La pandemia de la covid-19 ha desbaratado la economía en todo el mundo y, en la mayoría de los países en desarrollo, el nivel de ingresos sigue estando muy por debajo de los niveles anteriores a la pandemia. La inflación, agravada por la guerra en Ucrania, es especialmente dañina para los países de bajos ingresos y vulnerables, en los que los artículos esenciales, como los alimentos y la energía, son el componente principal del presupuesto de los hogares. El aumento de los tipos de interés está exacerbando el sobreendeudamiento en gran parte del mundo en desarrollo, mermando la inversión pública y privada y frenando el crecimiento. Además, los que más afectados se ven por la crisis climática son los países que menos han contribuido a ella y que tienen medios más limitados para enfrentarse a esa situación.

Vemos ya cómo se van perdiendo los avances en materia de desarrollo que tanto ha costado lograr. El Banco Mundial estima que la pandemia y la guerra en Ucrania han sumido a más de 90 millones de personas en la pobreza extrema. Según el Programa Mundial de Alimentos, es posible que casi 350 millones de personas sufran de inseguridad alimentaria en 2023, casi el doble que en 2020. A raíz de la pandemia, el desempleo ha aumentado, se ha ampliado la brecha de género y ha crecido el porcentaje de jóvenes que no tienen trabajo ni un nivel de educación suficiente, según la Organización Internacional del Trabajo.

Nada de esto es inevitable. Si tomamos como barómetro de los progresos realizados la aplicación a nivel mundial de la Agenda de las Naciones Unidas para el Desarrollo Sostenible, es cierto que estamos a punto de fracasar -sobre todo en el caso de los países con vulnerabilidades intrínsecas-. Sin embargo, los gobiernos, el sector privado y la sociedad civil pueden adoptar hoy decisiones que sienten las bases del desarrollo sostenible para las generaciones venideras.

Necesitamos una estrategia mundial de transformación que funcione para todos: una estrategia que aborde la transición energética, la crisis climática y la financiación del desarrollo y en la que las personas ocupen un lugar central. Se ha de incluir en ella una estrategia industrial y de crecimiento que sea justa, tanto en los países desarrollados como en los países en desarrollo y los países menos adelantados, ya sean pequeños o grandes: una estrategia que desvincule el crecimiento económico de la degradación del medioambiente.

En este ámbito, el comercio internacional puede desempeñar un papel fundamental al ayudar a los países en su intento por crear mejores puestos de trabajo, añadir valor y reforzar la resiliencia. En los últimos 40 años, la integración económica mundial respaldada por el sistema multilateral de comercio contribuyó a sacar de la pobreza a más de 1.000 millones de personas. Sin embargo, incluso antes de la pandemia se vio claramente que, en los países pobres, muchas personas no habían recibido una parte equitativa de los beneficios de la globalización, pero también muchas personas pobres de los países más ricos.

Las debilidades de las cadenas de suministro mundiales que se han puesto de manifiesto a raíz de la guerra en Ucrania y la pandemia deberían verse como una oportunidad de repensar la globalización y de ayudar a los países y las comunidades que quedaron atrás en los últimos decenios a utilizar el comercio para satisfacer sus aspiraciones de desarrollo sostenible.

El elemento esencial de esta globalización repensada es lograr incluir a muchos más países en lo que pasarían a ser redes más amplias y menos concentradas de producción de bienes y servicios.

Las empresas ya van buscando a nuevos proveedores en lugares como Asia Sudoriental, la India y México, sea para ahorrar costos o para gestionar los riesgos. El rápido crecimiento de la demanda de servicios prestados a través de internet está creando oportunidades en todo el mundo. Si se ampliaran estos reajustes para dar cabida a los países más pequeños y vulnerables, se permitiría que estos utilizaran los mercados, las ideas y los flujos de capital internacionales con miras a crear empleos mejores y más productivos.

Además, incorporar en esas redes de producción a un mayor número de pequeñas empresas y empresas propiedad de mujeres reportaría numerosos beneficios socioeconómicos. Aparte de los avances en materia de desarrollo e inclusión, unas cadenas de suministro más diversificadas serían también más resilientes a las perturbaciones localizadas, como los fenómenos meteorológicos extremos o los brotes de enfermedades.

Contar con mercados abiertos y previsibles es un requisito previo para este proceso de reglobalización, pero no basta. El acceso a una financiación a largo plazo y de bajo costo es un elemento indispensable para construir una economía mundial más sostenible e inclusiva. La Iniciativa de Bridgetown, presentada por el gobierno de Barbados, preconiza una reevaluación de la arquitectura financiera mundial actual para movilizar recursos financieros multilaterales y del sector privado hacia la mitigación del cambio climático y la resiliencia. Promover esta iniciativa podría contribuir de manera importante a atender las necesidades de financiación climática de los países en desarrollo y a facilitar, de hecho, la financiación de los Objetivos de Desarrollo Sostenible.

Un sistema de comercio fuerte y eficaz amplificaría los efectos de las necesarias medidas de reforma de la deuda y de inversión verde: las exportaciones generan divisas y el acceso a mercados más grandes aumenta el posible rendimiento de las inversiones.

Cada parte de este programa es un reto en sí, y más aún en un momento de crecientes tensiones geopolíticas. Sin embargo, como demostraron los gobiernos al adoptar varios acuerdos multilaterales en la Conferencia Ministerial de la Organización Mundial del Comercio celebrada el pasado mes de junio, la cooperación en materia de comercio sigue siendo posible. Deben proseguir estos esfuerzos para que el sistema multilateral de comercio ayude a todas las economías a aprovechar las oportunidades de que disponen y hacer frente a las vulnerabilidades y los desafíos. Juntos, podemos utilizar el comercio para construir un futuro económico más equitativo, más justo y más resiliente.

Mia Amor Mottley es la primera ministra de Barbados y Ngozi Okonjo-Iweala es la directora general de la Organización Mundial del Comercio.