“Estados Unidos enfrenta una pesadilla de deuda”, “No hay escapatoria fácil del desastre asociado al techo de la deuda”, “Un evento inimaginable empieza a ser bastante imaginable”. Durante las últimas semanas, los titulares alarmantes sobre el eventual impago de la deuda estadounidense han desbordado los medios en todo el mundo.

Si demócratas y republicanos no logran ponerse de acuerdo en los próximos días para elevar el tope de la deuda, el país efectivamente incumpliría sus compromisos financieros, un evento que podría derivar en un “escenario de pesadilla”. “Un colapso en los mercados bursátiles, un aumento en el desempleo, pánico en toda la economía global, todos están firmemente dentro del ámbito de la posibilidad”, advirtió hace unos días The Economist.

Y no es una exageración sensacionalista. En efecto, desde la página del Departamento del Tesoro se alerta que “No aumentar el límite de la deuda tendría consecuencias económicas catastróficas. Haría que el gobierno no cumpliera con sus obligaciones legales, un evento sin precedentes en la historia de Estados Unidos. Eso precipitaría otra crisis financiera y amenazaría los empleos y los ahorros de los estadounidenses comunes, poniendo a los Estados Unidos nuevamente en un profundo agujero económico, justo cuando el país se está recuperando de la reciente recesión”.

De acuerdo a la ley vigente, la cantidad de deuda que puede absorber el Tesoro está topeada por un límite que va modificándose periódicamente. Formalmente, ese límite representa la cantidad total de dinero que el gobierno “está autorizado a pedir prestado para cumplir con sus obligaciones legales existentes, incluidos los beneficios de Seguro Social y Medicare, salarios militares, intereses sobre la deuda nacional, reembolsos de impuestos y otros pagos”.

Desde 1960, el Congreso ha acordado 78 veces para aumentar permanentemente, extender temporalmente o revisar la definición de ese tope (49 veces bajo presidentes republicanos y 29 veces bajo presidentes demócratas). Al día de hoy, ese famoso “tope” ronda los 31 billones de dólares, o algo así como el 120% del PIB estadounidense, y se alcanzó hace ya varios meses. Desde entonces, las negociaciones para elevarlo y sortear un “escenario de pesadilla” han incrementado la tensión en un contexto ya caracterizado por la confluencia de múltiples riesgos sobre la estabilidad financiera y el dinamismo global. Si bien no es un plazo exacto, la fecha límite para alcanzar ese acuerdo sería el próximo primero de junio, según estimó la secretaria del Tesoro Janet Yellen.

Detrás de la disputa subyace la intención de los Republicanos de introducir un fuerte ajuste del gasto público, que supondría un recorte de aproximadamente 25% en términos reales y comprometería la agenda promovida por la administración de Joe Biden. Afortunadamente, en las últimas horas se habría logrado un principio de acuerdo, o al menos un compromiso, entre Biden y el presidente de la Cámara de Representantes, Kevin McCarthy. “Aún nos queda mucho trabajo por hacer. Pero creo que es un principio de acuerdo digno del pueblo estadounidense”, señaló durante su comparecencia McCarthy. Ahora resta esperar que ese acuerdo tentativo sea aprobado por la Cámara de Representantes, que lo votará el miércoles.

Por ahora, la incertidumbre continúa siendo elevada, tanto respecto a las posibilidades de terminar cerrando efectivamente ese acuerdo, como en relación a la duración, profundidad y alcance que podría tener la crisis generada en caso de no hacerlo.

Y no sólo eso. En el marco de la disputa hegemónica en curso, debe tenerse presente el impacto que un fracaso en este frente podría tener sobre la credibilidad y la confianza en el país, que podría aumentar los incentivos para encontrar una alternativa al dólar, al sistema financiero y a las instituciones y organismos occidentales que fueron creados y promovidos por Estados Unidos al comienzo de la segunda posguerra. Como recuerda The Economist: “La fe, una vez destruida, no puede restaurarse fácilmente”.