“Secretamente, envidiaba a los Marchetti y no podía creer mi mala suerte. Lo que para mí parecía ser lo más importante del mundo, en mi casa no tenía un valor especial”. Hernán vivía junto a sus hermanas y sus padres en el barrio Caballito, en un departamento de la planta baja de un edificio desde donde se podía escuchar la calle y la lluvia. Pasaba muchas horas en su casa, junto a su madre, quien alimentaba su gusto por la música: “Ella le comentaba a la familia que yo era loco de los discos, entonces para mis cumpleaños ya no me regalaban juguetes ni ropa, directamente me traían vinilos”.

Su padre trabajaba en una empresa de seguros y fumaba mucho. En el piso 13 vivían algunos de sus amigos, los hijos de don Adolfo Marchetti, “un melómano, un gourmet musical”. Hernán pasó su infancia subiendo hasta allá, y gastaba horas en un living junto a un equipo Audinac AT 510 en el que se podían escuchar discos de Vinicius de Moraes, Toquinho y música progresiva italiana, “con una púa Shure V15 tipo 4”.

Así cuenta su vida este argentino -radicado en Montevideo- en Hernán Cattáneo. El sueño del DJ. Memorias (Planeta, 2021). Sin obviar nada de su obsesión por la música y el sonido, ni la distancia que por un buen tiempo lo separó, de alguna forma, de su padre.

“Todo se volvía más serio en cuanto él llegaba. Era un tipo recontra formal, conservador, muy ético y con una honestidad que ya no existe. Por ejemplo, de joven trabajó en la Junta Nacional de Carnes y en esa oficina sabían un día antes el valor de los mercados, info con la que todos hacían grandes diferencias, pero él decía que no era justo aprovecharse. Otro se hubiera hecho millonario. Cuando nací, él ya tenía cuarenta y cinco años y resultó una diferencia enorme”, cuenta Hernán, que vino al mundo el 4 de marzo de 1965.

Saltemos hasta el 21 de mayo del 2000. Antes, Hernán había preferido a Pink Floyd que a los Beatles o a los Stones entre los discos de sus hermanas, había recorrido y habitado todas las disquerías de Caballito, había aprendido el oficio de DJ, comenzando por pequeños clubes y llegando a las más importantes discotecas de Buenos Aires, como Pachá.

Esa noche de mayo, en Museum, le tocaba abrir un show donde actuarían el DJ inglés Paul Oakenfold y The Chemical Brothers, quienes decidieron, a último momento, abrir la fecha. Hernán entonces debía tocar luego de ellos, y antes de Oakenfold. Y aquí, pocas páginas después, la distancia entre padre e hijo se esfuma, y el suceso explica bastante acerca de quién es este DJ argentino, además de todos sus logros: “Apenas ese orden quedó definido, tuve todo muy claro: iba a tener que planchar la pista. El desafío no sería que todos bailaran (de eso se encargarían los demás), sino generar algo que fuese útil para lo que iba a venir después”.

El resto de la historia es más conocida. El DJ británico agradeció el gesto del argentino y lo invitó a sumarse a su gira mundial. Hernán, que había gastado su vinilo de New Order con Bizarre Love Triangle, ahora iba a compartir cartel con la legendaria banda inglesa, con Underworld, Coldplay, Nine Inch Nails, The Prodigy y la crème de la crème de la música electrónica, hasta convertirse en el DJ latinoamericano más relevante del continente y uno de los más importantes del mundo, con su distintivo estilo de progressive house.

El domingo 13 de noviembre, hace pocos días, fue parte del festival Primavera Sound en Buenos Aires y su nombre apareció junto a los de Björk, Arctic Monkeys, Pixies y Travis Scott. En el comienzo de su set, las visuales mostraron dos palabras: futuro y nostalgia; una sobre otra, bailando al ritmo de su música de in crescendos, sin desaparecer ninguna de las dos, nunca por completo.

Antes de su actuación de hoy al atardecer en Jacksonville, Hernán Cattaneo conversó con la diaria sobre disquerías, sus shows de pandemia y la experiencia de hacer su música en vivo.

Por varias cosas que te escuché se me ocurrió que sos muy fan de la película El Padrino.

Yo soy fan de Francis Ford Coppola, me gustan las películas largas, también las de Scorsese y las de Tarantino. Me gustan los discos largos -como The Dark Side of the Moon, de Pink Floyd- y por eso mis sets son largos. Ahí está lo progresivo, suave, lento, cinemático, ambiental; lo que lleva tiempo tiene algo especial. No me gusta lo instantáneo. En mi libro menciono a El Padrino porque cuando conocí a mi mujer en Punta del Este me dio el rayo, como le dicen los italianos al amor a primera vista. Por eso, escribí: “Como Michael Corleone en El Padrino cuando se va a Italia y se encuentra con Apolonia, a mí me pasó lo mismo; por suerte, no tenía otra novia, y todavía estamos juntos y muy felices”.

Durante los 90, Buenos Aires tuvo una de las disquerías más increíbles que yo conocí y sé que vos también. ¿Qué te acordás de Chopin Hagen?

Era la meca. Incluso llegué a trabajar por un tiempo ahí. Todos los DJ querían llegar a Buenos Aires a ese local de galería Jardín en la calle Florida, y bajar al subsuelo a comprar música. Como sabrás, Argentina es un sube y baja constante. A principios de los 80 había muchas disquerías y algunas muy importantes, como El Agujerito, que traían discos importados. Después pasamos a que no había ninguna y en los 90 abrieron unas cuantas de vuelta, pero Chopin Hagen era la más importante para los DJ. Además, Jorge Kisieluk, su dueño, se había dado cuenta de que si brindaba un buen servicio a los DJ de las discotecas más famosas, automáticamente eso generaba un goteo hacia todos los DJ del país. Javier Sucker, Carlos Alfonsín y yo comprábamos nuestros discos ahí.

Durante tres años fui residente de Pachá los fines de semana, pero en esa época los DJ no teníamos mucha relevancia y no se ganaba mucho dinero. Entonces, como los discos siempre fueron caros y los DJ nunca tenemos suficientes discos, trabajaba en Chopin Hagen para ganar un poco más de plata y al final me la terminaba gastando en vinilos de ahí.

A Pachá, que era la mejor discoteca de Sudamérica, venían DJ ingleses y estadounidenses todos los fines de semana, y yo quería tener los mejores discos y estar a la altura. Trabajaba en Chopin durante el día y después me iba a practicar a Pachá. Con el club cerrado, me pasaba la noche en la cabina. Quería romperla cuando llegara mi turno; buscaba ser mi mejor versión.

Después viajaste por todo el mundo. Podés armar una buena lista de grandes disquerías.

Las que más recuerdo son todas las de Caballito. Después, el primer local que abrió Tower Records en Argentina. De afuera, nombraría a Amoeba Records. Tiene locales en San Francisco y en Los Ángeles; aunque no te gusten los discos o la música, es un lugar muy increíble para conocer.

Después, para cualquiera que le guste la música house, está Gramaphone en Chicago, que es una de las disquerías más importantes para el género. En Londres, en el Soho, estaba Azuli Records; ahí caían los popes de la música de cada momento. Y la disquería con la que comencé a meterme en la música house fue Vinylmania. Desde ahí me mandaron los primeros discos de house y así escuché por primera vez a Frankie Knuckles (referente fundacional del género). En Tokyo también hay disquerías increíbles donde tienen todo impecable y los discos usados están envueltos de tal forma que parecen nuevos.

A mí me pasa que cada vez que me mudo me muevo con 15.000 discos, y no los quiero largar porque fueron los que me acompañaron hasta acá y significan un montón para mí.

Cuando empezaste a trabajar con DJ de otros países, ¿te encontraste con gente parecida a vos o muy distinta?

Los primeros contactos con DJ internacionales que tuve fueron en Punta del Este. Yo era uno de los residentes en la discoteca Space, de Álvaro Quartino. Y allí tenían las fiestas de Cream, que era una discoteca muy fuerte de Inglaterra. Todos los que venían de afuera a pasar música les encantaba Punta del Este y, después de cumplir con sus compromisos, se quedaban una semana en José Ignacio.

En esa época venían los Deep Dish, Paul Oakenfold, Danny Rampling. Y estaban los que pasaban de farra y los que, cuando llegabas a la playa, ya estaban desde temprano leyendo un libro. Fue una suerte poder crecer desde atrás. Si prestás atención a los que están adelante, podés darte cuenta de lo que hay que hacer, y sobre todo de lo que no hay que hacer.

Siempre me dio mucho pudor no hacer las cosas bien. Había visto cómo se hacían mal y pensaba: “No, yo tengo que estar perfecto”.

Con Nick Warren tenés una relación muy especial.

Nick es una leyenda de la música progresiva inglesa y además un gran amigo. Era el DJ de Massive Attack cuando la banda estaba en su mejor momento. Cuando hago shows back 2 back son siempre con él. Acá en Sudamérica lo aman. En Argentina tiene más seguidores que en su propio país. Además es muy buen tipo; te diría que es de las mejores personas en este ambiente.

En el 2000 también te mudás a Londres. ¿Qúe recordás de ese momento?

Si bien Inglaterra siempre fue uno de los epicentros de la música, en ese momento era el lugar número uno para la música electrónica. Las discotecas, los sellos, los mejores DJ eran todos ingleses. A la vez, todavía no había muchos DJ sudamericanos, así que yo era una especie de bicho raro. Lo que más me gustaba era el trato. Acá en Sudamérica los DJ éramos parte de un género menor; en cambio, en Inglaterra, éramos superestrellas. En Argentina, cuando pedíamos algo a un sello, ni nos atendían el teléfono; en Londres, me mandaban 50 discos todas las semanas para que los pusiera en mis sets y me llamaban de las marcas de auriculares para probar los modelos nuevos.

Había una diferencia sideral en la importancia y el respeto que había por la profesión.

Por otro lado, siendo sudamericano, llegaba con una mano atrás y otra adelante, con muchas ganas de sumar y a todo lo que me ofrecían decía que sí. Así que toqué muchísimo. Había DJ que tocaban, ponele, sólo a tal hora. Mi actitud era: “Yo voy y hago lo que haga falta; juego de delantero, de defensor o mediocampista". Gracias a eso, me terminé ganando la residencia de Cream en Liverpool y en Ibiza, y pasé de ser un DJ desconocido a estar en la mejor vidriera en una sola temporada.

¿Cómo te resultó la experiencia de hacer un set sin público en el medio de Bariloche?

Con la pandemia los DJ siempre supimos que los eventos electrónicos iban a ser lo primero que iba a parar y lo último en volver. Al principio, refunfuñamos un poco, pero después nos dimos cuenta de que había que encontrarle la vuelta. Entonces, la tecnología nos ayudó a pensar: “Bueno, ok, no se va a poder crear la atmósfera que nos gusta, pero al menos le podemos seguir llevando música a la gente, que es lo fundamental”.

Antes de que yo supiera lo que quería decir la palabra deejay, ya invitaba a mis amigos a casa para compartir los discos que tenía. Había que recuperar eso.

El primer set que hice por streaming fue desde el jardín de mi casa en Buenos Aires. Estuvo buenísimo pero, claro, era una transmisión audiovisual. Cuando lo vi, eran cinco horas mías poniendo música frente a una pared. Todo muy lindo pero había que hacer algo más.

Primero, conseguimos el Aeroparque Jorge Newbery cerrado. Hicimos un show a la tarde entre los aviones. La pandemia siguió, parecía que no terminaba nunca. Me dijeron: “Va a haber un eclipse en Bariloche, podemos hacer un concierto”. Bárbaro. Me pareció una buena oportunidad para hacer algo diferente. Cuando elijo la música que voy a pasar, siempre pienso que tiene que estar justificada y, además, primero me tiene que gustar a mí. En este caso, elegí, entre muchas cosas, música de Stevie Wonder, Mazzy Star y Moby. Terminó siendo una experiencia muy linda. Lo que a mí me gusta es pasar música y el contacto real con la gente, pero esto de alguna forma nos ayudó.

¿Qué podrías contar del show Sunsetstrip, con el que te presentás este sábado?

La primera vez que hicimos un show a la tarde fue en Punta del Este. Y la verdad es que a mí hay un montón de música que me encanta y que no es tan fuerte o para discoteca y es ideal para estos sets. Conozco a un montón de gente que si le digo “vení a verme a un Antel Arena a las tres de la mañana” no le atrae mucho el plan. En cambio, si le propongo un show al aire libre a las siete de la tarde, le encanta.

A mí me gusta mucho musicalizar una tarde. Podés arrancar muy despacio y de a poco vas entrando en un ambiente de fiesta más tradicional. Visualmente, con el trabajo que hace Sergio Lacroix, también está buenísimo.

Cuando estás pasando música, ¿te aislás de todo o estás atento a la gente?

Creo que conviven las dos cosas. Estoy supermetido en lo que estoy haciendo, y a mí me gusta que la gente, al igual que yo, se meta como en una especie de burbuja con un mantra musical donde sutilmente van pasando las cosas. Son sets que duran no menos de cinco horas; lleva tiempo desarrollar ese clima. Uso una mezcla de cosas más tradicionales como Depeche Mode, Tame Impala y Gorillaz con música electrónica más underground.

Otra de tus experiencias de pandemia fue hacer un set en vivo en el teatro Gran Rex.

Eso arranca así: primero, hicimos un show en el teatro Colón y nos encantó, y además nos fue muy bien. Me gustó mucho la experiencia de hacer música en vivo. Pero fue un show sinfónico. Así que pensé: “La próxima vez que hagamos un show en vivo, hay que hacerlo 100% electrónico. Y ahí concretamos el show en el Gran Rex, con banda, con cantantes, y funcionó muy bien. Es mucho más complejo que hacer un set de DJ. Hay muchas más cosas que pueden fallar. Eso me costó un poco al principio. Estoy muy acostumbrado a manejarme como un tenista. Estoy solo en la cabina, y, si hay un error, es mío. Acá era mucha gente y eso me estresaba mucho. Pero después, ves que la cosa fluye, va bien, y al final terminaron todos bailando.

Hernán Cattáneo se presenta este sábado 19 a las 16.00 en Jacksonville (Zonamérica). Entradas en Accesoya a $ 3.000.