Las historias necesitan drama. Un perro que muerde a una persona no es tan notable como una persona que muerde a un perro y por eso puede quedar fuera de un informativo (al menos cuando los informativos duraban menos de tres horas), pero sí es dramático. Especialmente si la historia nos presentó a la persona y nos dio a entender que su objetivo, cualquiera que sea, depende de que ningún perro lo muerda.

En los primeros minutos de El asesino (The Killer), la más reciente película de David Fincher que puede verse en Netflix, conocemos a nuestro protagonista. Un asesino a sueldo sin nombre interpretado por Michael Fassbender. Gracias a su voz en off nos enteramos de que se trata de alguien metódico, con la paciencia necesaria para alguien en su línea de trabajo y dotado de un puñado de reglas que lo han mantenido en actividad. Todo está dispuesto para jalar el gatillo y marcharse hasta recibir su próxima misión... pero eso no sería muy dramático que digamos.

Fincher, que tiene experiencia adaptando a los novelistas más diversos (Chuck Palahniuk, Stieg Larsson, Gillian Flynn) y hasta jugando con franquicias (la infravalorada Alien 3), se mete por primera vez con una historieta, en este caso la serie de álbumes Le Tueur, del guionista Matz y el dibujante Luc Jacamon. En esa obra, el protagonista es el mismo asesino a sueldo, aunque el desarrollo de su personaje es mayor gracias a las más de 700 páginas cargadas de monólogo interno que componen la obra completa.

Como tantas veces, la película no tiene tiempo de contarnos las circunstancias que llevaron a este hombre a ser quien es. Sin embargo, algunas decisiones narrativas de Fincher no nos dejan ser más que espectadores desinteresados de lo que les ocurre a las personas que él planta delante de la cámara. Por suerte la plantación es bella y masajea nuestros globos oculares durante casi dos horas.

El asesino es, básicamente (y elegí con cuidado esa palabra), la historia de una venganza. Porque a nuestro matador las cosas no le salen bien y en su línea de trabajo eso tiene consecuencias mortales. Claro que nosotros nos enteramos de eso después del error dramático del comienzo, en una sucesión de decisiones poco dramáticas que tiene el guion de Andrew Kevin Walker, el mismo que escribió la hermosa y opresiva y depresiva Seven: pecados capitales.

Matador –le diremos así a falta de un nombre– es el vengador anónimo que nos tocó por padrón. Los conocemos bien porque nos criamos con las películas protagonizadas por Charles Bronson y las ideas que Alberto Olmedo le contaba a Javier Portales en el sketch de Álvarez y Borges. Esas en las que, después de matar a toda la familia del protagonista, los villanos siempre cometían un error fatal. Como mojar el pan en el tuco de la olla. ¡Para qué!

Para cuando ocurrían los crímenes, ya nos habíamos involucrado con el arquitecto Paul Kersey o con el protagonista imaginado por Olmedo. Pero hay muy poco de Matador que lo vuelva interesante más allá del rostro de Fassbender, que además suele mantenerse impertérrito porque uno de sus mandamientos es “evitar ser recordable” (te tengo malas noticias).

La película parece jugar con los espacios negativos de la información. No sabemos quién es la víctima que Matador debe liquidar, así como no sabemos de las personas que forman parte de su vida laboral o privada hasta que es demasiado tarde para ellas. Nos vamos topando con seres humanos que resultan ser importantes para él, pero nunca antes de que entren en el tablero como piezas necesarias para disparar la venganza o para ayudar a cumplirla.

Lo metódico que hacía atractivo al personaje disminuye porque, bueno, ya no habrá tiempo para sobrevivir, pero no se siente el cambio porque apenas si lo conocimos unos minutos en su zona de confort. Es un personaje contradictorio que parece un simple envase para que la muerte ocurra y a la vez cita a grandes autores y escucha a The Smiths. Que evita el daño colateral, pero cuando deja de evitarlo no se lo muestra como la gran cosa.

Por suerte detrás de la cámara está Fincher, capaz de volver atractiva esta historia demasiado lineal que se va moviendo por capítulos en diferentes ciudades del mundo (y, por supuesto, en América Latina la imagen tiene un tinte amarillento). Los mejores momentos están en las escenas de acción, que incluyen a Matador huyendo de un sitio deshaciéndose de toda evidencia, y especialmente la pelea contra un tipo más grande que la vida que debería quedar entre las mejores escenas del cine de este año.

Hay contados momentos, como cuando el protagonista conversa con una colega (interpretada por una actriz que falla menos que Matador), en los que finalmente la sustancia le gana al estilo y nos olvidamos por un rato del clip del asesino que cambia identidades, cambia chapas de vehículos y viaja en avión. Pero no es suficiente para revertir el resultado: el estilo gana por varios goles. Agradezcamos que es el estilo Fincher.

El asesino, de David Fincher. 118 minutos. En Netflix.