“Y así pasan los días de mi vida / en libertad y a solas / en este claroscuro / de luces y de sombras / como larga bandada / de pájaros sin trinos / sin alas y sin horas...”. Esta es otra historia de la pandemia. El poeta Ignacio Suárez se encontraba en su “exilio vertical del Palacio Salvo” y para despuntar los días comenzó a publicar poemas en Facebook. Uno de ellos, “Pascua en cuarentena”, llamó la atención de Alberto Peyrou, quien le comentó que podía ser canción. Uno desafió al otro y luego de innumerables excusas “salió algo”; al autor de “Los boliches” le gustó y lo citó -como no podía ser de otra manera- en un bar, le entregó una carpeta con textos que al tiempo ya amenizaban reuniones de amigos. La pandemia se terminó, pero la música no.

Nacho Suárez, además de una extensa trayectoria poética -entre otros oficios-, no es un recién llegado al mundo de los discos. Sus versos transitaron las golas de Alfredo Zitarrosa, Yamandú Palacios, Pepe Guerra y Mercedes Sosa, entre otros. Es que aquellos -y estos- textos tienen vocación de canción, por ritmo, estructura y también por esa mirada cronista aliñada con un poco de tanguez de la ciudad y del país.

Beto Peyrou, por su parte, fue protagonista de los efervescentes 80 junto a su hermano Juan, con quien formaron el dúo Los Peyrou y editaron un par de discos, uno al comienzo y otro al final de la década. Sin embargo, las vueltas de la vida lo fueron convirtiendo en un cantor de casa adentro hasta llegar a un “ostracismo musical de casi 20 años”, apenas interrumpido por puntuales apariciones, como la participación en el valsecito criollo “El naranjal”, en el disco Coplas del mar de su sobrino Joaquín Peñagaricano, una especie de antesala de este regreso.

Desde el inicio, Volver es un disco que nostalgia. De hecho, luego del luminoso arpegio que abre “Niño de La Paloma” lo primero que escuchamos decir es “Si miro para atrás de blancos ojos”, pero ese aire de remembranza que atraviesa las 11 canciones no es un anclaje triste, sino un respiro, como dice Peyrou, “una forma de resistir a través de la memoria”, en esos tiempos de incertidumbre donde probamos cómo nos sentaba vivir en una distopía. Tal vez la palabra que lo define mejor es la portuguesa “saudade”, que se podría traducir como “añoranza”. A falta de un lugar que habitar, los recuerdos pueden ser acogedores.

La milonga “De niño” continúa con ese tenor de aventuras infantiles con sonido a violonchelo. “Yo de niño viajaba por los ojos / me escapaba por el cine o la palabra / con puertas, con porteros y con libros / que escondía debajo de las sábanas”. Cada canción tiene el apero necesario y para ese trabajo es trascendente la participación del guitarrista Andrés Poly Rodríguez -quien además de arreglador oficia de técnico de grabación- y de la cofradía de músicos que participan (Fede Righi, Gastón Bentancor, Pablo Leites y Martín Ibarburu, por nombrar algunos), más el batallón de parientes que también hacen a la cosa (Mayte, Moriana, Daniel y Pablo Peyrou, por ejemplo). Así, como “Niño de La Paloma” y “De niño” necesitaban de la mariposa marrón de madera para evocar, “Aromías”, ese aire de chacarera perfumado, estalla con el piano de Maxi Suárez, casi como un homenaje a Los Hermanos Ábalos, los santiagueños que suelen ser definidos como “los Beatles del folclore argentino” y que construyeron su característico sonido desde las teclas de Adolfo Ábalos.

El piano vuelve a brillar -esta vez a cargo de Hernán Peyrou- en “Tangos de la mar”, que es un vals y eso es un gran acierto. “Cuando navega un tango el piano es como un río / plateado como el frío de un arpón o un puñal”. En esta pieza Beto comparte el canto con su sobrino Matías Peyrou, hijo de Juan -fallecido en 2018-, y no hay manera de no percibirlo como un pequeño homenaje familiar y también artístico, porque este dúo remite a aquel otro.

Luego sí, una trilogía bien tanguera que es como un pequeño manual de las distintas maneras de abordar el género; desde la tradición oriental en “Pena de tango”, a pura guitarra y guitarrón de Poly Rodríguez, pasando por el ambiente piazzollesco de “Edison Bordón” -con la participación de Néstor Vaz en el bandoneón- y el mixturado “Fado/Tango” en el que la voz portuguesa de Joanna Camões luce por calidad, calidez y extrañamiento.

La bellísima “Entre mis sábanas” era una gran final, una coda calma como un mantra, pero Peyrou quiso cerrar con una especie de bonus track: el clásico “Poeta al sur”, popularizada por Zitarrosa y con música de Yamandú Palacios -incluida en el disco homónimo de 1972-. “El texto de Nacho me parece una premonición, una visión de sí mismo con 50 años de anticipación. La incluí en este trabajo como un homenaje a él mismo, que sigue vivo y al sur, entre los muertos y el mar, y canta su corazón cuando quisiera llorar”. Y otra vez, vale la pena decirlo: bienvenidas las revisiones de nuestro cancionero.

Volver no es sólo un disco, ya que el formato físico de esta edición es un cuidado libro donde las poesías de Nacho Suárez se intercalan con las fotografías de Cristina Lampariello, discípula de Diana Mines y responsable del diseño de este trabajo, además de toda la información que solemos apreciar quienes seguimos adorando el objeto por encima de los bytes. En tiempos de singles y obras líquidas, vale destacar esta porfiada apuesta a que la música siga siendo una experiencia de digestión lenta. Por otra parte, esta obra no podría tener otro formato; el cuidado de lo dicho, tanto en forma como en contenido, y el “no hacer concesiones a los textos para ser cantados” son parte de los criterios que lo sostienen. “No sólo deseamos reafirmar valores estéticos, sino también humanos, en este Sur que es nuestro lugar en el mundo”, dice Suárez, el último dandi montevideano. El camino está trazado y es como esa vía casi abandonada de la portada, que viene desde el infinito y no sabemos dónde va.

Volver. Beto Peyrou canta a Nacho Suárez. Ayuí, 2023. Disponible en disquerías y plataformas digitales.