Gastón Romero dejó su carrera de basquetbolista profesional para dedicarse al entrenamiento mental. Trabaja en Progreso y de forma particular con varios deportistas de primer nivel. Uno de ellos es Luciano Rodríguez, a quien fue a acompañar en Argentina cuando se quería ir de la concentración de Uruguay tras la expulsión ante Gambia en el Mundial sub 20.

En 2013 Javier Espíndola le comunicó que iba de titular en un partido de playoffs ante Olimpia por la Liga Uruguaya de Básquetbol. A sus 19 años Gastón Romero estaba cumpliendo el sueño de todo chiquilín: jugar en un club enormemente popular como Aguada, a Palacio Peñarol repleto, en un cotejo sumamente importante. El color de la tribuna se contrapuso a la oscuridad de sus sensaciones; le sudaban las manos y le palpitaba el corazón, algo que nunca le había sucedido. Ese día nadie se dio cuenta, para el común de la gente el pibe cumplió. Es más, un mes más tarde Aguada fue campeón de esa temporada después de 36 años y la alegría fue total.

Cuando lo subieron a primera –2008– el plantel contaba con un psicólogo –Salomón Lewin–, le llamó la atención ya que no era moneda corriente, fue el primer chispazo que lo acercó a su profesión actual. Cinco años más tarde de su debut, en aquella noche fatídica en el Contador Gastón Güelfi se dio el clic de su vida. Romero se recuerda como un jugador que era “muy bueno físicamente y correcto técnicamente” pero que jugaba al básquetbol por inercia. No tenía buenos hábitos y, hasta ese día, tampoco sabía que sufría de ansiedad.

La presión de la competencia profesional le bajaba el rendimiento, no tenía herramientas mentales ni rutinas para trabajar lo que le afectaba. Nadie le había aclarado que eso también formaba parte del deporte. Quería y debía hacer algo.

“Me pregunté: ¿qué me pasa?” contó a la diaria sentado en un banco de Full Fit, lugar donde ahora entrena la mente de deportistas. Empezó a estudiar y a tutearse con el trabajo mental. Aplicó técnicas de programación neurolingüística y su rendimiento se elevó muchísimo haciendo cosas que antes no se animaba. Mejoró la técnica de su tiro, la efectividad y la autoconfianza; cambió sus hábitos y dio un salto exponencial en su carrera. Se puso objetivos y se dio cuenta de que “el deporte es 100% mental”. El día que sintió que cumplió sus expectativas, dejó de jugar de manera profesional para dedicarse a su nueva pasión.

Cambio de cabeza

El psicólogo se vuelve deportivo con una especialización dentro de la carrera. Romero dijo que se sale de lo establecido, considera que hay cosas que la mayoría de sus colegas no aplican y “quieren enseñar algo que no demuestran”. Incluso avisó: “voy a romper el paradigma, se tendría que reestructurar todo”.

Gastón aplica con sus pacientes el concepto por observación de modelos y asegura que, hasta ahora, fue el que más resultado le dio. Opina que los jugadores son visuales, se guían por la imagen y el ejemplo. “Les decís algo y muchas veces no lo adquieren, cuando se lo mostrás, lo copian”, tiró.

El exbasquetbolista parte de la premisa de que no puede dar algo que no tiene, por eso busca ser una persona segura y con mentalidad exitosa. Desde ahí les muestra el camino a sus clientes a través de los hábitos, lo ejemplificó de forma clara: “Si sé que la ansiedad es un síntoma y como resultado me fumo un cigarrillo o como algo afuera de la dieta, no estoy dando el ejemplo para lo que quiero de ellos”.

Equipo que gana no se toca. Acá es lo mismo. Lo que funciona, se mantiene. Cuando le llega un nuevo paciente forma un compromiso entre ellos y también lo hace “público” sumando a un tercero que puede ser un familiar o un amigo. Con ese contrato tácito sellado, habla de forma frontal, sin pasarle la mano por el lomo como se dice de forma criolla. Ahí lo saca totalmente de la zona de confort. Afirma que la mente humana entra en la comodidad, sintiendo que parece más fácil hacer lo que hace mal con tal de no dar el paso para salir de ese lugar oscuro. Su objetivo es sacar a los jugadores de ese estatus.

Del otro lado de la cancha

Romero tuvo pasajes por Artigas en fútbol, y Albatros y Welcome en básquetbol. Pero considera que su gran salto lo dio cuando llegó a Progreso, institución donde conoció a Luciano Rodríguez, autor del gol que le dio el título del Mundial sub 20 a Uruguay.

Del gaucho lo llamaron en 2021. La cosa venía fea y el descenso merodeaba La Teja. Comenzó a trabajar en marzo, justo cuando Álvaro Fuerte tomó el lugar de Maximiliano Viera en la conducción técnica del primer equipo. El fútbol todavía vivía resabios de pandemia, hisopados, tapaboca y poca gente en la tribuna. Prácticamente el mismo plantel que anduvo en el fondo de la tabla en el Apertura peleó el clausura hasta la última fecha. No le dio. Cayó en el Centenario ante Torque y el aurirrojo volvió a la B. Se fue guerreando hasta el final, fiel a su historia y con el reconocimiento de su barriada pese al desenlace deportivo.

Actualmente a Progreso va una vez por semana y realiza una charla grupal. “El jugador de fútbol generalmente es introvertido y le cuesta contar lo que le pasa”, afirmó. Si ve que no se acercan a contar sus problemáticas, se arrima él. Si considera que tiene que trabajar de forma individual, tiene sesiones semanales online con cada uno de ellos.

Detalles técnicos

Explicó que lo ideal sería trabajar con dos psicólogos deportivos en un plantel cercano a los 30 jugadores. Como la realidad económica lo hace inviable, utiliza de aliado al cuerpo técnico para identificar mejor cada caso. Se siente agradecido tanto con Carlos Canobbio como con su staff porque le dan su lugar; “son muy abiertos y creen mucho en la psicología”. El básquetbol le enseñó que todos tienen que brindar un granito de arena y aportar desde donde les toque para que el colectivo funcione, así se siente en el gaucho, donde “se genera una sinergia muy linda porque todos queremos lo mismo”.

Canobbio conoció a Romero en Progreso, en el final de su carrera como jugador. Eligió consultar con el psicólogo de forma particular para que lo ayudara a transitar el proceso que marcó su pasaje de futbolista a entrenador. “Me ayudó muchísimo, me abrió la cabeza, no sólo me hizo bien para la parte deportiva, sino que me ayudó en mi vida, se lo recomendaría a cualquier persona”, enfatizó el actual director técnico del equipo tejano. El ex zaguero central asegura que a la hora de trabajar “tienen buena química” y que, si ve que algún jugador está bajoneado o se frustra enseguida, lo comunica al profesional para que se acerque al caso.

Romero no deja de sorprenderse de las innumerables situaciones que ha escuchado, muchas veces le mandan chicos que nadie entiende cómo no juegan bien con las condiciones que tienen. Gurises que conoce minutos antes de fundirse en un abrazo, mientras lloran relatando alguna situación heavy de su vida que el entrenador mental ayuda a identificar.

Ahora brinda las herramientas que en su momento no tuvo como basquetbolista, para que los deportistas entiendan que muchas veces la baja de rendimiento o el sentirse mal adentro de una cancha se vincula con las espinas que marcaron la vida. Rechaza enfáticamente el simplismo de la tribuna que rápidamente se encarga de tildar que tal jugador no sirve para la actividad, sin tener idea de lo que hay atrás del par de piernas que patean la pelota.

Hay un escollo que no es menor, Gastón pasa con su cliente una hora a la semana. El psicólogo considera que trabajar con la familia “es lo más difícil” porque tiene que cambiar patrones forjados durante muchos años. Siente que hay jugadores con ímpetu de triunfar y al llegar a la casa sus familiares se enojan por cada error que tiene. Aislar al chico de esa mentalidad impregnada y heredada es sumamente complejo. Muchos padres, incluso, han tomado sus charlas a la defensiva: “inconscientemente el adulto sabe que está mal pero no se quiere dar cuenta”.

La perla de su equipo

Luciano Rodríguez, un caso más de tantos otros. El inicio conocido: pretemporada con Progreso en Colonia, llegó llorando por una situación familiar que no aguantaba más y le bajaba su rendimiento. Romero notó de movida que tenía un talento especial. Y no habla de la pelotita, sino de las ganas de superarse; “cuando se pone algo en la cabeza lo quiere lograr a toda costa”. Para un deportista que convive con la derrota eso es fundamental.

Tras un tiempo de trabajo se ganó la titularidad y arrancó a hacer goles en el equipo de La Teja. Luego abandonó la psicología, pero cuando retornaron los problemas no dudó en escribir. Ahí Gastón le dio un ultimátum: “hicimos el famoso compromiso, era la última oportunidad que le daba, si quería trabajar conmigo debía ser sostenido”.

Para el Sudamericano sub 20 hicieron una preparación especial. El resultado estuvo a la vista. Fue la gran explosión del chiquilín. Las luminarias del éxito, la venta a Liverpool, el gran cambio económico para el jugador y la familia, las promesas de futuro europeo y los medios elogiando de todas las formas posibles. Todo parecía color de rosas, pero Romero tuvo que efectuar otro tirón de orejas: “le pasa a la mayoría, con un buen resultado sacó el pie del acelerador y dejó de hacer sus hábitos”.

El entrenador mental tuvo una charla con él, donde entendió que no tenía nada asegurado de todo eso que se hablaba, había llegado hasta un nivel importante, pero había miles de escalones más para seguir el camino a la cima. Entre los dos, efectuaron un plan de 18 semanas, lo que quedaba para llegar al Mundial: “Luciano tenía una chance única, yo estaba convencido de que podía ser el mejor jugador del torneo”.

Arrancó el campeonato y Rodríguez no tuvo buen rendimiento. La gota que parecía derramar el vaso fue la expulsión ante Gambia. El gurí estaba decepcionado, sentía que había defraudado a un montón de gente. “Me llamó llorando, se quería ir de la concentración. Me mudé a Argentina para trabajar diariamente con él, lo aislé de todo”, recordó Romero.

Gastón analizó que Luciano estaba enfocado en la crítica de la prensa y las redes sociales cuando “la mente humana se puede enfocar de forma eficiente en una cosa a la vez”. El trabajo, esta vez, constó en comprender los hechos y hacerle entender a La Perla que estaba interpretando una realidad que no era, por su contaminación con la crítica. Fueron días de trabajo arduo en los que prácticamente convivieron, “al principio le costó mucho, pero el sábado lo noté convencido, sabía que iba a rendir, apagó el celular por completo”.

Rodríguez fue la figura de la final, con conversión incluida. Para Romero el gol acompañó, ayudó a identificar y validar el trabajo realizado, pero lo que realmente lo dejó contento fue que “jugó bárbaro y no entró en ningún tipo de provocación cuando lo buscaron”. Al otro día, tras ser campeón del mundo, le mandó una imagen almorzando lo que marcaba su dieta. El pie de foto decía “almorzando como un campeón”. Esta vez no hubo rezongos, a Gastón se le llenó el pecho de orgullo.

El entrenador mental aseguró que mantener los hábitos pos-Mundial llevó a que Luciano elevara su rendimiento en Liverpool, equipo con el que consiguió el título del torneo Intermedio siendo pieza importante.

Construyendo su camino

Para Romero el Mundial sub 20 fue “un orgullo, para lo que trabajé los últimos tres años de mi vida”. Disfruta su presente en crecimiento mientras sueña con llegar a los principales equipos de Europa. Mientras tanto se considera un afortunado de trabajar de lo que le gusta con un montón de deportistas, incluyendo varios extranjeros de primer nivel continental.

“Hay que pagar el precio del placer instantáneo y el dolor para siempre, o tener el dolor instantáneo y placer para siempre, eso quiero transmitirle al atleta”, concluyó.