Este nuevo trabajo de Deborah Colker nació de la angustia personal ante la enfermedad que padece su nieto, la epidermólisis ampollosa; sin embargo, el espectáculo fue mucho más allá de lo personal o autobiográfico. Cura trata sobre el dolor y la sanación, sobre la ciencia y la fe. Estrenado el 6 de octubre de 2021 en Río de Janeiro, fue concebido por Colker en 2017, pero fue a partir de la muerte del científico Stephen Hawking, en 2018, que la coreógrafa forjó la idea definitiva de esta obra: ¿cómo encontrar la cura donde no la hay?

Cura comienza con el relato, en la voz de un niño, de la leyenda del orixá Obalúae, quien se representa con el cuerpo cubierto de paja para tapar sus deformidades y ampollas. Obalúae es una divinidad de gran poder, capaz tanto de causar grandes epidemias como de curar todo mal. Luego, penumbra, telón transparente y un solo bailarín en escena con un lienzo blanco con el que cubre su cuerpo mientras detrás del telón se pueden ver grandes cilindros. De pronto, un grito, una explosión, y la escenografía aparentemente rígida se transforma en movimiento y se tiñe de amarillo oro que recuerda la paja de la leyenda de Obalúae. Los bailarines evocan la danza del orixá dentro de los cilindros dorados.

Desde el primer momento el espectáculo atrapa, manteniendo la tensión del espectador en cada cuadro, provocando torbellinos de emociones durante toda la obra. Emoción significa “movimiento hacia afuera”, transmitir hacia afuera, dejar percibir desde afuera lo que ocurre adentro, y Colker plasma maravillosamente la intensa búsqueda que hizo en su interior en la aceptación de lo que está dado. Así lo comentaba a la agencia Efe: “Este espectáculo no fue una elección; fue una necesidad, una urgencia, lo tenía que hacer. Tenía que hablar de esto, expresar el sentimiento de esta cura, de que tenemos que luchar y aceptar”.

La obra transcurre entre cuerpos convulsos o que no responden, entre el dolor y la esperanza, la lucha y la aceptación. La brillante técnica de los bailarines es un elemento destacado, en armonía perfecta con la música que transcurre entre percusión afro, melodías de piano, cantos a capela, ruidos de la naturaleza. Son los bailarines quienes mueven la escenografía: en sincronización perfecta con sus cuerpos intervienen su entorno, mueven el afuera. Escenografía que se une a la danza ampliando las posibilidades de movimiento con la contundencia y la brillantez de lo sencillo. Los colores predominantes son el rojo y el dorado tanto en los trajes de los bailarines como en la escenografía, las luces y las proyecciones.

Colker apela también al silencio y crea un clima mágico y tenso entre los espectadores y los bailarines, que se mueven sin siquiera dejar oír su respiración; nuevamente la brillantez técnica puesta al servicio de transmitir, de conectar con el otro. Las palabras también tienen su peso y en varios momentos se proyectan sobre el escenario apoyando la escena. Los bailarines también cantan, algo muy desafiante para todo bailarín; “cantan y encantan”, tal como define Colker. Es un momento de plegaria, de rezo, cuando bailan y cantan frente a un muro de bloques que ellos mismos armaron; y vuelven a cantar con la alegría de la esperanza al final de la obra, cuando cantan, bailan y sonríen derribando el muro.

Lo multicultural está en constante diálogo armónico con la fe y la ciencia, llevando al espectador en un viaje de sensaciones y emociones que atrapa. La tensión se suelta al final, cuando los bailarines cantan al ritmo de sus palmas y bailan con alegría contagiando al público, que de pie aplaude y se suma con palmas al ritmo de la música. Nuevamente el escenario se viste de dorado, ahora en las túnicas de los bailarines que se agitan, se cruzan y resplandecen como la paja de la leyenda de Obalúae.

La cura en la enfermedad, a pesar de la enfermedad y más allá de la enfermedad, con el amor y la alegría como elementos indispensables para la vida. Un espectáculo movilizante y maravilloso.

Cura. Coreografía y dirección de Deborah Colker, música de Carlinhos Brown, arte y escenografía de Gringo Cardia, dramaturgia de Nilton Bonder y vestuario de Claudia Kopke. Se presentó en dos únicas funciones, el sábado 15 y el domingo 16 de abril, en el teatro Solís.

Deborah Colker

Nació en Río de Janeiro el 6 de diciembre de 1960. Es bailarina, coreógrafa, escritora y directora de teatro.

En 1980 ingresó como miembro a la compañía de la coreógrafa uruguaya Graciela Figueroa. En 1984 se inició en el arte de crear coreografías y dirigir algunas piezas de movimientos para espectáculos musicales, programas de televisión, películas y escuelas de samba.

Deseosa de crear un lenguaje coreográfico propio, fundó su propia compañía en 1994, con la que creó varias piezas completas muy aclamadas, como Vulcão, Velox, Mix, Rota, Casa y 4 por 4.

Fue la primera artista brasileña en ganar el Premio Laurence Olivier, uno de los más importantes en el Reino Unido, en la categoría Outstanding Achievement in Dance, por su coreografía de Mix en 2001. En 2009 se convirtió en la primera mujer en dirigir un espectáculo del Cirque du Solei, Ovo. En 2018 fue galardonada con el premio Benois de la Dance por la coreografía de su obra Perros sin plumas.