Los funcionarios clave reconocieron que las ganancias han sido una de las principales fuentes de inflación en Europa; una postura realista basada en los hechos, más que en la economía de los años 70. Ahora que abrazaron un nuevo análisis de las causas de la inflación, también deben cambiar las políticas para hacerles frente.

En los últimos meses, el Banco Central Europeo (BCE), la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, el Banco de Pagos Internacionales (BPI) y la Comisión Europea publicaron estudios en los que muestran que las ganancias explican una gran parte de la inflación, pero el golpe de gracia para quienes dudaban llegó el 26 de junio, cuando el Fondo Monetario Internacional (FMI) tuiteó: “El aumento de las ganancias corporativas constituyó el mayor componente de la inflación europea en los últimos dos años; las empresas aumentaron los precios por encima de la suba del costo de la energía importada”.

¿Por qué demoraron tanto? Como informó la presidenta del BCE, Christine Lagarde, al Parlamento Europeo el 5 de junio, “el aporte de las ganancias a la inflación [...] pasó un tanto desapercibido” porque “no tenemos tantos datos, ni tan buenos, sobre las ganancias como sobre los salarios”. Los responsables de las políticas no lograron apreciar completamente “la transmisión del impulso desde los costos hacia los precios finales que sufrieron muchos sectores corporativos”. Pero ahora el problema quedó claramente a la vista: aunque algunos sectores “aprovecharon para trasladar completamente los costos sin afectar sus márgenes”, explicó Lagarde, otros fueron más lejos y “empujaron los precios por encima de ese aumento”.

Según Lagarde, las empresas lograron aumentar los precios por dos motivos: desajustes entre la oferta y la demanda en los que primaron los cuellos de botella, y el efecto coordinado de los megaimpactos recientes. En sus palabras, “todos están en la misma situación: todos aumentarán los precios”.

Esta “inflación de vendedores” se da cuando las empresas logran transmitir un impacto de costos importante a los consumidores y aumentan los precios para proteger o incrementar sus márgenes de beneficio. La inflación de vendedores aumenta las ganancias totales incluso si los márgenes de las empresas se mantienen inalterados. Esta simple verdad llevó a que Adam Smith advirtiera, hace 250 años, que las ganancias pueden presionar sobre los precios.

Hay quienes pueden responder que la protección de los márgenes contra los impactos en los costos es un comportamiento corporativo normal, por lo que no hay motivos para repensar la inflación actual, pero nadie niega que las empresas buscan proteger o incluso ampliar sus márgenes (por lo tanto, “inflación por codicia” resulta un nombre poco apropiado). La cuestión, más bien, es que, respecto de los niveles históricos, las empresas lo lograron esta vez con un éxito espectacular. Isabel Schnabel fue pionera, en el BCE, en este estilo de análisis de la inflación. Cuando le preguntaron hace poco si la inflación actual realmente depende de las ganancias, no anduvo con rodeos: “Cuando se hace la descomposición macro, parte [de la inflación] responde a las ganancias… y punto. Es un hecho”.

Comparémoslo con el primer impacto sobre el precio del petróleo en 1973: por entonces, como muestra el FMI, fue la mano de obra la que logró protegerse y rechazarlo; más allá del petróleo en sí, la suba de precios dependió exclusivamente del aumento del costo unitario de la mano de obra, y las ganancias cayeron. Hoy, por el contrario, según el FMI, las ganancias representan el 40% de la inflación y, junto con los precios de las importaciones, reemplazaron al costo laboral como causa principal. Además, como confirma el BPI, el salario real cayó más que en los episodios inflacionarios anteriores. “Los trabajadores, hasta el momento, salieron perdiendo por el shock inflacionario [...], lo que ha disparado un proceso sostenido de ‘actualización salarial’”, explica Lagarde.

¿De dónde sacan esas ideas el BCE, el FMI, el BPI y otras instituciones líderes? Ciertamente, no provienen de supuestos antiguos basados en la curva de Phillips, las brechas de producción, la flexibilización monetaria y el “exceso de demanda”. Tal vez mi trabajo, que recibió amplia cobertura, haya incidido en parte… tal vez sencillamente la gente comenzó a ver los hechos de otra manera.

De cualquier modo, un diagnóstico correcto no ayuda si la terapia sigue siendo ineficaz o, incluso, nociva. Como están las cosas, la receta estándar contra la inflación sigue siendo la suba de las tasas de interés, aun cuando eso aumentará el desempleo y profundizará el riesgo de recesión e inestabilidad financiera. El FMI sugiere que “las perspectivas inflacionarias europeas dependen de la manera en que las ganancias corporativas absorban las ganancias salariales”, pero no hay canales directos desde la suba de las tasas de interés a la compresión de los márgenes. En todo caso, cuando aumenta el costo del endeudamiento se reduce la capacidad de las empresas para absorber las subas salariales.

Como señalan algunos analistas de Wall Street, la estrategia de precios en vez de volúmenes se ha difundido actualmente entre las empresas: en vez de bajar los precios y aumentar los volúmenes, muchas empresas están compensando los menores volúmenes con aumentos de precios... en este entorno, es poco probable que reducir la demanda detenga la inflación.

Las grandes corporaciones aprendieron que no tienen que hacerse cargo de los grandes impactos de costos como la pandemia o la guerra rusa en Ucrania. Tampoco tienen que adaptarse, como ocurrió con los grandes bancos durante la crisis financiera de 2008, que se incorporaron a la cultura de los rescates y del echarle la culpa a otros. Pero ese comportamiento no aumentará la capacidad de recuperación de la economía; debemos reconocer el recurso de aumentar las tasas de interés como lo que es: una estrategia para endilgarle el costo de la inflación a la mano de obra (eliminando salarios), a los programas sociales (mediante la austeridad) y a las generaciones futuras (desalentando la inversión).

Gita Gopinath, subdirectora gerente del FMI, ciertamente acertó el mes pasado cuando sostuvo que “Si la inflación debe bajar rápidamente, las empresas deben permitir que sus márgenes de ganancia [...] se reduzcan”. Pero para eso tal vez sea necesaria una nueva estrategia orientada a disciplinar a las ganancias fugitivas, incentivar la inversión, aumentar la productividad y alentar a las empresas a ganar dinero a la antigua: vendiendo más productos a precios justos.

Fue la primera ministra británica Margaret Thatcher quien popularizó la idea de que “no hay alternativa” a la economía de mercado sin restricciones, pero, de hecho, los responsables de las políticas aprendieron durante el último año que las alternativas son muchas. En España, por ejemplo, un enfoque creativo que incluye todas las opciones disponibles logró que la tasa de inflación fuera menor a la fijada por el BCE como objetivo, y en Estados Unidos se usó petróleo de la Reserva Estratégica de Petróleo para ayudar a contrarrestar las presiones inflacionarias.

El análisis correcto es un primer paso fundamental, ahora los economistas técnicos y líderes políticos de las instituciones internacionales europeas deben dar el siguiente. Necesitamos políticas derivadas de ese nuevo conocimiento. En todo caso, sería más seguro detener la suba de las tasas y no hacer nada que implementar otra ronda de ajuste monetario. No hacer nada siempre es una alternativa.

Isabella M. Weber, profesora adjunta de economía de la Universidad de Massachusetts Amherst, escribió How China Escaped Shock Therapy: The Market Reform Debate [Cómo evitó China la terapia de choque: el debate sobre la reforma de mercado] (Routledge, 2021). Copyright: Project Syndicate, 2023. Traducción al español por Ant-Translation.