En principio, Misa de medianoche, la serie de Mike Flanagan –director de La maldición de Hill House, Doctor Sueño y La maldición de Bly Manor– es muy conversada, con extensos diálogos y monólogos. Pero si una es paciente encuentra la recompensa en los últimos capítulos, en los que se desata el más puro terror.

Sus personajes hablan mucho sobre el arrepentimiento, el perdón, la religión, los traumas, las adicciones, y alcanzan momentos de profundidad que es difícil encontrar en las series actuales, en las que la acción ocupa casi toda la historia. Acá vemos la mano de un director que no teme que su obra tenga un marcado perfil personal y sin el miedo de generar un producto ambicioso.

La historia comienza cuando un alcohólico en recuperación (Zach Gilford) regresa a su pueblo natal tras pasar un tiempo en prisión. Con poco más de cien habitantes, en la llamada Crockett Island reside una comunidad muy religiosa y dedicada a la pesca, un poco venida a menos luego de que un derrame de petróleo afectara su producción. La llegada coincide con la aparición de un carismático nuevo cura en la iglesia local (Hamish Linklater). A partir de ese momento, comienzan a sucederse misteriosos acontecimientos en el pueblo, que algunos no dudan en calificar de milagros.

Nos encontramos frente a una serie coral. Si bien hay personajes con mayor peso que otros, no descansa sobre los hombros de uno en particular, lo que le otorga una mirada fresca. Los habitantes del pueblo conversan mucho, desnudan sus temores, demonios y exponen sus miserias. Así se genera una empatía con ellos: nos importa lo que les suceda para cuando llegan los capítulos de auténtico terror, lo que lo hace más impresionante. Y es en esta creación de personajes complejos y queribles que reside uno de los mayores logros de la serie.

Aunque no hay dudas al clasificarla como terror, Misa de medianoche no apunta a un asalto a los sentidos. Aquí el miedo se construye de a poco, se genera un clima opresivo con pequeños elementos hasta que se desata la violencia y la oscuridad cubre todo. La historia se basa en elementos del catolicismo; frases y plegarias conocidas que cobran nuevos significados y se transforman. Parte de elementos existentes para crear su mitología y los lleva a extremos. De esta manera consigue darle una vuelta novedosa a un género ya explotado hasta el hartazgo.

La actuación de Hamish Linklater en la piel del padre Paul es memorable. También se destacan varios secundarios, como Samantha Sloyan en el papel de la insufrible y manipuladora Bev Keane. Al tratarse de una serie con mucho diálogo y largos parlamentos, es fundamental que las interpretaciones resulten sólidas, y en este caso se mantienen en un excelente nivel.

Merece destacarse una dirección de fotografía que se sostiene en majestuosos planos abiertos, creando imágenes bellísimas, como la del pueblo desfilando con velas hasta la iglesia o de caras iluminadas por las llamas. También se suma un trabajo muy delicado con la música y los efectos de sonido, que aportan a la creación de un clima enrarecido sin apelar al lugar común.

Agua y sangre

El final está muy bien construido sobre pilares fuertes. A lo largo de la trama los detalles se acumulan y el aislamiento avanza hasta generar un ambiente escalofriante. Los temas más filosóficos se mantienen presentes sobre el cierre: hay lugar para la reflexión pero también para la emoción. Mientras, el individualismo y el sálvese quien pueda comienzan a imperar.

La serie toda se elabora como un comentario sobre el fanatismo y el punto al que puede llegar el convencimiento de masas. Pone en juego la devoción y el fervor religioso en la piel de los pobladores de la isla, llevando las situaciones hasta extremos.

Temas como el perdón y el arrepentimiento atraviesan toda la serie y llegan a su punto cúlmine en el último capítulo. Los vínculos que generamos en nuestro pasaje por la tierra, el libre albedrío, la idea de la inmortalidad y la juventud eterna; todo se condensa en ese final explosivo.

El “monstruo”, por llamarlo de alguna manera, no es lo que más asusta en el desarrollo de historia, sino ver lo que hacen los hombres con tal de alcanzar la salvación. Hay muchos elementos simbólicos que aparecen a lo largo de la trama. El agua que los rodea como única salvación, la idea de un elemento que se esparce como un virus y la presencia constante de la sangre o el vino.

Más allá del horror, hay lugar para extrañas y diferentes historias de amor. Tanto la de Erin Greene y Riley Flynn como la de Ed Flynn y Annie Flynn. También para momentos conmovedores de amor filial, como lo que sucede con el sheriff Hassam (otro secundario con una historia potente) y su hijo.

Por sobre el despliegue que significa la última hora de la serie, también se desencadenan momentos de profunda emoción, basados en personajes bien construidos y subtramas cocidas a fuego lento. Al final de cuentas, Misa de medianoche nos dice que a la hora del apocalipsis es muy importante saber a quién se tiene al lado.

Misa de medianoche, de Mike Flanagan. Siete episodios de entre 60 y 70 minutos. En Netflix.