“Esto es un experimento”, recalca Lucía García Aldaya, en la delgada línea que separa el ritual de la representación. En un espacio semiderruido, a los fondos de una propiedad próxima a Avenida Italia, la Casa de Adicapro (sede de la Asociación de Directores de Carnaval de las Promesas), instala Eucalipto blanco. Divide esta autoficción, que fue seleccionada por los Fondos Concursables del Ministerio de Educación y Cultura, en 13 escenas que presenta como “la historia de una sequía y un renacer”.

Entre dos fogones y un cantero de tierra que alimenta, la anfitriona va acomodando focos de luz e incorpora a la niña que fue y se apoya en una pared para jugar con las primas, recuerda a sus abuelos, enciende sahúmos, planta almácigos, declama fragmentos de Antígona, percute, canta. Está probando, dice, si puede volver a actuar.

García entrega pistas de sus búsquedas en el contexto de un espacio alternativo, con la frecuencia que esto impone: un avión que pasa, ladridos aislados, el mate en la platea. La dirección es de Carla Larrobla, amiga y socia artística de la actriz-dramaturga, con la que creó la anterior Sala de profesores, todo un éxito de público centrado en los procesos de la educación como dilema filosófico y pragmático. Ya desde Falta grave, una pieza ambientada en la asamblea de una cooperativa de vivienda, García se “habilitó” la escritura, contaba hace un par de años a la diaria, “siempre con la cuestión escénica muy presente”. El material aquí y ahora también es delicado, como toda trama que tira de las raíces, que escarba en la identidad y en la vocación (que por supuesto estructura).

El texto comenzó a ser gestado en un taller virtual que García cursó en 2020 mientras se refugiaba de la pandemia con su compañero y sus hijas en la casa familiar de Valizas. Ese seminario, que dieron Leonor Courtoisie y Florencia Zabaleta, trabajaba sobre la biografía y la creación. De aquella promoción surgió el colectivo artístico Once Mujeres y un Fuego. Hay una conexión bastante evidente entre algunas metáforas y recursos a los que apela Eucalipto blanco y obras como Casi sin pedir permiso, que Courtoisie montó en 2019 en colaboración con Zabaleta, y donde la fuerza de una casa y de un árbol se magnifican.

Eso no quita que García apele a otros ropajes para desentrañar por qué pierde la voz cada cierto tiempo. Cuenta de diagnósticos y terapias alternativas y utiliza los 50 minutos de su obra para reordenar el asunto de los dos padres de apellidos con G. Puede hacer propias causas que la espejan, como la Marcha del Silencio, o proyectar en un muro recreaciones de escenas reveladoras o ridículas de su vida. “Es un diálogo entre la historia y la ficción”, resume. En ese borde elige pronunciar lo que otros callaron (aunque después queme lo escrito), irse por las ramas y reparar su linaje, oficiar de chamán, creer o reventar, probar, actuar.

Eucalipto blanco. Sábados y domingos a las 20.00. Hasta el 13 de noviembre en Dionisio López 1999. Para reservar: 099 722 944.