Le pasa todo lo que le tiene que pasar, de lo malo a lo bueno, de lo bueno a lo malo, y siempre termina con esa sonrisa, sus brazos abiertos en ofrenda y su figura como la imagen de la frágil omnipotencia humana, la sólida ilusión de buscar lo posible y generar lo imposible.

¿Cuándo empezó todo esto? ¿Es Luis Alberto Suárez acaso un héroe? No, claramente no lo es, ni siquiera redefiniendo los rasgos distintivos de la figura del héroe. Sin embargo, año tras año, camiseta tras camiseta, partido tras partido, se ha ido construyendo, moldeando, ejecutando el mito de Luis Suárez.

A Suárez, al Gordo, al Lui, al Lucho, desde el mismo día de su nacimiento, todo lo que le puede pasar le pasa. Y le pasa junto, como un encastre de solución a un inconveniente que se celebra dramáticamente con un éxito que nos abraza a todos. Le pasa todo lo malo, que ha sido mucho. Le pasa todo lo bueno, que ha sido mucho.

Siempre

Desde el día de su nacimiento Luis Suárez se barre con las dos gambas en el área de la vulnerabilidad, y no pregunten cómo, siempre, con su virtuosa torpeza, con su sedimentada habilidad para resolver la vida, la saca limpita, redonda. Él lo hace. Toda su vida ha sido así, desde aquella sala de partos del hospital de Salto en aquel caliente enero de 1987 hasta el domingo del Parque Central 35 años después.

¿Cómo hizo para superar el triste desarraigo cuando no sabía la tabla del nueve y tuvo que dejar Salto para venir a amucharse en la gran metrópoli?

¿Cómo fue que utilizó su túnica para irse a practicar con los niños del baby sin más que un vascolet prestado y la mitad de un refuerzo compartido?

¿Cómo hizo, ya muchachito, un flacucho entreverado y querendón a la sombra de otros promisorios goleadores que se comían el mundo de los juveniles, como el Tuna Bruno Fornaroli y Martín Cauteruccio?

¿Cómo hizo cuando su novia, una muchachita de tercero de liceo, se tuvo que ir de su mundo y se fue para Europa mientras los domingos a las 15.30 casi ningún habitante del estadio sabía de él?

¿Cómo hizo? Se fue con 50 dólares a ver a su novia a Barcelona, volvió, subió a primera, erró mil goles e hizo una docena en pocos partidos en los que la tribuna hacía equilibrio entre admiraciones y puteadas, y consiguió irse a Holanda y que Sofía, la chiquilina que se había adueñado de su corazón, pasara a ser la mediapunta de su vida.

Tenía 19 años cuando llegó al Groningen. Jugó 37 partidos, hizo 15 goles, y vino el Ajax a llevárselo. Otra vez problemas. No querían dejarlo ir, aunque esa historia ya más o menos se sabe: capitán, 159 partidos, 111 goles y 69 asistencias, además de una mordida que lo alejó de las canchas por siete partidos.

A los 24 años, el muchachito de los 50 dólares en el bolsillo pasó del Ajax al Liverpool por 25 millones de euros. Una maravilla. Hizo 82 goles, dio 47 asistencias, y con Steve Gerrard estuvo a punto de ganar la Premier. Al final, no pudo ser y se comió un par de líos grandes: otra mordida y una acusación de racismo.

Se levantó. Llegó para el Mundial y, tras un golpe artero en Inglaterra, el desplome en Montevideo: lesión de rodilla y quirófano. En menos de tres semanas empezó el Mundial y 28 días después de la operación volvió a la cancha, al Arena Corinthians, para concretar la epopeya y empezar a convertirse en dios pagano de los uruguayos al meter los dos goles ante Inglaterra. Sólo cinco días después volvió sus pasos hacia el infierno: mordió a Giorgio Chielini en el partido contra Italia, y como si se tratase de un criminal fue deportado del Mundial y sometido a un ayuno de fútbol por meses.

¿Cómo hizo? A los meses lideraba una de las delanteras más maravillosas de todos los tiempos del fútbol en el Barcelona, y aquel gurisito que ocho o nueve años antes se había colado al Camp Nou con su novia y los 50 dólares ya gastados se convertía en el mejor 9 del mundo. Después de todos los títulos posibles, 195 goles y 113 asistencias, lo echaron como un perro, se fue llorando y angustiado y lo hizo de nuevo: viejo, gordo y con una rodilla en la mano –según sus detractores–, se fue a Atlético de Madrid y de punta a punta lo sacó campeón.

¿Qué hizo?

Hace cuatro o cinco semanas deslizó en una entrevista: “¿Y Nacional que hizo?”, en relación a la inacción de los tricolores por intentar buscar su impensado pase. Nacional recibió el coscorrón correctivo y ejecutó un avasallante movimiento popular que tironeó y tironeó hasta traerlo y ponerle la 9, en una situación que ningún guionista de ficción hubiera arriesgado.

Ahí está el Luis poniendo el cuerpo. Con la jactancia de los humildes maestros, abrió con tímida ampulosidad sus brazos reclamando acción. La pelota al costado. Aleteó, demandó, y la globa fue a los saltos a encontrarse con él, hasta que, ¡zaz!, el zurdazo seco y exacto golpeó el esférico y lo mandó a abrazarse en las redes mientras él desató su sonrisa y corrió a abrazarse con la gente como siempre lo hizo. Lo ha hecho otra vez.