Este carnaval la comparsa Yambo Kenia sale de vuelta a ganar. El optimista augurio queda definido con un gesto seco y sereno en el rostro del verborrágico y permanente soñador Eduardo da Luz. Ya se puso de pie rumbo al ensayo, apoyado con una mano en una silla de madera revestida de grueso barniz, en el Café Bacacay la diaria, sobre un punto ideal para ver por las ventanas del negocio la monumental fachada del Solís. Todavía no pasó una semana del día en que en ese teatro el célebre cantante, compositor y arreglador musical recibió el reconocimiento de la Intendencia de Montevideo como Ciudadano Ilustre, con un concierto en el mítico escenario.

Allí festejó también 60 años de trayectoria artística, en sintonía con la celebración del Día del Candombe. “Nunca imaginé que se podía dar algo así, y mucho menos con un teatro Solís colmado”, cuenta ahora sobre las emociones que vivió el domingo, aunque no le habían faltado anhelos, sueños e ideas para concretar esos sueños.

“¿Por qué el candombe no puede ser de gala?” se le ocurrió un día, mientras preparaba un espectáculo de la comparsa Sierra Leona para el carnaval de 1993. “Empecé a delirar, yo con un atril y de smoking dirigiendo la orquesta. ¿Por qué no? Estaba aburrido de ver que el único momento en el que los tambores se lucían era cuando hacían una especie de caracol al final de los espectáculos del Teatro de Verano”.

Así compuso su “Sinfonía de tambores”, y mucho antes de interpretarla sobre el escenario del máximo templo local de la música clásica la vio convertirse en una de las melodías más emblemáticas de la cultura uruguaya, presente en los instantes previos de eventos de vida o muerte, como los partidos del seleccionado uruguayo de fútbol, y antes de cada actuación del Concurso Oficial de Agrupaciones Carnavalescas.

“Yo sentí que este nombramiento que me hacían a mí también era de unos cuantos otros ciudadanos candomberos por su lucha constante por el candombe canción”, dice Da Luz, sobre su flamante condición de Ciudadano Ilustre. “Ese premio también era de Pedro Ferreira, [Hugo] Cheché Santos, Carlitos Silva, Esther Fernández, Heber Píriz, y los que vienen de atrás, que también son partícipes de esta historia y que de una u otra forma intentaron que el candombe saliera adelante y que no fuera cosa de tres o cuatro tambores en una manifestación”, apunta el artista.

¿Seguís pensando que le sigue faltando reconocimiento al candombe?

Cuando la Unesco lo declaró Patrimonio Cultural de la Humanidad en 2009, pensamos: “Ojalá que esto sirva para avanzar”, pero no pasó nada. Sigue sin haber candombe en las radios, salvo alguna excepción. Hay festivales de rock, de plena, de esto y de lo otro, y el candombe es la música que mejor nos representa, pero sigue siendo invisible. El turista lo primero que busca cuando llega a Uruguay son los tambores. Yo he tenido la suerte de viajar mucho y el candombe mata, pero acá las prioridades siguen siendo otras.

Y no se trata de ninguna rebeldía, es frustración, porque todavía no se valora el candombe como se debe. El reconocimiento que recibí lo tomo como un bálsamo y valoro mucho que Malena Muyala [directora del teatro Solís] haya pensado que debía recibir este premio con una gran actuación, pero todavía falta mucho.

En tu extensa trayectoria, además de lo que hacés en carnaval, has tocado con grupos que hacen jazz, funk, soul, tango. Da la sensación de que, gracias a propuestas nuevas de candombe fusionado con otras cosas, se han logrado ciertos avances.

Lo que no avanza es el candombe puro, que es el que yo trato de hacer y que no se pierda. Por ejemplo, “Simples rumores”, un tema que yo compuse y que está en mi primer disco como solista, ahora lo canta Jona Suarez Gularte. Él lo fusionó con plena y me alegro mucho por el chiquilín, porque llevó tambores. Yo les digo siempre a los gurises: “Si quieren cambiar alguna cosa, está muy bien, pero sin perder la identidad”. Hay como tres generaciones que venimos bancando el candombe puro, que es el que aprendimos con muchos negros viejos y que hay que respetar.

En ese sentido, siempre hablás de no perder la esencia y del sonido de la madera. ¿Vos cómo adquiriste ese sonido?

En casa siempre había discos de candombe, pero tampoco es que había tanto editado. Lo primero que se escuchó en casa fue Negrocan con Hugo Cheché Santos, y alguna cosa de fusión que venía de Alberto Castillo y Romeo Gaviolli. Después estaba Pedro Ferreira, que era algo más “acubanado”, y luego aparecieron Rodolfo Morandi y Néstor Silva como una nueva generación de cantantes de candombe.

Tengo muy presente lo que me decía [Eduardo] Cacho Giménez cuando yo le pregunté con qué tambor había empezado a tocar él. Me decía: “No, a mí primero me mandaban a buscar lonjas al Paso de la Arena, o a enrollar papeles para calentar los tambores; después fui gramillero. Y ahí, como en la escuela, primero a tocar el tambor chico”. Ahora viene cualquiera, se compra un repique y toca repique. Le preguntás: “¿Sabés tocar el chico?”, y no sabe.

No puede ser así. Antes cerrabas los ojos y escuchabas música, ahora por ahí escuchás ruido. Arrimabas la oreja y sentías la conversación de los tambores. De repente venía un repique, hacía unos compases y sobaba al de al lado, que bajaba a la madera para seguir por ahí; el piano iba hablando con el otro piano, era una melodía y una partitura que se iba armando en el aire.

Ahora agachan la cabeza, empiezan a repicar, tocan a 100 por hora y es un laterío bárbaro. Después están los famosos cortes; de eso no existía nada antes. Ahora lo que menos hacen es tocar candombe. Quieren imponer algo que a mí me da tristeza y miedo.

¿En qué barrio te criaste?

Nací en la escalinata de Durazno y Bulevar Artigas. Después, mi viejo, que trabajaba en el Hospital de Clínicas, estaba en el Instituto [Nacional] de Viviendas Económicas, y a nosotros nos tocó en Propios e Instrucciones, cerca del Centro de Protección de Choferes. “Ahí crecí llevando el pantalón largo, donde las ruedas de amargo se hacen largas y pronunciadas, donde de alguna patada la guinda se desinfla, allá adonde el sol ya pincha apenas de madrugada; viejo bloc de apartamentos de ventanitas iguales, soportaste vendavales siempre derecho y erguido, otra vez estoy contigo como los días de siesta”, eso es de un recitado que le escribí al barrio hace tiempo.

¿Tu padre tocaba el tambor?

No vengo de familia de candombe. Nos gustaba, pero nadie tocaba el tambor.
Mis hermanas cantaban muy bien. Los domingos después de los ravioles que hacía la vieja nos quedábamos todos de cantarola. Un día un vecino le dice a mi padre: “Lo felicito, Da Luz, qué bien que cantan sus hijos”, y mi papá le contesta: “En casa son todos artistas, el único que trabaja soy yo”. Un fenómeno.

¿Cómo empezaste más profesionalmente con la música?

A mí me gustaba recitar. No sé cómo fue que apareció en casa un libro de Héctor Gagliardi. Yo tenía como caballito de batalla su recitado de “Los reyes magos”, y con eso curraba en el barrio. Yo arranqué en el año 62 en el programa La revista infantil, de Miguel Ángel Manzi, que estaba en CX 24 La Voz del Aire. En 18 y Ejido tenía una fonoplatea, ahí conocí a Nancy de Vita y a Olga del Grossi, por ejemplo. Un día Manzi me pregunta: “¿Qué vas a hacer?”. Le dije que venía a recitar. “¿Y por qué no cantás un candombe?”, me pregunta. “¿Eso porque soy negrito?”, le digo. “No, porque sos simpático”, me contestó para salir del paso. Ahí arranqué cantando “Tamboriles, tamboriles”. Después estuve en Canal 12 y en la década de 1970 recalé en Canal 10.
Ya desde la escuela me gustaba escribir. Cuando a algún amigo le gustaba una compañera me decían: “¿No me hacés una carta?”. Inventaba obras de teatro con los gurises del barrio. Siempre fui muy careta, también para hacer personajes.

Llevás 60 años de artista, aunque por mucho tiempo también trabajaste como técnico eviscerador en el Hospital de Clínicas.

Al hospital entré en 1975 y me jubilé en 2016. Mi viejo había trabajado ahí también. Antes del 24 y el 31 de diciembre, con los pacientes que podían bajar a planta baja, algunos incluso con algún suerito, se armaban unas fiestas muy lindas; yo iba con la guitarra y Cristina Morán hacía de anfitriona.

¿Estuviste muchos años trabajando en la noche como cantante?

Sí, eso me cansó. Fue muchísimo tiempo. Actué en el Hotel Columbia varios años, en La Cumparsita, y cantaba todos los días porque trabajábamos con turistas. Venía bárbaro en lo económico, pero te perdías de estar con los amigos y la familia en las fiestas.

¿Qué es lo que impulsa a alguien por tanto tiempo a seguir subiéndose a un escenario?

Yo también me hago esa pregunta. Es un bichito que te pica. A esta altura ni siquiera es por la plata. En la pandemia me agarré una depresión muy grande. Entonces mi señora, que es enfermera, me propuso que nos fuéramos a vivir por un tiempo a una casita que tenemos en Marindia. “Después cuando se acomode la cosa, volvemos”, me dijo. Y no me quise venir más. Encontré mi lugar en el mundo. Vengo para Montevideo y enseguida extraño. No sabés la paz que se siente. Te levantás con los pájaros y el olor a tierra mojada. Salís a la calle y aunque no te conozcan los vecinos te saludan. No te digo que esté por colgar los botines, pero pienso que tengo que empezar a disfrutar un poco más de la vida.

Formaste parte de un sinfín de comparsas. A fines de los 80 estuviste en Concierto Lubolo, que marcó toda una época en la categoría.

Me acuerdo de conversar con Fernando Hurón Silva, Juan Carlos El Cabeza Curcio (dos de los directores del conjunto). Ellos decían: “La comparsa tiene que ser diferente al resto”. Era un momento bastante embromado, pero a mí nunca me pesaron las cosas que quería decir. Yo pensaba: “El negro tiene que salir del lugar de la pasividad. Hay que expresar lo que estamos sintiendo”. Me acuerdo de cuando escribí el tema “No va más” para un espectáculo. Un día nos llama el jurado que atendía en la Comisión de Fiestas, me dicen: “Eduardo, conocemos tus candombes, y nos llamó la atención este tema…”, y uno de los dueños de la comparsa con los que fuimos a esa reunión dijo: “No le vamos a cambiar ni una coma al tema”. Ese año estábamos para ganar y salimos segundos de vuelta.

Siempre estás escribiendo algo, ¿no?

Siempre. Debo tener como 1000 canciones. Efraín González, el dueño de la comparsa Uráfrica, falleció el año pasado y su hermano me pidió que le escribiera un tema. Ese me llevó un tiempo, pero este sábado nos vamos con toda mi banda a juntar con la comparsa y lo vamos a estrenar. Y no solamente escribí para carnaval, también para cuadros de baby fútbol, para clubes de barrio, y además de candombes, música melódica, baladas, en ese momento en que uno le escribía a alguna noviecita.

¿Te gusta el jazz?

Me encanta. Y no me gusta decirlo yo, pero dicen que canto muy bien el tango y me gusta mucho. Hace un tiempo en el Sodre estuvimos cantando con Rubén Rada en su espectáculo Tango, milonga y candombe. También me encanta la bossa nova, me pongo en los auriculares a Gal Costa y me olvido del mundo.

¿Cuál fue la mejor época de los tablados de carnaval que vos viviste?

Te diría que fue de 1965 a 1970. En 1965 Dalton Rosas Riolfo tenía el tablado en Rondeau y La Paz. Más adelante, otro momento lindo fue con Pedro Grafiña, que tenía el tablado La Hora. Con Concierto Lubolo abríamos y cerrábamos la noche. Al Club Sayago íbamos al mediodía. A veces alguien preguntaba: “¿Cuántos tablados tenemos hoy”, y el dueño te decía: “Seis”. ¡Y nos parecía poco!

¿Llegaste a actuar en el Mar de Fondo?

Esa era otra historia. Su eslogan era “Promete y cumple”. Iban conjuntos de carnaval y orquestas. La primera actuación iba a las diez de la noche. Y vos armabas la comparsa dos cuadras antes y entrabas al escenario como en una llamada.

Cuando tenés un momento para mirar atrás en tu vida, ¿de qué te acordás?

Me gustaba jugar al fútbol, no era malo, pero tampoco brillante. Mi madre me ponía un pañuelito de seda para cuidarme la garganta. Imaginate mis amigos, me recontra cachaban. Mi madre y mi familia dieron todo por mí. El nene tenía que tener zapatitos nuevos si tenía un compromiso, me acompañaban a todos lados. La música era algo que me gustaba, pero sin ese apoyo no sé qué hubiera pasado conmigo. Mi madre tenía una memoria bárbara. Veníamos al Palacio de la Música a buscar partituras para que después yo estudiara.

¿Cuál es el tema que más te gusta cantar?

“Mi identidad”. Es un tema que me marcó mucho y que quedó en la gente. El otro día abrí y cerré con ese tema. Yo tenía un desafío personal, pensé que por estar en el Solís la gente se iba a cohibir, y yo quería saber cuál iba a ser su reacción. Al final la gente no se aguantó, se levantó de las butacas y se puso a cantar y bailar como nunca.

Foto del artículo '“El candombe es la música que mejor nos representa, pero sigue siendo invisible”: Eduardo da luz, Ciudadano Ilustre de Montevideo'

Foto: Alessandro Maradei