“Referirnos a El Hacha, en la esquina de las calles Buenos Aires y Francisco Antonio Maciel, supone retrotraernos a los tiempos de San Felipe y Santiago de Montevideo. A la época de almacén y pulpería unidos por un largo mostrador de tablones, clientela a caballo y facón en el cinto”, señala Juan Antonio Varese en Crónicas del tiempo libre. De las antiguas pulperías a los actuales boliches (Planeta, 2020).

La cita viene a cuento porque el viejo bar El Hacha se puso nuevamente a la venta. La inmobiliaria que ofrece el inmueble, Vectora, lo sumó a su cartera en diciembre y, tras los registros correspondientes, desde fines de enero está haciendo promoción. “Lo venden los herederos de Pepe, José Pérez González, que fue uno de los que atendió el bar desde 1953 hasta que lo compró en 1962, y estuvo al frente hasta 1999. Después se fue alquilando, pero El Hacha siempre estuvo en la familia. El hijo de él es el dueño actual, pero no vive ahora en el país, y el local está en desuso. No tiene sentido tenerlo así, cerrado. La idea es reflotarlo y potenciar nuevamente el barrio”, afirma Cecilia Céspedes, de la inmobiliaria.

Agrega que varios colectivos artísticos estuvieron interesados en “devolverle un poco de vida”, organizando, ademas de una propuesta gastronómica, noches de tango. Sin embargo, el sitio no está en funcionamiento desde que se alquiló por última vez en 2018, aproximadamente. El Hacha se vende a 130.000 dólares. “El apoderado del propietario nos decía que la idea del precio es que sea, de alguna manera, accesible. Si bien es un bar súper emblemático -fue declarado patrimonio histórico cultural, entonces, seguro vale más-, la intención es atraer a posibles compradores”, añade la agente inmobiliaria.

Buena parte del encanto de El Hacha es la leyenda urbana que lo acompaña. Si bien sobre la fecha exacta en que se levantó existen dudas, lo cierto es que el 15 de abril de 1794 en ese enclave ocurrió un crimen. “El hecho que lo bautizó”, continúa Varese en su libro, “fue el asesinato del empleado Bernardo Paniagua, degollado por el hacha del vecino Domingo Gambini, quien pretendió robar en el local”. El negocio de pulpería lo inició en 1817 don Juan Vázquez, y aquello fue derivando desde las épocas de almacén de ramos generales hasta que a lo largo del siglo XX “acrecentó su fama de boliche bohemio”, señala el memorialista, donde confluían peñas deportivas y carnavaleras, para luego transformarse en restaurante y vinería con actividades culturales.

El inventario de Ciudad Vieja apunta sobre el padrón 3629: “La austera fachada característica de la época, que ha sufrido algunas alteraciones, presenta pequeños vanos con arcos escarzanos abiertos en los gruesos muros. El interior, que mantiene los principales elementos constructivos, se encuentra en muy buen estado de conservación”.

“La Comisión de Patrimonio hizo un relevamiento y cree que fue construido entre 1800 y 1850. Por lo tanto, es uno de los primeros edificios de Montevideo. Tiene paredes de piedra de 70 centímetros de espesor, un techo de bovedilla que hasta ahora está intacto, solamente se le reforzaron las vigas, por supuesto, porque han pasado los años. Tiene un entrepiso con travesaños de tronco de palmera. O sea, es una construcción de las que ya no existen, con aljibe de piedra al fondo. Por supuesto, con el paso del tiempo, se ha ido actualizando. El piso se cambió completamente por madera, porque, de hecho, funcionaba como salón de baile y necesitaba un piso acorde, además de la instalación eléctrica, de la sanitaria”, describe sobre el local, que ocupa 155 metros cuadrados, más un pequeño patio de unos 15 metros cuadrados.

Además de que los vendedores apuntan a la conservación, en la medida de lo posible, de la historia de esa esquina, la casa tiene un grado 3 de protección patrimonial, lo que implica que debe mantenerse su configuración, aunque se mejoren sus condiciones de uso.

Céspedes informa que el inmueble conserva sus rejas originales, la barra de mármol que sustituyó a la primigenia y su característico cartel “El Hacha. Siempre a sus gratas órdenes”. Permanece allí algún cuadro que retrata a antiguos parroquianos, pero los intrusos desvalijaron la vitrina de recuerdos del bar.

Desde exhibiciones hasta after office, Céspedes habla de las posibilidades de generar una “movida artística” en el lugar y de que vuelva a ser un sitio de reunión. “También los vecinos, aunque no concretamos visitas, nos han comentado lo bueno que sería que se abra y que vuelva a darle dinamismo al barrio, aprovechando que obviamente está cerca del puerto, a una cuadra de la rambla, que tiene todos los ómnibus en la puerta por la calle Buenos Aires”.