Este sábado 16 de diciembre se cumplirá el primer centenario de la Confederación de Fútbol del Sur, que nació en Florida en la sala de reuniones de la Asamblea Representativa Departamental con la presencia inicial de Florida, San José, Durazno, Canelones, Flores, la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF) y la Liga Nacional de Montevideo.

Esos hombres, todos de riguroso traje, chaleco y corbata, que en aquella calurosa mañana floridense formaron la Confederación Uruguaya del Sur, estaban poniendo el basamento de una construcción histórica, que a través de sus competencias, pero fundamentalmente sus desarrollos en el ámbito social, modelaron aspectos esenciales de la vida de cientos de miles de vecinos y vecinas de varios departamentos del sur, centro sur y suroeste del país.

Estaban creando la segunda agrupación de asociaciones departamentales futbolísticas, luego de que un año antes el doctor Alberto Blas Langón fundara en Paysandú la Confederación de Fútbol del Litoral Uruguayo –tal su nombre original- con representación de Paysandú, Artigas, Salto, Soriano y Río Negro.

En aquella jornada de hace ya un siglo en la Piedra Alta, nacía la Confederación del Sur, nombrando como director a Carlos Gamba, un montevideano y docente que ya había participado en la Liga de Fútbol de Rivera cuando su carrera lo llevó allí, y también en la Liga de Fútbol de Florida, en donde estaba afincado y había sido fundador del diario de cuño batllista El Heraldo.

El subdirector de la naciente confederación fue el floridense Juan Francisco Guichón, también fundador de El Heraldo, el de los tiempos de don Pepe Batlle con su sobretodo y la frase “Por el batllismo hacia la democracia integral”, y la Oficina Permanente se fijaba en la misma ciudad de Florida.

Aquel día, apenas unas semanas después de que Uruguay obtuviese en Montevideo un nuevo Sudamericano, el que disparó la promesa de Atilio Narancio de poder concurrir a los Juegos Olímpicos de París en 1924, estaba también en la reunión el brillante maragato Casto Martínez Laguarda, por ese entonces diputado, miembro de la AUF y de la Comisión Nacional de Educación Física, además de haber sido el artífice de la creación y crecimiento de la Liga de San José. Pocos días después partiría como delegado de la AUF a Europa a planificar el primer viaje del fútbol uruguayo a una contienda mundial, que terminaría seis meses después en el título y la vuelta olímpica.

Es decir que antes de que la celeste compitiera en el mundial de los juegos olímpicos y que tuviésemos ese modelo virtuoso de emulación, con apenas cinco Sudamericanos, ya nuestros seleccionados citadinos o departamentales estaban organizando y compitiendo fuera de sus propias fronteras.

Los fundadores del sur fueron Oscar Nogueira por Durazno, Romeo Spindola por Flores (que no participó en el primer Campeonato del Sur jugado también en Florida en 1924), Carlos Gamba y Juan Francisco Guichón por Florida, Luis López y Ángel Bertoli por San José, que además tenía a Casto Martínez Laguarda por la AUF.

El siglo del fútbol del sur

A muchos nos conmueve y entendemos que el hecho, la circunstancia y aquellos fundadores no deben pasar desapercibidos en el centenario, e incluso algunos hemos compartido ideas para celebrar estas históricas fechas.

Ahí nació todo, y fue un poco donde todo empezó para miles de nosotros que tuvimos en los campeonatos de aquella naciente, creciente, madura y admirable organización nuestra escuela de vida, nuestro liceo de las ilusiones, nuestra universidad de lo posible y lo imposible.

Estos viejos de ayer, héroes del mañana, esos muchachos de hoy, los viejos de otras décadas que vendrán son quienes toman la posta de mantener viva la llama de los estadios apenas iluminados, el recuerdo de los cracks de antaño, semidioses de camisetas de algodón y las hazañas como el cabezazo del Coco Sánchez en el arco de las viviendas que fue el glorioso 4-3 en los descuentos contra los del otro pueblo, o la caravana de recibimiento a los campeones cuando la Onda tenía aquellos doble camellos.

El perfume de la vida

Ese perfume alquimia de aceites y masajistas, corporizado en viejas piernas lustrosas, aún nos saca de ambiente y nos reconduce a un mundo de fantasía, de héroes de la esquina o de la otra cuadra, que con pesados pasos de león se abrían paso entre sus vecinos de todos los días. Los niños podríamos estar potreando por ahí o de la mano del padre, abuelo o tío, padrino de aquel bautismo de esa compleja emoción colectiva, pero todo se congelaba ante la menor señal de que se acercaba aquel momento de efímera comunión y máxima emoción, en el que los futbolistas, como murguistas cantando entre la gente, daban el tono con el estridente sonido de sus tapones marcando una marcha triunfal.

Ahí, entre la gente, desandan los escalones por el medio de la tribuna llena, que los conduce al portoncito que delimita el rol de héroe local. Ante nuestro asombro, avanzan con la seguridad y el miedo de la batalla desde el humilde vestuario caballo de Troya del pueblo al campo de la gloria, a veces, y otras veces al infierno tan temido. Siempre enhiestos, serios, grandiosos.

Nosotros, que parecemos unos pocos pero que somos muchos, y muchas veces nos conmovemos, nos conmocionamos con un juego, un partido, un campeonato, 11 héroes, 11 conocidos, vecinos, amigos, enemigos, que están ahí, por ellos y por nosotros, armando un modelo a escala de la búsqueda de la gloria.

Todo por esta gente, estos que 100 años atrás junto con sus ligas dieron luz al fuego de nuestras vidas.