“Era todo muy salvaje. Terminaba el fondo de mi casa y empezaba una laguna. De mañana temprano iba a la vaquería a comprar la leche recién ordeñada. A la noche, en verano, cuando empezaba a bajar el sol, se escuchaban las ranas y había un bosquecillo que se iluminaba con cientos de bichitos de luz. Para hacer dormir a mi hijo, que tenía dos años, buscaba unos cuantos bichitos de luz y los llevaba para casa en un frasco”.

Aunque cueste creerlo, Jorge Flaco Barral habla de la misma época en la que aporreaba un bajo en los revulsivos Días de Blues, una banda de rock descolocadísima en un país que comenzaba a derretirse. Por entonces, vivía en Rincón de la Bolsa, en San José, un lugar al que le dedicó una canción –incluida en el disco compilatorio El desenchufazo, con grabaciones en vivo de 1972)– y que le inspiró otras que iban a terminar en Chau, su primer y emblemático disco solista, grabado en marzo de 1973 y editado en forma completa recién en 2017 por Little Butterfly Records, bajo licencia de Sondor.

La fascinación que sigue generando en otros músicos y amantes de la música no le resulta para nada ajena al Flaco Barral. De hecho, el entusiasmo con el que sigue afrontando su carrera artística le permite detenerse sólo un poco en sus hazañas más lejanas, ya que sus diversos intereses lo tienen demasiado ocupado en la tarea de nuevos descubrimientos musicales u otros proyectos menos ambiciosos, como la confección del afiche de un concierto dibujado a mano.

Barral era uno de los virtuosos Opus Alfa y luego fue el compositor de algunas de las canciones más importantes de la historia de la música uruguaya, como “Cada hombre es un camino” y “Vuela”, por nombrar sólo dos de las joyas que hizo con Días de Blues. Con el comienzo de la dictadura militar se radicó en España y se dejó llevar por una deriva de sonidos y culturas que incluye más blues, rock arábico andaluz, progresivo, psicodélico, folk, tango, country, y a desenvolverse como multiinstrumentista, cantante, productor e ingeniero de sonido.

Con su oficio de artesano y su especial amor por la música hindú, inventó su propio estilo, una especie de onda sonora uruguaya algo oscura y acuática, distorsionada con mal humor, que se puede escuchar desde sus comienzos, o más acá en el tiempo en su disco solista UyyyUyUy!! (2016).

También, cuando toma su chaturangui (instrumento hindú) y comparte algo de su arte, en el living de la casa que le prestó un amigo para su estadía uruguaya, es el Vaquero de los Halcones Galácticos habilitando una puerta de entrada a otra dimensión, una dimensión especialmente hippie. “Este instrumento transforma las cosas en algo hipnótico. Al rato que estás tocando te quedas como colgado”, explica.

Son, en total, 116 los discos en los que participó. Entre los últimos se destacan Raga & Blues (2018) y 100 años en la carretera (homenaje a Kerouac) (2022), una banda de sonido elaborada a medida para la lectura de un libro de Miguel López.

El dato actualizado se puede leer en Flaco Barral: sobras completas (2023), una biografía escrita por el periodista español Paco Espínola que incluye dos discos compactos como envase de 41 canciones del músico, en un período que comienza en 1966 y llega a este año con una canción junto a Tabaré Rivero. El libro, además de una extensísima entrevista, tiene cientos de dibujos, afiches y memorabilia impresa en excelente calidad y a todo color.

Antes de su show de este sábado, y de paso por Montevideo, el músico recibió a la diaria para una charla distendida.

¿Cómo diste con el chaturangui?

En los años 70 un citarista anduvo por Montevideo. Yo lo acompañé, y como la guitarra no me daba el globo que yo quería terminé inventando una afinación muy parecida a la del citar para que tuviera esa sonoridad envolvente, pero claro, cuando me enteré de estos instrumentos, me di cuenta de que tienen mucha más amplitud y sonoridad que la guitarra normal. Lo que pasa es que aquí no puedes hacer acordes, es todo con la barra.

En el 71, 72 nos volaron el coco Ravi Shankar, George Harrison y los Beatles. Decías: “¿qué sonido es ese?”. Hoy en día todo eso es parte de la normalidad, pero imaginate en los 70: para los que nos gusta la música encontrarse con ese tipo de sonidos era increíble.

Para vos ese universo también tenía que ver con otras búsquedas, además de las musicales.

No entiendo.

Espirituales.

Lo que siempre me interesó fue el ser humano y, entre comillas, me incluía dentro de la corriente hippie de amor, paz y respeto. Pero creo que esa no es una cuestión tan espiritual, esa debería ser la normalidad del ser humano. Hoy en día, a veces alguien dice: “Mira qué buena que es esta persona”. Joder, que todos tendríamos que ser así. En todo caso, los raros son todos los demás. Esa es mi espiritualidad: el ser humano y tratar de investigarte a ti mismo para seguir creciendo.

Han pasado 50 años de esos días. Hoy, que el mundo ha cambiado, ¿te sentís como alguien raro?

Es que yo no me siento raro. Creo que son los demás. No tendríamos que ser tan egoístas.

¿Te resulta fácil relacionarte con esos otros?

Yo me relaciono con todos y estoy totalmente abierto. Claro que en ese estado recibes cosas buenísimas y también un montón de hostias, pero tengo bastante suerte y creo que encuentro más buena gente que mala.

En la época de Días de Blues, lo que reinaba era el sonido de The Beatles. Ustedes fueron en otra dirección.

Lo que pasa es que en ese momento también estaban Jimi Hendrix, Cream, Led Zeppelin. Nosotros nos identificábamos más con ese sonido más rockero. Cream era rock pero también blues, y nosotros teníamos lo mismo. También estaba John Mayall que para nosotros fue un referente muy importante. El blues inglés no es lo mismo que el americano. Está hecho por blancos y es como que tenemos más en común con ese sonido.

Por lo que sé, descubriste esa música por la radio. Aunque imagino que no sería tan fácil el acceso a esos artistas en ese momento.

Había algún programa, como el de Esteban Leivas, creo que se llamaba Protagonistas. Había unos cuantos. Pero yo tuve la suerte de que a mi padre le gustara mucho la música americana. En la azotea de casa había armado un sistema con alambres y antenas para recibir onda corta, y así podíamos escuchar un montón de radio de Estados Unidos y Europa. Y luego también tuve unos amigos mormones a los que les mandaban muchos discos, entre ellos de The Kinks. Eso era en la zona del Prado.

¿Cómo se daba esa transacción?

Es que ellos eran músicos. Uno tocaba la batería y el otro cantaba, y de hecho terminaron formando parte de un grupo que yo tenía y que se llamaba The Walkers. Con ellos fuimos a tocar al Cantegril Country Club. De ahí nos echaron. Estábamos contratados por un mes entero, o todo el verano, pero claro, entre nosotros había alguno más revoltoso que otros.

¿Cuál era tu caso?

Yo estaba entre los más tranquilos. Justo me había casado unos meses antes, había ido con mi mujer y tenía una habitación aparte. Todavía no era revoltoso.

En Días de Blues tocabas el bajo de una manera muy particular. ¿De dónde sale ese sonido?

Quizás porque era guitarrista y la adaptación la hice desde ese lugar. No lo sé, pero supongo que tiene que ver con eso.

El disco Días de blues (1972) lo grabaron en los estudios ION de Buenos Aires. ¿Qué recuerdos tenés de ese viaje?

Muchos. Lo tengo en mi cabeza como si fuera hoy. Cuando grabamos lo de Opus Alfa era más tranquilo. En la época de Días de Blues ya éramos más salvajes. Recuerdo un día en el que estábamos grabando el tema “Toda tu vida”. Lo hicimos todos juntos como si fuera en vivo, menos la voz. Terminamos de tocar el tema y le preguntamos a Carlos Píriz, el técnico de grabación: “¿Qué tal ha quedado?”, y nos respondió: “¡Impresionante! Pero la cinta se terminó hace diez minutos”. Evidentemente, nuestra mente estaba en otro lado. Así que tuvimos que marcar un tiempo determinado para cada solo y hacernos señas entre nosotros.

Píriz era ingeniero de sonido y había estudiado para lo que hacía, no como muchos de nosotros, que vamos chapurreando y moviendo botones. Él te decía: “Eso está a 250 hercios” y efectivamamente así era. Me cago en dios. Te clavaba una frecuencia a una sola escucha.

¿A qué hora grababan?

Fueron dos días continuados, más de noche que de día, y quedó en un magneto de cuatro pistas.

¿Tenían pica con Totem, por ejemplo?

Para nada. Yo era amigo de todos. De hecho, en un momento que vino un organista [Dan Jackson], montamos un grupo que se llamó La Banda con Ruben Rada. Mi padre tuvo una casa en Salinas; Urbano [Moraes] vivía por ahí y siempre andábamos juntos. También se dijo que teníamos malas historias con Psiglo. Mentira. Mi gran compañero siempre fue Gonzalo Farrugia. Éramos muy unidos. Los dos teníamos que alimentar a nuestras familias y más de una vez nos prestamos dinero, incluso.

Me llama la atención lo mucho que te has movido de lugar en lugar y de proyecto en proyecto. Los uruguayos tenemos fama de todo lo contrario, de conservadores.

Está bien, pero también es cierto que yo llevo muchos años viviendo en Madrid, y de ahí desde el 76 no me he movido, pero sí que me muevo dentro de los estilos de la música, porque me gusta aprender. Soy muy ávido de todo tipo de conocimiento. Tengo mis programas de edición de video. Hago mis afiches para que la gente se entere cuando tengo un concierto o una entrevista en la radio. Aprendo de todo, por eso me interesó mucho meterme en estudios de grabación y hoy tengo mi propio estudio.

Has hablado de una raíz en un común que encontraste en el blues y la música hindú.

La improvisación. En la música hindú se empieza improvisando. Ellos lo llaman alap. Por ejemplo, un chaturanguista y un flautista inician un diálogo musical, y es como que se van pasando una melodía, de un lado a otro, hasta que uno de los dos arranca el tema mientras se van sumando los otros instrumentos, y una vez que termina la canción, digamos, la improvisación continúa, por eso un raga (un ente melódico de la música clásica de India) puede durar una, dos horas, lo que ellos quieran.

¿Cuándo te metiste de lleno en la música clásica de India?

Yo tuve la mala suerte de no empezar antes con esa música, porque siempre me interesó, pero no encontraba músicos en esa onda. Yo con mi guitarrita componía cosas, tocaba en casa o en algún disco, si me parecía que cuadraba, metía algo por el estilo. Pero eran cosas esporádicas. Hasta que un día encontré un cartelito en Facebook que decía: “Concierto de música clásica de la India, con Carlos Guerra (en bansuri)”. Me fui a verlo. ¡Al fin! Cuando terminó la actuación me quedé hablando con Guerra, le dije que me había gustado el concierto y le conté que tenía una guitarra afinada de una manera especial para que sonara hinduista. Le propuse la posibilidad de tocar algún día juntos y me respondió: “¡Un día no, la semana que viene!”. Le interesaba mucho conocer lo que yo hacía. Así que fui a su casa la semana siguiente y nos pusimos a tocar. Él se había pasado 20 años en India estudiando la música clásica de allí. Sabe lo que no está escrito. Y me dijo: “Llevo muchísimos años tocando el bansuri y jamás había tenido el sonido ese que hacés tú con la guitarra”. A partir de ahí comenzamos a trabajar juntos en composiciones, y eso derivó en Raga & blues [2018]. Ese es un disco que grabamos en vivo en Madrid con el tablista nepalí Navaraj Gurung, que es el hijo de quien le enseñó a tocar la música clásica de India a Guerra.

¿Es una música muy difícil?

Sí, las ragas son muy complejas. Ellos, por ejemplo, no tienen una sola escala como nosotros. Si quieres tocar la raga del amanecer, de repente son cuatro notas subiendo, pero cuando llegas al La tiene que bajar al Sol para luego subir hasta el Mi, y cuando bajas la escala no tiene nada que ver con la de la subida. Hay que empezar a estudiar muy joven y darle muy duro.

En tu canción “Perro flaco” decís “He perdido el duende”. ¿Cuándo regresó?

Cuando empecé a hacer lo mío. Estaba un poco cansado de lidiar con bandas y compromisos de otros, así que en un momento decidí volver a mis canciones. Saqué todo lo que tenía adentro figuradamente y también de forma literal. Tenía mucho material que estaba en cajones. Por ejemplo, “Do”, que está en el disco UyyyUyUy!!, es una canción que tenía guardada de los 80.

UyyyUyUy!! es como una contracara de tu disco Chau.

Son lo mismo.

Pero el UyyyUyUy!! es más luminoso.

Pasaron muchos años. Aprendí a arreglar mis temas. Cuando sos joven a veces tocas más de lo que deberías. Luego te das cuenta de que menos es más y en vez de seguir agregando otra y otra frase, te concentras en un solo fragmento. Es como que empiezas a quitar lo que sobra.

Ese disco arranca con “Nos vamos al monte”. ¿Me contás de esa canción?

Un amigo tenía una casa en una ruta de pueblos negros. Se le llama así porque las casas son todas de alhaja negra, las paredes y los techos. Nos quedábamos hasta una semana entera en un lugar que en realidad había sido un refugio de cabras macho. Construimos una chimenea, unos taludes para poder dormir, una cocina, hasta que la convertimos en una casa. De esas vueltas, sale esa canción.

Chau es un disco que compuse en gran medida en Rincón de la Bolsa y UyyyUyUy!! tiene un montón de temas compuestos en Menorca, en el medio del campo, como “Ya me estoy cansando”, que es un tema hinduista. El aire libre me inspira muchísimo.

¿No creés en ningún dios?

No. Creo en mí y en la gente que tengo a mi alrededor. En mis amigos y mi familia. La energía que nos rodea es la nuestra. Si tú tienes buenas vibraciones vas a encontrar buenas vibraciones. Si tú estás todo el día diciendo “esto es una mierda” o “aquel es un hijo de puta”, lo que vas a encontrar son hostias por todos lados. Si estás generando una energía negativa, lo más probable es que te choques con lo mismo.

Me quedé pensando en lo del blues inglés y el americano.

Yo tuve la suerte de acompañar en vivo a Carey Bell [cantante y armonicista, nacido en Macon, Mississippi] y Louisiana Red [guitarrista nacido en Bessemer, Alabama]. Es como el flamenco. Cuando entrás en las raíces de un género, más vale que te vayas. Con Carey Bell toqué el bajo todo un año en una gira por España y cuando vino otra vez lo primero que hizo fue pedirle a su promotor que me llamara. No me lo podía creer. Yo tocaba mirando su cabeza. Con puros gestos él te decía cómo seguir. Louisiana Red parecía que golpeaba la guitarra con los dedos enormes que tenía. Nosotros no podemos tocar como ellos. Imposible.

Experiencias como esas te modifican, ¿no?

Claro. Arriba del escenario te marcan un tono y los tenés que seguir. Cuando terminé el primer concierto me dije: “Me acabo de dar cuenta de que de blues no sé nada, por eso toco blues inglés”.

Show y presentación del libro-disco Flaco Barral: sobras completas: sábado a las 20.30 en la sala Camacuá (Camacuá 575). Entradas a $ 900 en Redtickets.