“El ciclismo, aparte de ser un deporte duro, es político”. Francisco Chamorro es un ciclista argentino que corre para el equipo brasileño UniFunvic. Así describió al deporte que le apasiona y por el que pedalea 1.700 kilómetros en una competencia de diez etapas.

Se tejen alianzas, se toman decisiones y se sacrifican peones para conseguir los objetivos colectivos. El principal activo son las piernas. Cuantas más piernas frescas tenga un equipo, más puede proponer condiciones en una carrera. Pero como en la política, en la ruta no todos se desgastan lo mismo. El que va adelante del pelotón trabaja significativamente más que el que va en el medio. Cualquiera de los que va en el pelotón trabaja menos que los que se escapan y viajan largos kilómetros en solitario o en grupos reducidos. Marcar ritmos, subir repechos y cortar el viento, así se producen los desgastes.

La caja de ahorro es la energía disponible, y los ingresos más importantes son segundos de diferencia en la clasificación general. Para abrir diferencias, hace falta desgaste. Para no perder tiempo, hace falta desgaste. Y ahí van los equipos, con sus líderes y sus peones. Lo importante es poner al líder lo más adelante posible en la meta, pero para eso, seguramente viajará detrás de sus gregarios, los peones, para estar a resguardo del viento, para que otros le marquen el ritmo.

A falta de dos etapas es Roderyick Asconeguy, el hijo de José –tres veces ganador de la Vuelta– quien domina la general. Lo hace apenas dos segundos delante del brasileño André Gohr, y 15 segundos arriba de Agustín Moreira, el hijo de Federico –seis veces ganador–. Quedan algo menos de 400 kilómetros entre sábado y domingo cuando las etapas vayan de Rocha a Maldonado (pasando por Castillos) y de Maldonado a Montevideo. La definición ya está buenísima, y puede ser de infarto.

Aplauso, malla y beso

La Vuelta Ciclista del Uruguay volvió en 2022 luego de dos años de ausencia por la pandemia. Quienes están a cargo de controlar las alternativas deportivas de la carrera, los comisarios, señalan que del año pasado a este la organización mejoró en un 100%, por más que algunas carencias se sigan notando en un deporte que aspira a ser profesional, pero cuyos costos elevados de logística y los insuficientes ingresos por patrocinios mantienen a raya de esa realidad a muchos equipos, a muchos ciclistas.

Entre los que pueden costear estructuras más cercanas al profesionalismo –un profesionalismo vernáculo–, figuran un puñado de equipos que disputan la carrera. Cerro Largo y Villa Teresa han destacado entre los uruguayos, aunque no son los únicos con estructura. UniFunvic ha sido el mejor extranjero, llegando de Brasil. Ahí están los que se disputan el podio y el título de la general individual, el premio más importante.

El podio es el lugar donde el ciclista se presenta al público. Se lo puede ver, fotografiar, y antes de subir o luego de bajar se le puede pedir una selfie. Sube sin casco, abre los brazos, festeja, se gana el momento y saborea la gloria. Una etapa es una gloria parcial, pero tiene sus trofeos y medallas.

Por cada ciudad donde la Vuelta pasó y pasará, hay un podio en el que se entregan muchas mallas, además del premio a primero, segundo y tercero del día. Están las mallas tradicionales: el líder corre de amarillo, el premio Sprinter de verde, el premio Cima de rojo. El líder sub 23 de naranja, y el segundo en esa clasificación se viste de celeste bajo el título de Promesa Olímpica. Se reparten más: regularidad, solidaridad, combatividad, revelación, mérito deportivo. Cada malla tiene un patrocinador y al final hay una foto con todos los mallas del día. En la ruta se hace política, en el podio se recogen aplausos y simpatías, se reciben premios y se muestran marcas.

Igor Molina, del UniFunvic, y Matías Presa, de Cerro Largo, el 7 de abril, por la Ruta 9.

Igor Molina, del UniFunvic, y Matías Presa, de Cerro Largo, el 7 de abril, por la Ruta 9.

Foto: Alessandro Maradei

Para verte mejor

El ciclismo ofrece un espectáculo que toca la puerta de las casas de miles, que conmueve a la gente por el sacrificio sobrehumano de sus protagonistas, y que convoca también a los que no conmueve, porque es pintoresco. “Vengo para ver a Ramiro Marandino, que es de Aiguá, es el único de Aiguá”, decía una vecina al salir a buscar al pelotón en la calle principal, aunque no le interesó mucho la carrera: “Para mí el ciclismo son locos en bicicleta”.

Con la reposera en la ruta, o en la puerta de sus casas, los uruguayos encienden la radio y arman el mate. Los ven pasar, los aplauden y comparten el momento en familia, o con amigos. Algunos salen a hacer kilómetros para prenderse en el ingreso a las ciudades de la eterna caravana multicolor, que ya cumplió 84 años el pasado sábado y que va a seguir cumpliendo mientras haya 150 pedalistas dispuestos a surcar kilómetros de a miles.

Nada de esto es nuevo en Uruguay, pero los tiempos han cambiado y el deporte se encuentra frente al desafío de renovar sus formas de difusión. Una sola transmisión radial y algunos momentos de la carrera en vivo por televisión pública, son una buena vidriera, pero falta. Lo que es fortaleza para la popularidad, es desventaja para la televisación. ¿Cómo mostrar el desarrollo a lo largo de 2.000 kilómetros en diez días? ¿Cómo mostrar y explicar lo que, para la mayoría, solamente pasa frente a sus ojos durante unos pocos segundos? Las preguntas se responden con recursos económicos y técnicos, que en este momento no son los óptimos.

El ciclismo es el desafío de ponerse en movimiento, de poner una estructura en movimiento, y para tener una difusión de más alto nivel en los tiempos que corren, el desafío pasa por poner en movimiento la capacidad técnica y humana de transmitir imágenes de calidad en vivo, durante la mayor cantidad posible de momentos. En la ruta el público está ahí, con el entusiasmo a flor de piel para ser parte de la tradición.