“Una no canta para dar consuelo. Una canta para compartir el dolor”, dice Julieta Laso desde su cuenta de X. La definición está a tono con su arte a la intemperie, siempre desgarrado, tan alejado de los estándares como le permita su vibrato de fonda arrabalera. Es heredera de una estirpe que viene de lejos y que suele dejar en offside a quienes intentan explicar el arte musical desde fórmulas matemáticas y recetas industriales.

Como Alfredo Zitarrosa o Mercedes Sosa, la cantora se apropia de las canciones, subraya las líricas como un marcador negro flúor, les desnuda el alma, las degenera y las devuelve a la platea que escucha hipnótica. Por donde pasa su voz crecerán espinas y también azahares.

Antes de ser cantora fue actriz, una experiencia que, asegura, no era del todo gratificante. “Formé parte de un grupo que se llamaba Teatro Libre y lo que menos sentía era libertad”, confiesa en Terminal Norte, el documental que la tiene como protagonista y que fue dirigido por su pareja Lucrecia Martel. Hasta que en el ensayo de un musical alguien le sugirió tomar el trillo del canto, comenzó a estudiar, a frecuentar milongas, se rodeó de músicos y tomó la escena como una chamana a medio camino entre Tita Merello y Tom Waits.

En 2010 editó su primer álbum, Tango rante, y unos años después ya formaba parte de la Orquesta Típica Fernández Fierro, ese convoy que sacudió la escena desde los suburbios de la autogestión y se convirtió en la vanguardia del nuevo tango argentino. En 2018 se bajó de la locomotora y retomó la senda solista.

Desde entonces editó cuatro trabajos tan recomendables como eclécticos. El último, Pata de perra, cuenta con la producción del músico chileno Macha –Chico Trujillo, Bloque Depresivo, entre otros proyectos– y fue lanzado el 2 de noviembre. “El día de los muertos. Que los muertos nos ayuden, porque los vivos dejan mucho que desear”, auguraba –otra vez– desde la ex red del pajarito.

Ahora Julieta Laso regresa a Montevideo para cantar en la sala Zitarrosa este sábado en el marco del ciclo de mujeres y disidencias de la música y el audiovisual Marea. Hace tres años, por razones pandémicas, se mudó a Salta –de donde es oriunda Martel–, pero pasa yendo y viniendo a Buenos Aires. Desde allí conversó con la diaria, en el medio de los ensayos –en Chile– para la presentación de Pata de perra y de la convulsión electoral de su país.

¿Con qué formación venís a Uruguay?

Me volví a reencontrar con los músicos con los que arranqué hace 15 años y con ellos voy a Uruguay. Juan Otero, Germán Montaldo y Leandro Ángeli, guitarristas integrantes del cuarteto La Púa, muy conocidos aquí. Diez años más tarde, nos volvimos a encontrar. Ellos fueron los primeros que creyeron en mí, me dijeron “vos tenés que cantar, nosotros te vamos a hacer el grupo”, cuando ya eran los guitarristas que son y yo no había ni empezado, así que les tengo un cariño muy especial, fueron los primeros en creer en mí. Es una alegría, además de que nos entendemos muy bien. Elegí un repertorio que me gusta mucho, en el que hay bastante tango, también hay muchos uruguayos porque hacemos dos temas de Mocchi y otro de Zitarrosa.

En ese inicio fue fundamental Alejandro Balbis.

Claro. Yo era actriz y en una de las últimas obras en las que participé Ale Balbis era el director musical. Teníamos que cantar muchísimo y yo cantaba, pero poco y nada; él fue el que me dijo: “Negra, vos tenés que cantar. Yo te voy a llevar a una milonga y vas a conocer a un montón de músicos, tenés que ir”. Se llamaba Milonga Orsay, ya no existe más; era una milonga de la nueva camada del tango: Julián Peralta, [Patricio] el Tripa Bonfiglio, muchos que eran de la Orquesta Fernández Fierro también. Y ahí aprendí todo, como que me fui formando en esa milonga. Empecé a estudiar. El horario de la zapada era como a las tres de la madrugada; yo estudiaba un tango y lo pasaba ese jueves, y así todas las semanas. Ahí conocí a los guitarristas con los que voy a ir a Montevideo. Así que sí, Ale Balbis fue muy importante.

El año pasado le dijiste a la diaria que te gustaría tener un vínculo permanente con Montevideo.

Sí. Voy todos los años, cada vez que hay una posibilidad de ir a cantar para mí es una alegría gigante. Por suerte, este año fui invitada de Mocchi en el Solís, fue maravilloso, y también acabo de ir hace muy poquito a La Trastienda con el maestro Daniel Melingo. Así que se está haciendo de a poco una relación más fluida. Intento, todos los años, ir con la formación mía, así que es eso, generar un público y un mundo que es un país que amo.

A la vez estás en plena presentación de tu nuevo disco, que va para otro lugar tanto en sonido como en repertorio.

A mí me gusta mucho el folclore latinoamericano, de toda la vida. He viajado a Colombia a conocer a [Son] Palenque, a Petrona Martínez, a las bullerengueras. Me gusta la rumba, el vals peruano, y siempre tuve ganas de hacer algo en ese sentido. Hace diez años conocí a Macha, que es un musicazo chileno increíble, un fenómeno te diría; tiene muchas formaciones, tal vez la más conocida sea Chico Trujillo. Nos conocimos en un festival; yo estaba con la Fernández Fierro y nos hicimos amigos, además de la admiración que le tengo, que es enorme. Me llamó cuando ya estaba terminando la pandemia para grabar un tema con su banda Bloque Depresivo –“Gato negro en Buenos Aires”– y ahí me animé a decirle si no quería ser el productor de mi siguiente disco, que es este, Pata de perra, sabiendo que era complicado por la agenda que tienen, que es muy intensa, y también por las distancias. Pero lo logramos; tardamos dos años y medio. Tuvimos la suerte de que Guido Nisenson, que es un gran ingeniero de sonido argentino, estaba viviendo en Chile, trabajando con él; así que Guido grababa en Chile, después grababa yo en Buenos Aires, La Dame Blanche grabó en México, por eso llevó también tanto tiempo. Ahora la presentación medio que es única e irrepetible, porque para que pase tienen que viajar muchas personas, va a ser más fácil presentarlo en Chile que en Buenos Aires. Por ahora vamos a hacer una única presentación, pero mantengo también el otro formato.

Foto del artículo 'Julieta Laso: “Me gusta ir moviéndome dentro de la música popular”'

Foto: Difusión

Más allá de los formatos, tus discos cambian mucho de uno al otro. ¿Lo tenés claro desde el inicio del proceso de creación?

En este caso sabía que iba a ser un disco de folclore latinoamericano, que iba a ser muy diferente a Cabeza negra [Premio Gardel 2023 a Mejor álbum de artista de tango], el disco que hice con Yuri Venturín como productor artístico, el director de la Fernández Fierro: es el disco más trágico que haya hecho, no creo que logre hacer uno más trágico [risas]. Y este [Pata de perra] es el más alegre. La verdad, a los dos discos los amo, pero me pone muy contenta que sean tan distintos uno del otro, porque me gusta ir moviéndome dentro de la música popular.

¿Y Salta cuánto te influyó en esas búsquedas?

En Cabeza negra empezó a aparecer por primera vez en mis discos un sonido del norte, la caja, una vidala [con letra de su autoría]. Supongo que influyó. Y esto ya es otro mundo, más América Latina. Este disco ya me hizo estar dos meses en Chile, viajar a México, y todavía no había salido, así que espero que me lleve mucho por el continente.

¿Pero te cambia el punto de partida o la inspiración estar parada en los adoquines porteños o en la falda de la cordillera?

Sin duda, estoy mucho más en contacto con el folclore, con la copla. Para mí fue una gran decisión irme. Obviamente, tengo que viajar mucho y entonces estoy medio año acá y medio año allá, pero todo el tiempo allá es tiempo ganado. Me encanta ir a los festivales populares y todas esas cosas que no conocía.

Dijiste que Cabeza negra era tu disco más trágico. Sin embargo, no es un disco que te tire hacia abajo, más allá de la oscuridad. ¿Tiene que ver con que la atmósfera sea tanguera?

Cabeza negra es el álbum más tanguero que hice luego de la Fernández Fierro. En mi carrera solista, ni Martingala ni La caldera tenían tango, tampoco una formación tanguera. Cabeza negra son cuatro bandoneones, un contrabajo y bombo o caja, y está pensado como un disco de tango; tiene rabia, es trágico, es telúrico. Este último es alegre, medio danzarín, hasta podés bailar. Generalmente, ya no hago todo el tiempo tango.

¿Te pesa que te asocien tanto al tango?

No. No, porque la verdad es que si vos ponés mis discos no vas a encontrar muchos tangos, es por ahí mi forma de cantar, la forma de decir, que están muy en mí y por ahí muchas cosas las canto y parecen tangos, pero no lo son.

En Cabeza negra hacés “Canto de nadie”, de Zitarrosa, una canción que no es de lo más conocido.

Al maestro Zitarrosa, toda mi admiración desde siempre. Cuando hay compositores o músicos que tienen una obra tan grande, como en este caso, hay muchas canciones que son excelentes, pero quedan un poco en el olvido, por lo menos “Canto de nadie” no es un tema que la gente conociera mucho aquí. Y estuvo buenísimo, es un temazo. En ese disco hicimos bastante esas cosas también con Daniel Toro, con Horacio Guarany, agarramos algunos temas que nos parecían increíbles, que no habían sido tan famosos.

Aquí el colectivo de mujeres y disidencias de la música está en plena lucha en busca de que los espacios sean más equilibrados, entre otras reivindicaciones. ¿Cómo viene el panorama del otro lado del charco?

Al principio, en todas las formaciones con las que trabajé eran todos hombres. En la Fernández Fierro incluso éramos 16 y yo era la única mujer, aparte de ser la primera mujer en entrar a la orquesta, porque antes había habido cantores, el Chino Laborde, entre otros. Pero eso fue cambiando, después entraron violinistas [mujeres]. Por ejemplo, Cabeza negra lo grabé con un montón de bandoneonistas y eran casi todas mujeres, que era el instrumento en el que menos veías presencia femenina. Por otro lado, acá estuvimos bastante peleando por el cupo femenino en festivales y un poco la cosa cambió. No te podría decir que ya está, que está perfecto, pero sí cambió. Vamos a ver qué pasa ahora [con el nuevo gobierno].

¿Qué reflexión te merece la coyuntura política de tu país?

La verdad es que es muy desolador. Por momentos, uno no puede creer lo que se está viviendo a nivel político, no puede creer lo que escucha, y todo el tiempo te preguntás cómo llegamos hasta acá, cómo pudo pasar esto. Pasara lo que pasara en el balotaje, el país ya había cambiado, por más que [el presidente electo Javier] Milei no ganara, ya tenía un montón de diputados, un montón de personas que apoyan sus ideas o lo apoyan a él, no terminaría de quedarme claro. Así que va a ser un tiempo difícil, en el que vamos a tener que poner mucho el cuerpo, defender lo que hay que defender y estar unidos, porque en verdad va a ser difícil, eso está claro.

En este sentido, ¿el arte qué lugar puede ocupar?

Un lugar de resistencia, como siempre.

Julieta Laso en el ciclo Marea. Sábado 2 de diciembre a las 21.00 en la sala Zitarrosa. Entradas en Tickantel y boleterías de la sala a $ 900.