El origen de esta película es interesante. Joe y Anthony Russo idearon el guion sobre un mercenario que rescata a una niña secuestrada por una banda poderosa en Ciudad del Este, Paraguay. A falta de financiación para rodarla, convirtieron la idea en una novela gráfica. Se editó en 2014, justo cuando los Russo llegaban a la cumbre de Hollywood, en calidad de directores de Capitán América y el soldado del invierno. Después dirigieron otra más del Capitán América y las dos últimas de los Avengers.

Luego de haber aportado a la industria 6.500 millones de dólares de taquilla, nadie les rehusaría idea alguna. Colocaron el proyecto en Netflix y lo lanzaron justo en este momento pandémico en que Netflix es el centro mundial del negocio cinematográfico. Los Russo no la dirigieron, pero la produjeron, con el cómodo presupuesto de 65 millones de dólares y Chris Hemsworth al frente del reparto. Se estima que llegará a un récord de 90 millones de reproducciones en un solo mes.

Quedó una piedra en el zapato: la historieta, que fue un fiasco, al parecer era horrible: fue consideraba excesivamente brutal y, además, planteaba una tensión sexual entre el mercenario y la chica menor de edad, lo cual, luego de la viralización de #MeToo en 2017, hubiera pegado peligrosamente mal. Así que se puso mucho empeño en borrarla de la faz del planeta. Viene siendo muy difícil (para mí fue imposible) ubicarla en internet: fue retirada del mercado y, dada la curiosidad suscitada por la película, los ejemplares usados alcanzaron en Amazon el valor de 780 dólares.

El guion fue radicalmente modificado para la película. La acción transcurre en Bangladesh y el secuestrado ahora es un niño. El apego de Tyler por el gurí se explica por el hecho de que tuvo un hijo que se murió de cáncer, y por eso quiere a todos los niños, lo cual, de paso, lo vuelve un poco más bueno.

La anécdota es como un videojuego: el héroe libera el niño y ambos tienen que ir superando etapas para poder escapar. La imagen que se da de Dhaka fue criticada por los bangladesíes, ya que la ciudad se muestra como un gran tugurio en el que el narcotraficante tiene autoridad plena sobre Policía, Ejército y municipalidad.

Las medidas para direccionar la empatía del espectador son primarias. El villano tira niños desde lo alto de un edificio (esto es un pretexto para un episodio que imita La lista de Schindler, 1993). Tanto el mercenario como su jefa (interpretada por la iraní Golshifteh Farahaní) son de una belleza improbable. Cuando Saju (aliado del héroe) se despide por teléfono de su familia, suena música tierna y melancólica. Detrás de la capa dura, Tyler, el mercenario, tiene un buen corazón. Ovi, el gurí secuestrado, le compra el corazón, porque, pese a ser el hijo de un narco, no asimiló la villanía paterna, aprecia la vida, es agradecido y apegado a quienes lo ayudan, y cita proverbios de Paulo Coelho.

Se matan en pantalla, fácil, unas trescientas personas. Casi que nos aburrimos de ver morir gente. Digo “casi” porque las escenas de acción son sensacionales, y “acción” es casi toda la sustancia. Extraction es la ópera prima de Sam Hargrave, un caso poco común de cineasta que llega a la dirección a partir de su trabajo como stuntman. De ahí pasó a coreografiar escenas de acción, luego a actuar como director de segunda unidad, y aquí estamos. Ejerció esas funciones en las películas Marvel de los Russo, que consideraron, con buena razón, que estaba apto para llenar dos horas con peleas, tiroteos y persecuciones catárticas e interesantes. Parece ser admirador del cine asiático, al menos en la manera de filmar la golpiza: le importan los movimientos, las tácticas y el desempeño de los cuerpos que tiene frente a cámara, así que filma las escenas de lucha con menos cortes que los momentos introspectivos y buscando que apreciemos el impacto destructivo de cada golpe o cada disparo.

A partir del minuto 34 de película hay un plano larguísimo, realizado como para dejar la impresión de ser una toma continua. Este tipo particular de proeza se tornó una verdadera obsesión en Hollywood e incluso rindió Oscars cuando apareció cercada de un halo arty por gente como Alfonso Cuarón, Alejandro González Iñárritu y Sam Mendes. Hargrave parece haberse motivado más bien con superar el plano de casi diez minutos de Atomic Blonde (Atómica, 2017), de su amigo David Leitch (otro stuntman devenido director), en que actuó como coreógrafo de peleas. El plano largo de Extraction dura 11 minutos y medio, y es aún más sensacional: la cámara persigue autos, corre al costado de ellos, se mete por la ventanilla y prosigue desde adentro del vehículo, baja y entra a un edificio, sube escaleras, entra y sale de apartamentos, deja un personaje para seguir a otro, luego se reencuentra con el primero, salta de una azotea a la otra, se cae de un segundo piso de vuelta a la calle, es sorprendida por un par de accidentes (o atentados) de tráfico y todavía mira hacia arriba cuando se acerca un helicóptero.

Sin pedir mucho más, Extraction funciona como un circo en el que la cámara se cuenta entre los más ágiles de los gladiadores y puede venir bien para sublimar nuestros instintos más brutos en este período de aislamiento.

Extraction. Dirigida por Sam Hargrave. Basada en la novela gráfica Ciudad, de Ande Parks y Fernando León González. Con Chris Hemsworth, Randeep Hooda y Rudhraksh Jaiswal. Estados Unidos, 2020. En Netflix.