dos voces. En el medio hicimos el disco con El Astillero, que en parte tenía esa metodología y ese formato, y no quería repetir el mismo proceso, así que hice lo opuesto. Yo había hecho algunas cosas con Javier Vaz Martins [ex bajista de Astroboy] en Colonia. Él tiene un proyecto electrónico y habíamos hecho un concierto en el que él arreglaba mis canciones desde sus máquinas, mientras yo tocaba la guitarra o solamente cantaba. Me interesó ese formato, pero lo veía inconciliable con lo que estaba haciendo con Matías, que buscaba usar arpegios más en el estilo de [Jorge] Lazaroff, con algo de candombe en la guitarra. Y ahí terminé haciendo esa banda con Javier, Matías, Lucía Romero –que es trompetista y tecladista– y Guillermo Berta, que ya había grabado las maquetas. Una banda en la que rotan los roles.

–¿Vos produjiste artísticamente el álbum?

–Con Guillermo, pero él se encarga sobre todo de la parte de sonido y no se mete mucho con la parte de las letras, lo conceptual o el orden de las canciones. Buscaba una cosa que tuviera mayor agresividad y hay elementos de la música electrónica, pero no es un disco de música electrónica; así como antes quería citar cosas de la música popular uruguaya, ahora quería hacerlo con la electrónica. Aunque tal vez antes hice algunas canciones que son de música electrónica, pero en forma acústica y no te das cuenta. Ahora la guitarra quedó más atrás, y entonces se nota. Es algo con lo que yo nunca había trabajado, porque me parecía como el paso obvio del cantautor que quiere sonar moderno... Ojo, de pronto pasó eso, pero yo venía esquivándolo, aunque escucho mucha música electrónica. No quería que las canciones y las voces fueran iguales pero que arriba hubiera unos sonidos yendo para otra parte. Algunas canciones acústicas se adaptaron, y otras fueron compuestas pensando en la formación de la banda.

–¿Cómo entró Wagner Moura en todo eso?

–Por intermedio de Carlos Tarán, que estaba trabajando en Brasil con los ex integrantes de Legião Urbana y es amigo de Moura. Cuando él estaba preparando el personaje de Pablo Escobar para Narcos, Carlos le regaló un par de discos en español, para que aprendiera el idioma escuchando música. Uno de esos discos era el tercero mío, El podador primaveral [2011], y a él le gustó tanto que incluso grabó una versión del tema “El podador primaveral” en portugués. Mientras estábamos grabando Desastres naturales, publicamos un tema como adelanto, Moura lo escuchó y quedó copado, y nos mandó decir que le interesaba participar. A mí no me gusta mucho lo de los cantantes invitados, nunca me cierra, me parece forzado y como que me saca del disco, más cuando es un proyecto de alguien desconocido que usa a alguien conocido. Pero por otra parte Moura me estaba diciendo que quería cantar en mi disco, y no soy tarado. Buscamos una forma en que pudiera participar y que no fuera “bueno, yo canto la primera estrofa, y entonces entra él...”. Estaba esta canción que habíamos dejado afuera [“Tanta mala suerte”] porque no me convencía mi interpretación, y se abrió la posibilidad de que artísticamente valiera la pena que él cantara. Es una canción muy de personaje y, a primera escucha, entre uruguaya y brasileña. Para mí tiene algo de Piriápolis, algo decadente de costa con cerros, muy uruguayo pero también brasileño. La voz de él la llevó a ese lugar.

–Te has mantenido en un lugar muy particular –y más bien independiente– dentro de la música uruguaya. ¿Cómo pasaste de eso al proyecto de El Astillero?

–Estaba buscando una forma de componer distinta, sin aburrirme, y llevaba un tiempo pensando en eso de tocar con otras personas –lo había hecho con Luciano Supervielle en un disco de él, pero no mucho–, y pasó lo de El Astillero. Creo que es notorio cuánto aprendí sobre componer canciones al interactuar con Diego y Garo. Ellos tienen visiones diferentes, y tal vez eso es más interesante que si me juntara con alguien que tuviera una metodología parecida a la mía.

–Se ha mantenido por más tiempo de lo que originalmente se había pensado...

–Era un concierto nomás; un concierto de Diego al que nos invitó para hacer algo juntos. Pero trabajamos tanto que era una pena decir “bueno, fue eso y ya está”. La misma noche en que tocamos Bizarro nos propuso grabar lo que habíamos hecho; después le pusimos nombre y dijimos: “Si vamos a hacer un disco, no podemos seguir trabajando con el repertorio que cada uno trajo”, y nos pusimos a componer entre los tres. Ya tenemos fecha para grabar otro disco en abril.

–Hace más de diez años que sacaste tu primer disco como Franny Glass. ¿Cómo sigue tu relación con JD Salinger [de cuya obra sale el nombre] y su mundo? ¿Alguna vez te arrepentiste de no haber hecho tu carrera como Gonzalo Deniz?

–Salinger fue la primera vez, cuando arranqué con esto por fuera de Mersey, que sentí que un libro estaba influyendo sobre un proyecto tanto como la música, y me parecía que el nombre “Franny Glass” estaba acotado a una serie de canciones que había compuesto para guitarra y voz en la casa de mis padres. Una cosa propia de la edad, cuando tenés los pósters en el cuarto y querés mostrar de dónde venís y qué te gusta. Pero no es que ahora ande con los libros encima, y durante varios discos estuve tipo “bueno, ya terminó lo de Franny Glass, voy a sacar un disco como Gonzalo Deniz”... Me molestaba usar un nombre en inglés –no soy muy bueno para elegir nombres: Mersey, Franny Glass...–, pero en un momento dije: “Ya está, es el nombre, es el proyecto”. No voy a cambiar el nombre si voy a seguir haciendo lo mismo, y no voy a despistar a toda la gente que alguna vez me vio y a la que le suena mi nombre en Brasil o Argentina. No hacía tanta diferencia.