El espacio escénico parece atiborrado porque lo está: más que un pueblo, contiene un universo. Aunque es cierto que Soca llevó tiempo ha el nombre Mosquitos, como explican los intérpretes al iniciar la función, hay que entenderlo, en el contexto de esta historia, como las ficcionales Comala, Santa María o Macondo, el marco que Mario Delgado Aparaín encontró para su antihéroe, un convencido de que a él no lo joden ni siquiera los milicos, ni siquiera en 1973.

En ese ámbito empobrecido, de accesos y sucesos, la radio “traduce” la realidad exterior y el quilombo Chantecler la almibara. O por lo menos son los escapes que Johnny Sosa tiene para dar rienda suelta a sus blues, entre el apoyo de la rubia Dina, que vive con él, y la fronteriza Terelú, que comparten una rutina de miseria y el flamante desconcierto por los tanques que llegaron para cambiarlo todo.

En esta dimensión lateral (casi sorpresiva para los personajes) de la dictadura, los coroneles muestran su perfil más ridículo. Mientras desplazan a los ciudadanos y ocupan todos los espacios posibles, hacen tratos insólitos, como proponerle a Johnny, un negro que se espeja en estrellas como Little Richard o Lou Barkley, aunque canta desdentado y en algo que no se parece mucho al inglés, ponerle “el comedor” a nuevo y entrenarlo como bolerista. Mientras viejas contiendas musicales –blues y rock contra bolero y tango (por un agujero en la pared de adobe se cuela “Nada”, por otro Sosa, Julio, en versión muy orquestada)– operan como metáforas de posturas vitales, el truco de la dentadura costosa y reluciente es un botín que habla de dignidad o humillación. Es probable que los cazatalentos sean una quimera. Transcurrir aquel estado de cosas o huir, como el Nacho Silvera, que también tenía ilusiones de artista, en su caso de titiritero, son las pocas opciones a mano.

En esta adaptación de La balada de Johnny Sosa, la popular novela que Banda Oriental editó en 1987, Alfredo Goldstein asume, también como director, el riesgo de colocar en el centro a un debutante en la actuación, el músico Gonzalo Brown (ex Abuela Coca, Cantacuentos), con la previsión de repartir relatos y personajes entre un elenco sintético y contenedor, que completan Diego Artucio, Gianinna Urrutia y Marcelo Ricci. La canción final lleva letra del propio Delgado Aparaín y música de Brown, y el círculo se cierra virtuosamente.

La balada de Johnny Sosa, miércoles y jueves a las 21.00 en el teatro Stella (Mercedes 1805). Entradas: $ 450 en Redtickets y boletería. Beneficios para Comunidad la diaria.