La inserción internacional del Uruguay vuelve a escena como un tema recurrente, pegajoso, siempre latente. Carece de una definición estratégica y, por tanto, las acciones impulsadas en el último tiempo son tiros al viento. Mucho ruido y poca presa. A decir de Michael Porter, la esencia de la estrategia es decidir qué no vamos a hacer. Además, conceptualmente, la estrategia implica buscar atributos diferenciadores, caminos diferentes. Por eso es relevante la definición estratégica, porque implica definir hacia dónde iremos. Como he escrito en columnas anteriores, la estrategia de inserción internacional es de largo aliento y requiere alinear a los más diversos sectores con diálogo, apertura de información e intercambio de ideas.

Días agitados

En primer lugar, tenemos la confirmación por parte de China de que no avanzará de forma bilateral con Uruguay. Como quizás usted recuerde, en reiteradas ocasiones alerté sobre los obstáculos que existían para la iniciativa uruguaya y cómo deberíamos moderar expectativas en torno a este asunto.

A eso se ha sumado un nuevo signo de interrogación sobre el dilatado acuerdo entre el Mercosur y la Unión Europea. Lo que al comienzo del año aparecía como el gran legado que podría dejar el gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva en materia internacional, ahora comienza a desdibujarse. Diferencias sobre las cláusulas acordadas en materia de compras públicas pueden hacer naufragar una vez más la aprobación de este tratado, que lleva más de 24 años en agenda.

Recordemos que los acuerdos de libre comercio, en general, establecen cláusulas de igualdad de trato entre empresas nacionales y extranjeras para las licitaciones. El actual gobierno brasilero ha manifestado que las compras estatales son parte del instrumental de promoción industrial local, sobre todo para pequeñas y medianas empresas. Un buen punto. De todos modos, los textos del acuerdo contienen amplias excepciones, incluyendo períodos de adecuación prolongados (15 años) y márgenes para poder continuar apoyando a las Mipymes. En ese sentido, pareciera ser más una excusa que un dilema de fondo.

Con este entorno y en este contexto, el presidente de la República, viaje incluido, generó un acercamiento político con Estados Unidos. Además, el canciller ha propuesto revisar el estatus de Uruguay dentro del Mercosur. Pero vayamos por partes, dijo Jack.

Brasil en el mundo

De un tiempo a esta parte, Brasil ha experimentado un cambio radical en su estructura productiva. A impulso de las compras de productos de origen agropecuario por parte de China, la principal economía regional ha consolidado una balanza comercial favorable. De hecho, y a pesar de la desaceleración del país asiático, Brasil marcó en mayo un récord histórico en lo que refiere al superávit comercial. No obstante, aún mantiene desafíos en materia de cuenta corriente, principalmente por importaciones de servicios, y bajos niveles de reinversión extranjera. En efecto, ya no tenemos un Brasil mirándose el ombligo. Debe salir a sostener mercados y aprovechar todo su potencial productivo.

En este contexto, vale preguntarse si esto cambia su sensibilidad a tener una economía más abierta y propensa a generar acuerdos. Y quizás sea demasiado prematuro esbozar una respuesta, porque existen demasiados intereses creados en un mercado históricamente proteccionista, sobre todo de su industria manufacturera. Además, mientras el mundo (China) le siga comprando a gran escala incluso en ausencia de acuerdos, no habrá demasiados incentivos para quebrar la posición conservadora del statu quo.

Las barras y las estrellas

Por su parte, el acercamiento con Estados Unidos, desde lo comercial, es razonable. La que es todavía la principal economía del mundo es también el principal destino de las exportaciones uruguayas cuando miramos más allá de los bienes. Recordemos que la modernidad ha traído la multiplicación de modos comerciales. En particular, en lo que refiere a la vertical productiva de servicios no tradicionales (que excluye turismo y transporte) o la llamada “economía del conocimiento”, en la que Uruguay se viene posicionando con acierto.

Estados Unidos es un importador neto desde nuestra geografía. Representa, en general, más del 70% de las exportaciones sectoriales. A hoy, la única vía posible de avance pasa por mejorar el acuerdo vigente conocido, por sus siglas en inglés, como TIFA, un acuerdo marco de comercio e inversiones. Otras iniciativas, en el contexto actual, serán artificio, más expresiones de deseo que construcción de nuevas realidades.

Los vínculos con el Mercosur

Cuestionarnos los vínculos con el Mercosur requiere de un análisis cuidadoso y preciso. Este es el primer estudio de “factibilidad” que debe hacerse para un replanteo de la estrategia de inserción internacional en materia de bienes, ya que con el Mercosur los acuerdos para profundizar el intercambio de servicios no tradicionales son pobres (lidiamos aún con un proteccionismo fiscal absurdo desde Brasil, ahora menguado parcialmente por la reciente aprobación del acuerdo para evitar la doble tributación).

Debe tenerse presente que los vínculos con los países regionales exceden largamente lo comercial, por lo que realizar un análisis acotado solamente a esos asuntos sería, en el mejor de los casos, miope. Asumiendo lo anterior, podríamos esbozar un esquema de ejercicio abierto con base en las tres opciones que entiendo posibles. Nótese que se descartan aventuras no negociadas con el bloque, al intentar forzar una nueva realidad de hecho. Camino desaconsejado, apartado de la rica historia uruguaya de respeto al orden jurídico y con naufragios varios.

En su visita a nuestro país, el actual presidente de Brasil compartió de forma expresa la relevancia para Uruguay de buscar alternativas de mayor apertura. Sin embargo, como se observa, el dilema del Mercosur no es tan sencillo. Desde que hemos decidido transitar el camino de la integración regional, la mayoría de las decisiones en la materia exceden a la sola voluntad uruguaya. En dos de los tres escenarios posibles, dependemos de la voluntad de nuestros actuales socios y su disposición a introducir modificaciones.

Además, coinciden con dos de las opciones que, a nuestros intereses, amortiguan los impactos negativos de cualquier modificación. Valorar el cuánto, el cómo y el cuándo para los beneficios de los puntos positivos identificados en cada opción, y contrastarlos con los costos inmediatos a asumir, debería completar el análisis bajo criterios meramente económicos. Y claro que en la decisión pueden incorporarse otros criterios no económicos para evaluar cada alternativa. En cualquier caso, y bajo cualquier opción, es imprescindible tejer buenos vínculos internos y externos basados en el diálogo y en la promoción de relaciones saludables.