La librería Parisson es un tesoro montevideano que se encuentra en la calle Colonia cuando se cae sobre Tristán Narvaja. Su vidriera muta con los días según joyitas que van apareciendo en el cofre que ordena Beatriz, una tacuaremboense amante de los usados. En Parisson los libros se van arreglando entre ellos para acomodarse en las estanterías y quedar nunca perdidos de ojos inquietos. Beatriz sabe dónde están todos, pero los busca como en la escondida, para estirar el juego que nos hace volver a otros que fuimos.

Juan Silva toma unos mates sobre una mesa que está en el medio de la sala, donde hay algunos libros apilados que volarán a las bibliotecas. Beatriz hace café. Los nervios viajan, salen a fumar. Juan escribió un libro de cuentos de fútbol, pero sobre todo escribió historias que pasaban en Montevideo mientras estaba lejos. Era su manera de extrañar. Juan escribió con libertad, sin prejuicios, y se encontró con el fútbol, una pasión de siempre, y el humor, un rasgo hereditario. Soltó las amarras de la literatura de su adolescencia, y de la oscuridad con la que escribió sus primeras cosas. Encontró entonces una forma de decir, apoyada en sus correctores más cercanos, su viejo, un amigo, su novia. Aprendió a narrarlos, a jugar con las voces y a reírse de sí mismo.

Los Cuentos del Deportivo Miguelete relatan una fauna que bien puede encontrarse en el cuadro de cualquier barrio, de cualquier pueblo, aunque imaginado como Santa María.

“Tienen mucho humor porque es una herencia familiar de mi abuelo, Alberto Tabaré Silva. Me crie en el Parque Posadas, y después nos mudamos a Islas Canarias y Castro, cerca del Stockolmo. Mi viejo se había criado al lado del liceo IBO; después, cuando a mi abuelo le empezó a ir bien en el banco donde había entrado como cadete, se fueron cerca de la casa presidencial. Las sobremesas en mi familia eran todo el mundo a carcajadas. A los 14 años mi viejo me regaló El pozo de Onetti y me hizo debutar literariamente en la oscuridad. El único taller literario que hice fue a los 16 con Roy Berocay en Espacio Barradas, al lado del Museo Blanes. Yo escribía cosas muy oscuras, muy influenciado por Onetti, por Poe, me leía Los cantos de Maldoror, Boris Vian, Lovecraft. Lo que escribía estaba muy influenciado por lo que leía. Después terminé el liceo, pasé por cuatro o cinco facultades, viví en España y volví a trabajar en Tacurú como educador social, pero llegó la pandemia, entonces presencialmente tenía sólo un día de trabajo por semana. Pensé que ese era mi momento para escribir. En esos meses escribí cuatro o cinco cuentos del libro. Empecé a hacer el proceso posescritura y a darme cuenta de que en esos cuentos aparecía el humor y aparecía el fútbol, cosas que a mí me gustaban mucho pero que no habían aparecido en textos anteriores. Aquello tenía mucho más que ver conmigo, aunque lo otro también, claro, pero acá estaban apareciendo otras cosas. El último cuento lo escribí en setiembre de 2021 y así empezó el proceso de publicación”, explica.

Foto del artículo 'Maneras extrañas de extrañar: con Juan Silva, autor de Cuentos del Deportivo Miguelete'

Foto: Mara Quintero

¿Habías leído autores de fútbol como Roberto Fontanarrosa, Eduardo Sacheri o Roberto Santoro?

Sólo había leído El fútbol a sol y sombra, de Eduardo Galeano, y algunos cuentos dispersos de Roberto Fontanarrosa. Pero cuando empecé a escribir cuentos de fútbol empecé a leer literatura de fútbol, sentía que me estaba pisando el palito. Me obsesioné y leí 50 libros de fútbol. Desde Arqueros, ilusionistas y goleadores, de Osvaldo Soriano, hasta, Literatura de la pelota, de Roberto Santoro. En ese tiempo, hablando con mi amigo Fabrizio Piaggio, que es productor de radio, le di un cuento y me dijo que lo tenía que leer en la radio. Pero cuando lo grabé de forma clásica quedó como de 20 minutos, imposible. Entonces empecé a jugar con las voces de los personajes. El cuento era “Si entra el jonca entra el perro”, uno de los primeros del libro, que dice: “Su segundo rasgo característico por el que se había ganado el sobrenombre, era que tenía la voz muy aguda, la popular voz de pito”. Entonces, cuando en el cuento aparecía el Chifle, yo leía con la voz de pito y la cosa funcionaba: “Qué pinta, negro, camisa abierta y las gafas de Moria Casán, estás en otro nivel”. Al Negro Gustavo le hice la voz que mi viejo hacía para imitar a Obdulio, una voz cascada y ronca. Aprendí a narrarlos a velocidad en voz alta.

¿Por qué te identifica el Deportivo Miguelete como si fuera un cuadro del que sos hincha?

Ahora estoy más tranquilo, pero siempre era el que animaba los asados con los amigos, igual que hacía mi abuelo con los familiares. Siempre estuve para hacer un chiste, es parte de mí. El primer cuento se llama “El cuatro de la muestra” y no tiene tanto humor pero tiene dos o tres chistes. Tengo tres correctores, que son mi viejo, mi mejor amigo y mi novia. Entonces si ellos se ríen en determinadas partes es porque el chiste está funcionando. Al mismo tiempo, como yo no pensaba en escribir un libro, sino sólo en escribir, lo hice con mucha libertad. El Deportivo Miguelete vendría a ser un club barrial, un club chico. Eso me ayudó a crear la fauna. Es una ficción creada a partir de historias de otros clubes, alimentada por mi enfermedad por el fútbol, por sus intrahistorias, más que por el fútbol mismo.

¿Te basaste en lugares específicos reales o todo forma parte de la ficción por la ficción misma?

En Paso de las Duranas yo jugaba en la calle con mis amigos, en la bajada en la calle Capitán Bassedas. También estaba el Club Stockolmo, y viví enfrente al Carlitos Prado. De la niñez se borró mucha gente, algunos cayeron en cana, en la adolescencia quedó vacío el barrio. Me tuve que armar de nuevo. A finales de 2017 nos fuimos a Valencia con mi novia, ella fue a estudiar y yo inventé algo medio trucho para estudiar y conseguir la visa. En ese momento ya había nacido el nombre de Deportivo Miguelete. El Deportivo Miguelete era una forma de extrañar, porque yo pensaba historias que podían pasar en Montevideo. Al principio era una novela de un pibe cuyo padre se agarraba Alzheimer y sólo recordaba los nombres de los ídolos de fútbol. Entonces su hijo buscaba a los máximos ídolos y los encontraba en el Vilardebó, en una casa de salud, estaban devastados como estaba quedando su padre. La memoria me trabajaba escribiendo sobre Montevideo. Qué maneras extrañas de extrañar tenemos.

Cuentos del Deportivo Miguelete. Gingko, 2022.