Partiendo de la base de lo indiscutible de algunas premisas básicas, tales como que el reciente título obtenido de campeón mundial sub 20 es el más importante logro juvenil de la historia entera del fútbol uruguayo y uno de los más importantes del fútbol en general en los últimos 50 años, que el fútbol masculino en el Uruguay es un fútbol eminentemente juvenil y que por el momento no hay otra forma de pensar un futuro acorde a la riquísima historia del fútbol uruguayo sin proyectos que salgan desde los juveniles, la epopeya mundialista sub 20, definida de la más hermosa manera y ante decenas de miles de los nuestros en tierra ajena, puede y debe tener otras lecturas y hasta discusiones que seguramente trascenderán lo coyuntural de un campeonato jugado de manera excepcional, de una final con un dominio aplastante, de un cuerpo técnico de infinita capacidad y sensatez para armar, orientar y darle seguridad y alas a un grupo que nos hizo tocar el cielo con las manos.

En el orden del fútbol juvenil organizado, Uruguay ha institucionalizado su competencia y, por ende, la formación y el crecimiento de sus futbolistas desde casi el inicio de los tiempos de nuestro fútbol. La paulatina y rápida transformación de juego en deporte de competencia y, posteriormente, en un área de negocios que incluye la mercancía futbolista fue acompañada en nuestro país por la pasión, el desarrollo y hasta la idoneidad desde nuestra temprana edad.

Ya hace décadas que hay fútbol juvenil en Uruguay, pero, además, según consta en el libro Historia e historias del fútbol infantil, editado por la Organización Nacional de Fútbol Infantil (ONFI), ya había equipos de fútbol infantil en 1900, así como organizaciones incipientes de fútbol juvenil en 1920. Tiempo después, en 1968, con la creación de la Comisión Nacional de Baby Fútbol, los miles de clubes y de futbolistas infantiles se fueron convirtiendo en la inevitable masa de aspirantes calificados al fútbol juvenil y –aun con ese duro y atemorizante número de que sólo uno de cada 1.000 niños y niñas logrará hacer del fútbol su sueño y su trabajo– nuestros juveniles han sido la base de los más grandes desarrollos clubísticos y de sus negocios para subsistir al transferirlos al extranjero.

Planes y planos

Tan abismal ha sido en sus inicios la diferencia a favor de Uruguay en la competencia de selecciones, que en los primeros diez Sudamericanos para menores de 20 años Uruguay fue campeón en siete ocasiones y finalista en nueve.

Una vez que se empezaron a jugar mundiales de la categoría –en 1977 en Túnez–, Uruguay tuvo acercamientos de gran intensidad a las definiciones de títulos mundiales, sin poder lograrlo pero con un patrón en esas cinco o seis veces que estuvo muy cerca de definir el Mundial: siempre fue producto de trabajos organizados, secuenciados y con un proceso concebido para ello. Así sucedió con Raúl Bentancor y Esteban Gesto al frente de los juveniles en Túnez 1977 y Japón 1979, con Víctor Púa y Jorge Franco en Malasia 1997. Ya bajo la égida de Óscar Washington Tabárez, con un trabajo integral y con un corpus de años, la celeste fue finalista en el sub 17 de 2011 dirigida por Fabián Coito y en el sub 20 de 2013 con Juan Verzeri. En 2017, Coito llegó nuevamente a las semifinales, esta vez con la sub 20.

Conduciendo a los campeones

No cabe la menor duda de que este enorme triunfo del fútbol uruguayo para jugadores de hasta 20 años es obra del cuerpo técnico que conduce Marcelo Broli junto con Diego Ruso Pérez y, por supuesto, de los futbolistas. Hay en este proceso de trabajo, que comenzó hace apenas un año, el 20 de mayo de 2022, una profunda y sensata búsqueda de los mejores niveles de competición, partidos y pruebas, que empezaron con una derrota 7-0 ante Brasil y vio pasar a decenas de jugadores que fueron promovidos o encontraron la oportunidad de serlo por el seguimiento constante y agudo del cuerpo técnico. No es casual. Además, ya el Sudamericano había sentado un precedente de grandes niveles de competición cuando, después de siete partidos ganados y uno empatado, recién en la última fecha y a menos de cinco minutos del final Uruguay perdió el invicto y el título. Entre los nueve encuentros del Sudamericano de Colombia y los siete del Mundial de Argentina, este equipo uruguayo ganó 13 partidos, empató uno y perdió dos. Es indiscutible que tenía las armas, el trabajo y la convicción para estar entre los mejores de acuerdo a un trabajo orientado para ello.

El camino y la recompensa

Cuando Tabárez empezó a refundar el fútbol de las selecciones uruguayas, el 8 de marzo de 2006, lo hizo con un proyecto que venía pensando y formulando y que se conoció como “Institucionalización de los procesos de las selecciones nacionales y de la formación de sus futbolistas”. Allí, claramente, el Maestro apuntaba a la ausencia de coordinación y la consecuente continuidad entre la selección mayor y las de nivel juvenil que aportan talentos a aquella.

Tabárez había advertido que hasta ese momento que “El fútbol jugado en la niñez y la adolescencia no ha tenido políticas rectoras ni pautas ni criterios para la formación de los futbolistas y las características de las competiciones en los diferentes niveles”. “Los meritorios esfuerzos realizados en estas áreas han sido aislados o sobrepuestos. El tránsito natural de un talento desde las selecciones juveniles hacia la mayor no se ha enriquecido más que en algunos períodos determinados, por lo que ese proceso siempre ha sido históricamente discontinuo”, describía el Maestro hace 17 años. Agregaba el concepto de formación “integral” como aquella que pretende influir positivamente en todos los aspectos que hacen al bienestar y al crecimiento total del individuo, a los que se le agrega la circunstancia de sus relaciones con el espectro futbolístico.

Había una clara focalización de un desarrollo a futuro, que apuntaba a la formación planificada, programada y secuenciada de los jóvenes futbolistas, tomada como política institucional. Desde ese momento y por todos estos años consecutivos, distintas generaciones de futbolistas han hecho del Complejo Celeste su lugar de desarrollo, aprendizaje, crecimiento y sueños. Los engranajes se fueron aceitando de acuerdo a la idea motor del desarrollo del fútbol uruguayo, casi hasta transformarse en su refundación a nivel de selecciones, y desde aquellos niños de 14 o 15 años se ha forjado una sólida escalera que incluso muchas veces trasciende los escalones de lo puramente futbolístico.

Ninguna de las selecciones juveniles durante el proceso de Tabárez había podido llegar al título –apenas un penal acertado o errado nos había separado de la gloria en 2013–, pero todas, desde la más chica, la sub 15, hasta la sub 20, formaron parte de un engranaje que aún ahora, en ausencia del Maestro, continúa, con otros nombres, otras formas de pensar y ejecutar, pero con el mismo espíritu del camino iniciado por Tabárez.

En 2021, cuando él creía que estaba cerrando su ciclo por razones de edad y no imaginaba que lo terminarían despedido, nos dijo: “Yo creo que se deben mantener cosas de esta manera de trabajar, de darles espacio a las selecciones juveniles, de compartir el tiempo con los equipos que ellos defienden, darle a la competición su aspecto formativo. Es muy necesario competir, ahí se ven los futbolistas, no entrenando solamente. Entonces eso hay que mantenerlo con una organización. Nosotros ya la vamos a dejar por razones de edad y del tiempo pasado. Hace más de 15 años que estamos en este proceso, pero aspiramos, sin ningún motivo personal ni de andar creyendo que hemos hecho milagros, que vengan otras personas y continúen, capaz que haciéndolo de una manera mejor, que es probable, pero que sigan conectando las selecciones juveniles con la mayor”.

Menos Facundo González, que desde niño vive en España, los restantes 20 campeones del mundo, incluyendo a Alan Matturro, que juega en Genoa, de Italia, han pasado por el Complejo Celeste: Randall Rodríguez (Peñarol), Facundo Machado (Nacional), José Arbío (River Plate), Sebastián Boselli (Defensor Sporting), Mateo Antoni (Liverpool), Mateo Ponte (Danubio), Mathías de Ritis (Peñarol), Fabricio Díaz (Liverpool), Rodrigo Chagas (Nacional), Damián García (Peñarol), Ignacio Sosa (Fénix), Franco González (Danubio), Juan Cruz de los Santos (River Plate), Matías Abaldo (Defensor Sporting), Anderson Duarte (Defensor Sporting), Santiago Homenchenko (Peñarol), Luciano Rodríguez (Liverpool), Nicolás Siri (Montevideo City Torque) y Andrés Ferrari (Defensor Sporting).

Ya lejos de Tabárez, ya cerca de Marcelo Broli, todos ellos son hijos de un espíritu y de un proceso que nació hace unos años y que, entre otras recompensas, ahora también tiene la de ser campeón del mundo.

Que nunca falte.