Lilah lleva un ramo de caléndulas y flores de manzanilla. Las juntó en el camino, rumbo a esta entrevista, con su ojo siempre atento al encuentro de una nueva especie. Le gustan las flores más simples y silvestres, las que nacen entre agua abandonada o cemento. Las colecciona y las cuida, las regala en sus shows y también las receta, con su oficio de fitoterapeuta que ejerce desde mucho antes de dedicarse a la música, ahora desde un consultorio en el balneario Bella Vista.

“El año pasado estaba estallado de glicinas”, rememora la cantante. “Es una flor que tiene una medicina a nivel sutil que se dice que sirve para el deshielo del corazón. Así que me pareció súper lindo tenerlas en el show de presentación de mi disco, por eso de entregarse a las fuerzas de lo vivo”.

Años atrás, tocó el tambor piano en la fundación de la comparsa La Melaza, escribió para teatro y fue coautora de canciones tan importantes para la música uruguaya como “Soy pecadora”, de Ana Prada. Ni se le ocurría pasar al frente con su voz; lo recuerda como un momento de composiciones y de permanencia silenciosa.

“Yo me siento una divulgadora del mundo herbal. Aprovecho el escenario para contar historias y llevar información de para qué sirven determinadas hierbas”, cuenta sobre su peculiar apego a la naturaleza y las especies de la flora. “Me crie al lado de mi abuela. Mi madre decía que mi abuela tenía dedos verdes porque lo que plantaba crecía. Siempre tuve esa cercanía con las plantas”, explica.

Fruto tardío (2022), su primer disco, arranca con “Trozos de infinito”, una melodía luminosa sobre el texto del poema “Yo soy…”, de Alejandra Pizarnik. En el medio de las nueve canciones escribió “Los canelos”, para un folclore de cuna, y la muy rítmica “Letras en el viento”: “vos y yo, un compás fuera de tiempo”, canta.

“Mi música brotó de grande”, dice con conservado asombro. “Soy una mujer de más de 40, por eso también el nombre del disco. Habiendo recorrido otros caminos, me encontré con que tenía una voz poética y de cantante súper fuerte. Fruto tardío tiene mucho que ver con el fluir de un río. Como que se fue abriendo paso”, reflexiona.

Viaje al encuentro de sus raíces

En 2017 Lilah viajó a Armenia. Sabía algo, no mucho, sobre los orígenes de su familia, que llegó a Uruguay en el siglo XIX. “Mi musicalidad viene un poco ahí; yo no era consciente de eso hasta que empezó a salir en forma de rítmicas de la guitarra y compases irregulares”, cuenta.

“Viajé buscando mi ancestralidad. No fui a buscar música, pero cuando volví empecé a componer y era raro lo que sonaba, pero el impulso creativo fue notable, imprevisto”. Su travesía fue extensa y minuciosa: “No encontré referencias directas a mi familia, pero lo que sí me pasó fue que sentí una resonancia con lugares propios que yo no sabía de dónde venían: aromas, paisajes, cierta calidez”, expresa. En las decenas de charlas y encuentros con lugareños le dijeron que esa sensación no era otra cosa que “el llamado de la sangre”. Jan, su apellido artístico, quiere decir “querido/a” en armenio.

“Me apropié de la música después de ese viaje”, explica. “La música, o la canción, tiene una cualidad que tienen muy pocas otras expresiones artísticas; es como un elixir, como una gota pequeña que puede sintetizar mucho. En dos minutos de canción puedo hacer referencia a 20 años de mi vida, y eso es un megapoder, y además tiene alas”, cuenta.

“Soy lectora de poesía”, confiesa, “y siempre escuché mucha música femenina; me interesa particularmente la voz de las mujeres. En este momento estamos recuperando un equilibrio de voces y me parece alucinante como parte del equilibrio interno de la humanidad. Hay mujeres que me marcaron muchísimo: Violeta Parra, Marosa Di Giorgio, Sylvia Meyer, Queyi, Adriana Calcanhotto, Alejandra Pizarnik; también tengo que nombrar a copleras argentinas como Mariana Baraj y Mariana Carrizo y otras cantantes uruguayas como Eli-U Pena. A mí me gusta encontrar lo místico de la naturaleza. Para mi segundo disco voy a grabar “Bruja del río”, un poema de Soledad Castro Lazaroff. Ese texto lo encontré de casualidad en su Facebook. Lo agarré, lo canté y en un minuto quedó pronta la composición. Como que la música ya estaba ahí”, relata.

“En los shows estoy en diálogo todo el tiempo, no solo desde la palabra, desde la irradiación y lo energético; tengo una vivencia de la música que me hace estar con las personas. Me gusta que haya una pequeña luz para mirar a la gente a los ojos, todo el tiempo lo que está pasando en ambas direcciones”, afirma.

“El escenario es uno de los lugares donde me siento más conectada y para mí eso fue una sorpresa. Mi tercer show en la vida fue en la sala principal en el teatro Solís. Fue impensable y delirante. Yo misma me preguntaba: ¿cómo puede ser que tenga esta naturalidad? Arriba del escenario no dudo; después, en mi vida, puedo dudar de todo. En el medio de un bosque, o en una sierra, y en el escenario, son los dos lugares donde siento que estoy conectada de una manera especial”, concluye.

Lilah Jan, sábado a las 20.30 en el Centro Cultural Artesano (Aparicio Saravia 4697). Entrada libre y gratuita. Reservas por Whatsapp al 091 224 997.