La oscuridad, la noche, las sombras, la destrucción, la depresión, la soledad y afines son algunos de los condimentos que tuvo el rock posdictadura uruguayo, hijo del pospunk, y en pocos discos se encuentra tan concentrado como en La ley es otra (1986), el segundo de Los Estómagos, tras Tango que me hiciste mal (1985), que fue el debut en las bateas. Aquel primer disco fue reeditado en vinilo por el sello Bizarro –que tiene en su poder todo el catálogo del extinto Orfeo– a fines de 2021 y, hace pocos días, siguiendo el orden cronológico, se lanzó La ley es otra en el formato redondo y negro (a su vez, los cuatro álbumes de estudio de la banda están disponibles hace rato en Spotify).

La ley es otra se grabó entre junio y agosto de 1986 en los históricos estudios IFU y fue el primer y único disco de Los Estómagos que contó con Leonardo Baroncini en la batería, que también estaba a cargo de las baquetas en Los Tontos, banda que ese mismo año sacó su homónimo disco debut, al igual que Los Traidores, que lanzaron Montevideo agoniza –ambos también fueron reeditados en vinilo por Bizarro y siguen a la venta–, por lo que 1986 fue quizás el año más efervescente del rock posdictadura, con las tres bandas fundamentales de la movida poniendo todas las cartas sobre la mesa.

Al igual que en el primer disco del grupo, en La ley es otra sigue marcando presencia el entretejido entre las líneas de guitarra de Gustavo Parodi y las melodías del bajo de Fabián Hueso Hernández, destacándose sobre todo el instrumento de este último; de hecho, en la mezcla del disco –en cualquiera de sus ediciones– el sonido de las cuatro cuerdas está a igual volumen o incluso más alto que el de las seis cuerdas. Un gran ejemplo del entretejido lo encontramos en la canción “Vicios”, en la que hay una introducción atmosférica típica del pospunk, donde la guitarra se presenta con un breve arpegio para ir pintando el clima, y el bajo entra pidiendo permiso. “Noche, noche, noche, noche, noche, / mezcla incomprensible de sonidos / y los vicios, lentamente / se escabullen en mis sentidos”, canta Gabriel Peluffo, y termina de pintar el paisaje.

Pero en medio del pospunk de La ley es otra hay un germen de lo que tres años después sería Buitres, luego de la disolución de Los Estómagos, y es la canción “Solo” –no en vano la segunda banda de Parodi y Peluffo suele tocarla, y está incluida en más de un disco en vivo de Buitres–. La guitarra más lineal y cuadrada –es decir, más punk que pospunk–, los coros seudopop (hay dos al mismo tiempo: un “uh” lejano y un “pa pa” cercano), el acople medido del principio, la amplia reverberación que envuelve a la voz de Peluffo, y, sobre todo, su interpretación –menos impostada– la vuelven la canción más buitrera de Los Estómagos.

El segundo lado del vinilo lo abre la que llegó a ser una de las canciones más conocidas de la banda: “En la noche”, con aquella introducción de batería ametralladora y amenazante, de donde sale la frase que dio título al disco: “¡Hay que ver!, / la ley es otra en el cinturón. / En la noche / sentirás miedo. / En la noche / la justicia no es un juego”.

Pero sin duda que una de las canciones más interesantes de las 12 que incluye La ley es otra es “Hijos del imperio”. Su letra es rebelde, directa e incluso algo candorosa –como toda canción antiimperialista–, y su música sigue el mismo camino, con las líneas del bajo y la guitarra obsesivamente circulares que apenas se toman descanso melódico en un par de breaks, y dan los cimientos perfectos para un coro de aires marciales que queda estancado en el cerebro de los escuchas como un mantra: “Manoseados, pisoteados, explotados, exprimidos, / reprimidos, presionados, sin podernos liberar”, y así –un detalle no menor, el tema fue compuesto en julio de 1984, aún en dictadura–.

La canción refleja fielmente el espíritu de la juventud del rock posdictadura y también cómo algunas cosas siguen intactas y otras no tanto, ya que lo que en ese momento era una queja que podía sonar válida, como “vivo en Uruguay, mercado de nipones, / motos y relojes, radiograbadores”, hoy no queda otra que escucharlo con nostalgia, porque los japoneses siempre hicieron formidables aparatos. En una buena bandeja de vinilos –pero también en una promedio– la nueva edición de La ley es otra suena muy bien, más cristalina pero manteniendo esa lámina de suciedad ochentera que tienen todas las grabaciones del rock posdictadura, que es como el aura de oscuridad materializada.