Cada vez que retorna a los escenarios, el artista de origen madrileño es reelegido como una de las voces que mejor representa la cultura y la poesía española. Así sucede desde 1997, cuando el poder de las composiciones de su disco debut, Atrapados en azul, lo ubicó de inmediato en un sitial ultra vip, reservado para aquellos trovadores que saben conjugar en una canción el sentir popular, la tradición y el compromiso social en una canción.

Ismael Serrano lleva editados más de 15 discos y en 2019 lanzó El viento me lleva, un libro de relatos que, según cuenta, es sólo el inicio de sus planes como escritor de ficción.

En 2019, fue distinguido por la Intendencia de Montevideo como Visitante Ilustre de esta ciudad a la que vuelve con frecuencia en cada una de sus giras por la región. “Mi primer contacto con Latinoamérica lo tuve a través de los libros de Eduardo Galeano y Mario Benedetti, y con las voces de Mercedes Sosa, Silvio Rodríguez y Victor Jara, que sonaban en el tocadiscos que había en mi casa”, cuenta en diálogo con la diaria.

Serrano acaba de editar La canción de nuestra vida, un disco despojado de artilugios accesorios, grabado casi en su totalidad con voz y guitarra acústica y con el que intenta volver a la esencia de su arte, mientras acepta el paso del tiempo, avisa de un “futuro difícil” y pone en cuestión el presente de la izquierda.

Desde hace muchos años llevás adelante una carrera artística que además está ligada a un fuerte compromiso social. ¿Tenés algo así como escapes de esa realidad?

La mayor parte de mi vida transcurre fuera de mi oficio, aunque justo ahora esté muy entregado a la salida del disco, a la promoción y a la gira. La música es algo muy importante en mi vida, es algo indispensable, una condición necesaria, pero no suficiente para llevar el día a día. Está mi familia, mis hijos, y mis amigos con los que de vez en cuando nos juntamos. Me gusta ir al cine, me gusta leer mucho, Me gusta escribir mucho.

A mí la música me apasiona, es un lenguaje que me resulta terapéutico en muchos sentidos, pero con los años me he dado cuenta de que lo que más me gusta es contar historias, y eso es algo que también puede ser muy bonito cuando se hace a través del relato. Escribir El viento me lleva me supuso un gran desafío, pero también me dio muchas satisfacciones. Me gustaría seguir escribiendo relatos, y siempre he tenido en mente escribir alguna novela, o una suerte de teatro musical de pequeño formato. De hecho, mis conciertos se aproximan a eso. Es como una especie de fantasía recurrente que tengo.

También me gusta poder disfrutar de la sobremesa, cada noche. El equipo con el que trabajo es como parte de mi familia, tenemos un grado de complicidad y de confianza que hace que todo sea más llevadero. Siempre me ha gustado viajar, lo más difícil es estar lejos de mis hijos y de mi familia. He conocido artistas que sólo son felices sobre el escenario. No me gustaría que me pasara eso. Yo soy muy feliz sobre el escenario, pero intento también serlo cuando me bajo.

¿Cuáles son los mejores momentos que encontrás para escribir?

Aprovecho cualquier momento. Gran parte de este nuevo disco ha sido escrito en habitaciones de hoteles, como en el que estoy ahora mismo [en Tucumán, Argentina]. Puede ser cualquier hueco en la agenda, un día o una noche libres de compromisos. Yo no soy muy de escritura automática, no creo en ella. Cuando agarro la guitarra necesito saber qué quiero contar. Por lo general, cuando tengo una idea que me está rondando en la cabeza, espero a estar por fin con la guitarra para que eso que se va acercando se pose sobre el papel, por así decirlo.

Escribir es de las pocas cosas que sé hacer solo, y creo que lo hago para huir de la soledad. No sé estar solo. La noche ayuda, porque dispara en nosotros ciertos miedos atávicos que hace que nuestras dudas y miedos se acrecienten. Creo que escribir es una forma de protegerse, de ahuyentar esos miedos.

¿Qué sentís cuando escuchás que otros cantan tus canciones?

Creo que es lo más bonito. Cuando alguien agarra la guitarra y toca una canción para sí, o para sus amigos en torno al fogón, quiere decir que la canción tiene vida propia. Se me ha escapado de las manos, dejo de ser su único dueño y pasa a formar parte de un canto colectivo. Más allá de la vanidad, uno escribe las canciones con el fin de generar un sentido de comunidad. Digamos que cuando una canción aparece en un contexto de guitarreada entre amigos, ese sentido de comunidad adquiere todo su potencial, incluso más que en un concierto. Es ahí donde la guitarra se vuelve realmente popular.

Seguís creyendo en el poder de una comunidad.

Es que no puede ser de otra forma. Las transformaciones sociales sólo se pueden realizar si se establecen los vínculos de solidaridad necesarios. El sentido de comunidad es lo único que nos puede salvar. Somos animales sociales por algo. El instinto de supervivencia es lo que nos lleva a crear ese tipo de vínculos. El hiperindividualismo en el que vivimos inmersos es una trampa que ha creado el propio sistema para hacernos creer que sólo así podemos prosperar, y eso es un relato de ficción que se impone como consenso para desarticular nuestra capacidad de transformación de la realidad. Así aparece el “sálvate a tí mismo”. Yo creo que es el pueblo el que salva al pueblo. Y no se trata solamente de las grandes transformaciones sociales, por así decirlo. En lo particular, en los vínculos más cercanos de amistades y de familia es donde puedes descubrir tu propia potencialidad. El sentido de comunidad también sirve para darte cuenta de algo tan simple como saber que no estás solo. Y creo que las canciones también sirven para eso.

En tu nuevo disco hay una canción que se llama “Fábula de los conejos”. ¿Parte de algún tipo de desencanto? Seguro hay un conflicto.

Es un conflicto incluso con uno mismo. Quizás uno también ha sido conejo, discutiendo de manera absurda con otros conejos mientras el lobo se acercaba. Es la denuncia de unos viejos santos que quizás hemos cultivado, como muchos de los que nos identificamos con la izquierda, discusiones que nos han hecho perder energía y, sobre todo, el contacto con la realidad.

El debate y el matiz siempre es necesario, pero todo proyecto colectivo conlleva cierta generosidad y negociación. Uno tiene que ceder y hay veces en que no es capaz de hacerlo, y lo peor es que lo hemos incorporado a la propia cultura de izquierda. Ese hábito de estar conspirando permanentemente, de reafirmar tus propios principios poniendo en cuestionamiento la autenticidad de las convicciones del otro, como si eso reafirmara las propias. Creo que perdemos mucho tiempo en eso, y genera mucha desafección en ciertos sectores de la sociedad que no entienden cómo ciertos cuadros o sectores políticos se enzarzan en discusiones sobre cuestiones estratégicas y electoralistas y no tanto en los problemas reales de la gente, y más en una situación como la actual que es de total urgencia.

Tanto en España como en gran parte de Latinoamérica, la ultraderecha más reaccionaria y peligrosa está acercándose a ocupar espacios de poder que nos pueden hacer retroceder en derechos y libertades de manera dramática. En un momento de emergencia como este deberíamos repensar si merece la pena perder el tiempo en bobadas, como dice la canción.

Tu nuevo disco también habla mucho del paso del tiempo. ¿Sos el mismo artista de hace 20 años?

No. Nadie es la misma persona que hace 20 años. Te pasan muchas cosas en la vida y aprendes muchas cosas. Cuando uno tiene 20 años es arrogante y cree saberlo todo, luego la vida te enseña lo contrario y te vuelves más flexible. Cuando uno tiene 20 quiere estar en el centro del debate y de la historia; con 50 eres capaz de dar un paso atrás y de entender que puedes aportar desde el acompañamiento. Esto, cuando te conviertes en padre, sucede de inmediato. A medida que vas creciendo te tomas menos en serio. Sin darse cuenta uno se carga de solemnidad, porque crees que tienes todas las respuestas hasta que te das cuenta de que eres un completo ignorante.

Por otra parte, creo que ahora soy mejor artista. Cuando tenía 20 años entendía que la industria musical era territorio hostil y me ubicaba tan a la defensiva que me volvía un poco hermético. Con el tiempo te vas permeabilizando y eres capaz de absorber cosas de otras propuestas. Eso no quiere decir que pierdas tus convicciones y no sigas siendo fiel a ti mismo, ni que luches con menos ganas. En todo caso, te amigas con tus contradicciones. Madurar es entender que toda elección en esta vida conlleva una renuncia, sin sentir esas renuncias como fracasos.

A la vez, el público quiere más o menos al mismo artista al que admira cada vez que lo escucha.

Por un lado, entiendo que la manera de corresponder la fidelidad del público es siendo fiel a uno mismo, pero por otro lado me gustaría pensar que uno no escribe canciones sólo pensando en lo que la gente quiere escuchar. Por ejemplo, en esta gira, en cuanto a la puesta en escena y al formato que planteamos sobre el escenario, tomamos unos cuantos riesgos. Entiendo a quien pueda no gustarle el espectáculo, habrá otros que lo disfruten, igual que cada disco, pero trato de ser fiel a las esencias: hacer la música que me dicta el alma, creer en la música que tiende a la palabra y la poesía.

¿En qué momento te encontraste con la poesía, con el primer texto inspirador?

Creo que fueron varias cosas. En mi casa siempre había inquietudes literarias. Estaban los libros de la editorial Losada que en su tiempo estaban prohibidos en España. Ahí conocí la poesía de Benedetti, de poetas españoles como Blas de Otero, Alberti, y muchísimos otros. Y jugando a ponerle música a esos versos aprendí a escribir mis primeras canciones. También escuchando los discos de mi padre y de mi hermano mayor: El Último de la Fila, Franco Battiato, esos artistas que siempre trataban de darles un vuelo poético a sus canciones. Y luego tenía un tío, hermano de mi madre, que tocaba la guitarra, y a mí me fascinaba verlo interpretar canciones de Silvio Rodríguez en esa guitarreadas de las que hablábamos antes. Los primeros acordes los aprendí en esos días.

¿Qué dirías que es la poesía?

No sé. Creo que era Fernando Pessoa el que decía que consiste en darle a lo cotidiano el misterio de lo desconocido. Y tiene algo de eso, o por lo menos es lo que a mí más me interesa; es como si la poesía nos permitiera entender que nuestras batallas domésticas encierran una épica de la que no somos conscientes. Es como si la poesía fuese capaz de darles a nuestras vidas la dimensión justa, que se nos pasa por alto porque somos rehenes de nuestra prisas, miedos e inseguridades; la poesía nos señala la belleza del mundo y nos ayuda a entenderlo, en tanto y cuanto parte de una experiencia personal que trasciende la vida del autor. Un verso puede ser muy efectista, sin embargo, hay otro camino que sucede cuando la propia experiencia de la poesía te lleva a un viaje de inmersión de la realidad más profundo. Para cada uno tendrá su significado; quizás la poesía también sirva para no perder la fe en el ser humano.

Ismael Serrano, gira La canción de nuestra vida. El miércoles 25 de octubre a las 21.00 en el Auditorio Adela Reta del Sodre (Mercedes 823). Entradas desde $ 900 a $ 3.300 en Abitab.