Lucila es sanducera, se mudó a Montevideo en 2006 y estudió en la Universidad de Montevideo. Hizo una maestría en Administración Pública y Desarrollo Internacional en la Escuela de Gobierno de Harvard y ahora vive en París.

¿Siempre tuviste vocación por la economía?

Decidí estudiar economía porque me gustaba la idea de poder entender cómo funcionaba la economía real. Por ejemplo, cómo era posible que una moneda perdiera valor, o qué hacía que un país fuera rico o pobre. En sexto de liceo repetía cosas sin entender mucho de lo que estaba hablando, pero al final tuve suerte porque disfruté mucho la facultad y me sigue encantando la economía. Ahora, la vocación la veo más asociada a un trabajo específico o un fin, y seguramente la economía sea una gran herramienta para (algún día) realizar esa vocación, aunque eso es siempre un proceso en construcción.

¿Cuándo empezaste a considerar la idea de irte a estudiar afuera?

Conscientemente, en 2011. Pero creo que también se fue forjando inconscientemente desde mi niñez, escuchando a mi abuela materna hablar de viajes y el mundo. Ella era una sanducera de pura cepa, pero siempre me transmitió que de grande iba a poder hacer lo que quisiera e ir a donde quisiera; que todo eso era posible. También me repitió mil veces que como mujer debía tratar de ser económicamente independiente; “uno nunca sabe qué puede pasar”.

¿Qué consejos le darías a alguien que está pensando hacer lo mismo?

Primero, la audacia me ayudó bastante. Por un lado, porque en el proceso de decidir y aplicar le escribí a mucha gente que no conocía. La mayoría me dio un ratito y pude hacerles mil preguntas. Un día me junté con Graciana del Castillo y me dijo algo que para mí fue clave: “No trates de solucionar problemas existenciales en tu carta de aplicación; no tienes que tener el futuro resuelto ni saber exactamente qué harás después de la maestría, pero explica qué te lleva a aplicar a esa maestría y esa universidad y cómo las herramientas que obtengas te ayudarán en la siguiente etapa”. Por otro lado, la audacia de no tenerle miedo al rechazo de universidades prestigiosas. Segundo, la inspiración y el aguante de muchos profesores de la UM, en especial Marcelo Caffera y Rosario Queirolo. Aplicar al exterior tiene muchos requerimientos (cartas de recomendación, ensayos, pruebas de inglés, etcétera); tener a alguien que te guíe, además de ser un privilegio, es clave. Ellos me ayudaron muchísimo. Juan Dubra también. Tercero, tener mucha disciplina, legado de mi abuela paterna. Hacer toda la preparación mientras estudiás y trabajás implica hacer sacrificios. En esa época vivía con una amiga, y todavía recuerdo una madrugada de sábado que me la crucé en la cocina del apartamento, yo por estudiar y ella por irse a dormir; puteé un poco.

¿En qué estás trabajando?

Trabajo en la Agencia Internacional de Energía [AIE], que es parte de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos. Trabajo en tres cosas: estimamos todas las nuevas inversiones de energía en el mundo (cuánto, dónde, cómo se financió, etcétera), trabajamos con gobiernos de países emergentes en temas de análisis y políticas energéticas con foco en tecnologías limpias, e interactuamos con el sector financiero para entender cómo se puede atraer más capital al sector. Dentro del mundo de la energía, miro sobre todo el sector eléctrico.

¿Algo que hayas aprendido en todo ese proceso?

En la maestría, además de las clases de economía, aproveché para tomar cursos bien distintos. Tomé una clase de discursos que me encantó. Es una equivocación pensar que la economía y las políticas públicas son sólo matemática o estadística. Aprender a argumentar y ser capaz de explicar conceptos complejos en forma sencilla también es muy importante, y los economistas deberíamos trabajar mucho más en eso. También tomé una de derechos humanos que me voló la cabeza, donde todos los ensayos tenían que tener datos y cuantificaciones, no sólo buena retórica. En lo laboral, aunque caiga en un cliché, trabajar afuera me abrió mucho la cabeza, sobre todo en términos de escala (población, PBI, dimensión de la pobreza o la desigualdad). Pensar constantemente en millones o billones es algo que me costó un tiempo. También aprendí, y me lo recuerdo a diario, que todos hablamos desde una perspectiva, desde una historia de vida y de una ideología incluso (y lo digo sin el peso negativo que esa palabra adquirió en los últimos años). Por ejemplo, cuando trabajás con un gobierno de un país que tiene una tasa de electrificación de 30% (como referencia, Uruguay tiene 100%), donde la mayoría de la población es pobre y las instituciones son muy débiles, entonces muchas de tus buenas intenciones y soluciones seguramente no funcionen en términos de economía política, ya se intentaron o simplemente son incorrectas. El contexto importa, y muchas políticas públicas no funcionan porque eso falla. Además, incluso las políticas públicas exitosas pueden tener perdedores. Cambiar el statu quo siempre tiene consecuencias: el tema es cómo se distribuyen y cómo se trata a los afectados. Por último, el hecho de que el “éxito” no es lineal, pero esa discusión es para una entrevista entera.

¿Pensás volver?

Mi madre va a leer esta respuesta con atención. En algún momento voy a volver, pero la oportunidad en la AIE era algo que me atrajo mucho. Es una institución técnicamente excelente, que discute temas en la frontera tecnológica y que trata con una multiplicidad de actores y países. Además, no todo en la vida es trabajo, y París es una ciudad increíble. Por último, al tener un novio extranjero (neozelandés), hay que negociar. Pero está en nuestros planes ir a Uruguay.

¿Un libro de economía apto para todo público?

Estoy leyendo More, de Philip Coggan, sobre la historia del crecimiento económico y el rol del comercio. Está bien interesante y tiene un lenguaje muy accesible. Otro que me gustó mucho es ¿Quién le hacía la cena a Adam Smith? Una historia de las mujeres y la economía, de Katrine Marçal. Es una crítica a la teoría económica del hombre racional (Homo economicus), al rol de la mujer en ese marco y a las implicancias que eso tiene en la desigualdad.