Entre 2019 y 2021 realizamos una investigación etnográfica en varios barrios populares del sureste del conurbano bonaerense. Examinamos las maneras en que los más necesitados se las arreglan para satisfacer sus necesidades básicas, lo que la sociología y la antropología denominan “la cuestión de la sobrevivencia”. ¿Cómo hacen los pobres para garantizar su subsistencia? La conclusión general a la que llegamos, en base a docenas de entrevistas y cientos de horas de observación participante, es que son denodados bricoladores. Combinan una diversidad de estrategias: trabajo informal precario y altamente explotado, acción colectiva más o menos beligerante, participación en arreglos clientelares, redes de reciprocidad y ayuda mutua, y asistencia estatal.

Varias de estas estrategias ponen a los más pobres en contacto directo con oficinas públicas. Los encuentros cotidianos con las burocracias estatales y con los burócratas de calle le dan forma concreta a lo que de otra manera sería una abstracción: el Estado. Y en esos encuentros se aprende no sólo lo que el Estado es y lo que hace, sino también lo que es y lo que debe (y no debe) ser la política. Esas interacciones –con un policía, con un empleado público, con un dirigente barrial, con una maestra o con una directora de escuela– socializan a los ciudadanos a tener (o no) expectativas acerca de los servicios que puede dar (o no) un gobierno, y el lugar que ocupan en la comunidad política.

Las formas institucionales del Estado, sus estructuras organizativas y sus capacidades son muy importantes para entender su funcionamiento. Pero también lo es lo que el Estado significa para quienes más lo necesitan. Y este significado muchas veces está condicionado no sólo por los servicios que ofrece el Estado, sino por la manera en que lo hace, por sus prestaciones y por quienes las encarnan, hombres y mujeres de carne y hueso. Estos significados se constituyen menos a partir de lo que empleados públicos y políticos dicen que a partir de lo que esas interacciones cara a cara producen.

En el transcurso de nuestra investigación notamos que, aunque el Estado es objeto de críticas por escasez de recursos, por falta de confiabilidad en su funcionamiento, por ausencia de servicios, por arbitrariedad –y, en el caso de la policía, por ser brutal y corrupto–, los más necesitados saben también que en más de un sentido cuentan con él para subsistir. Un ejemplo: en promedio, una tercera parte del presupuesto de las familias que estudiamos proviene de transferencias del Estado. Estas familias entienden muy bien que esos recursos que provee el Estado son fundamentales para su subsistencia. En lo más bajo de la escala social se sabe que, sin el Estado, la vida cotidiana sería aún más difícil, más miserable.

Los más pobres también entienden, y no hay contradicción en eso, que las intervenciones estatales han sido siempre precarias y no han conseguido sacarlos de la marginación. De ahí que, sin asumir posiciones cerradas “anti-Estado”, cuestionen el funcionamiento de los llamados bienes públicos. Pensemos en la escuela y en el hospital, cuyo deterioro comenzó hace décadas. Los más necesitados perciben la escuela pública como intermitente, poco confiable: faltan los maestros, hay paro, se suspenden las clases por problemas con la infraestructura, etcétera. No es difícil entender entonces por qué aquellos que aun con escasos recursos gozan de una situación económica un poco más estable optan por enviar a sus hijos a escuelas parroquiales: allí se garantiza el dictado regular de clases1. Pensemos en las esperas interminables para obtener un turno en los hospitales públicos, en las largas filas a la madrugada para poder ser atendidos, en la falta de insumos básicos...

Muchos de quienes contribuyen a la financiación de los bienes públicos no los utilizan, habiendo desertado de ellos hace tiempo. Quienes los usan a diario los sienten rotos o destartalados. Quizás esto sirva para entender las razones por las que el discurso libertario cosecha adherentes en diversos sectores sociales: el Estado te quita, el Estado no te da, el Estado te hunde2.

***

Hace tres meses Manuel se quedó sin trabajo. Cobra 50.000 pesos argentinos del Fondo de Desempleo. Norma, su esposa, trabaja de empleada doméstica a dos horas (un tren, dos ómnibus) de su casa y cobra la Asignación Universal por Hijo. Los sábados va a la feria a vender ropa que le regalan sus “patrones” para hacer algo más de plata. Sus dos hijos reciben la beca Progresar y asisten regularmente a la escuela secundaria parroquial. Viven “con lo justo”. Lo que ingresa en el presupuesto doméstico les alcanza para pagar la comida, la matrícula de la escuela, las garrafas, el internet, los teléfonos celulares, los uniformes de los equipos de fútbol de los hijos y un curso de computación.

***

Desde la década de 1980, la zona sur del conurbano en la que realizamos nuestra investigación fue testigo de tomas de tierras masivas, altamente conflictivas y a menudo exitosas. Examinando los asentamientos poblacionales que tuvieron lugar en la zona a fines de 1981, María Cristina Cravino y Pablo Vommaro afirman: “[Estos] fueron el resultado de una ocupación organizada, desarrollada en un momento específico y acotado. Los ocupantes invadieron colectivamente parcelas de tierra vacante, pública o privada, sobre las cuales construyeron velozmente sus primeras viviendas con materiales precarios, las que luego fueron mejorando y construyendo en firme...”3.

Una vez asegurada (siempre de forma precaria) la posesión, la autoconstrucción es para los sectores de bajos ingresos la manera de erigir sus casas, con trabajo propio y con recursos (ladrillos, vigas, etcétera) muchas veces obtenidos mediante la participación en redes de acción comunitaria y protesta colectiva. Quienes habitan en lo más bajo de la escala social no sólo carecen de ingresos sino también de infraestructura básica, así como contaron y cuentan con la acción política popular para obtener tierra y vivienda, utilizaron y utilizan en esa misma acción colectiva (dependiendo del contexto político, más o menos transgresiva o disruptiva) para obtener alumbrado, pavimento, veredas, escuelas, centros de salud.

Es posible que, si se les pregunta, hombres y mujeres que participaron en estas acciones para mejorar su hábitat y su vida cotidiana expresen su insatisfacción con “la política”. Y una interpretación superficial –de esas que suelen emerger en las encuestas de opinión– dirá que la antipolítica domina la cultura política de los pobres urbanos. Pero si uno observa un poco más atentamente, con la mirada cercana y granular de la etnografía, la historia reciente y la lógica de sus prácticas –tomas de tierras, protestas, reuniones comunitarias, etcétera–, detectará confianza compartida en la acción política mancomunada. No hay deshonestidad intelectual en esa interpretación alternativa.

***

“Pedro organizó a la gente por manzana. Él ya tenía experiencia de otras tomas”, nos cuenta María sobre su esposo. Los “tomadores” u “ocupantes” sabían (o reconocieron con rapidez a quienes sabían) cómo demarcar los terrenos para las viviendas particulares, cómo abrir calles y zanjas (“Era todo a pulmón; nos juntábamos un grupo de vecinos, un sábado o domingo, y hacíamos la vereda”), cómo resguardar otros para espacios públicos, cómo enfrentarse a la Policía (“Poníamos a los chicos adelante para que la [Policía] montada no los saque... pasamos las mil y una... con las máquinas para desalojar. Nos daban susto, querían romper las casas de chapa y cartón”), cómo evadir el cerco policial para entrar materiales de construcción y cómo negociar con autoridades estatales.

***

En los márgenes urbanos, la política partidaria se encarna en las figuras de funcionarios municipales, intendentes, concejales, candidatos, además de dirigentes barriales o punteros. En nuestra investigación detectamos que el círculo cercano a esos funcionarios y dirigentes barriales suele llenarlos de elogios por su sacrificado trabajo, pero que buena parte de los vecinos los ven como oportunistas, manipuladores y negociantes. Son percibidos como personas que utilizan los problemas del barrio para fines personales. Esa política no es vista como productora de actores colectivos que luchan por la transformación social, económica o cultural, sino como generadora de divisiones y como instrumento para el enriquecimiento personal.

Dicho de otro modo, entre los pobres urbanos hay una mirada más bien escéptica respecto de la política partidaria y sus actores. Este descreimiento no proviene de un “sistema de valores” alternativo, sino de las reiteradas experiencias negativas con formas de hacer política que no procuran construir sujetos y potencias colectivas (a pesar de la retórica que así lo reclama), sino obtener ventajas particulares (“negocios para ellos”, como escuchamos en más de una oportunidad). En el terreno áspero de la cotidianidad barrial, en el día a día repleto de riesgos, urgencias e incertidumbres (no en la televisión, no en Twitter, Instagram o Facebook, donde políticas y políticos postean sus logros con sus seguidores), “el cambio republicano” que ofrece la oposición y “el proyecto nacional y popular” del peronismo se encarnan en personajes que, habiendo capturado al Estado, son percibidos como predatorios, corruptos (“todos chorros”) o, en el mejor de los casos, oportunistas. De ellos hay que sacar la ventaja que se pueda. La política tiende a ser entendida como puro interés, como una actividad instrumental que suele ser percibida como ilegal o inmoral.

***

“Pocho (uno de los punteros del asentamiento del sureste del conurbano) es mujeriego”, nos cuentan Valentina y Emilia. “Todos en algún momento dependieron de él, porque económicamente te sirve. Vas y le pedís un plan… Yo una vuelta fui a verlo. Yo estaba alquilando y necesitaba una casa, y él quería que yo fuera la mujer para darme una casa [...] Me dijo ‘vos me tenés que dar otra cosa’ y me miró de arriba abajo [...] Yo le dije ‘no, gracias’ y me fui a la calle”. Valentina agrega: “Pero eso lo hizo con muchas chicas. Todas cuentan que a todas les hace eso [...] Económicamente les sirve. El chabón te va a dar una posición o un puesto, o un trabajo como es una cooperativa, pero ‘pasá para el cuarto primero’”.

*** “El punto –escribe el periodista Ted Connover en su libro Immersion: A Writer’s Guide to Going Deep4– es que pasando tiempo con las personas, estando a su lado cuando se encuentran con situaciones desafiantes, en otras palabras, pasando el rato, aprendés mucho más sobre ellos de lo que podrías aprender sólo realizando entrevistas. Al comer con ellos, viajar con ellos, respirar su aire, obtenés más que sólo información. Obtenés experiencia compartida. Y a menudo obtenés poderosas historias reales”. Durante más de dos años, la coautora de esta nota hizo lo que Connover recomienda: pasó buena parte de sus días entre los sectores más pobres del conurbano para entender qué estrategias diseñaban para sobrevivir y cuándo y cómo estas involucran la acción política.

Con base en este trabajo, no creemos que exista una visión anti-Estado o antipolítica entre los sectores populares, sino más bien una mirada profundamente crítica (porque está basada en interacciones regulares) hacia hombres y mujeres que, relacionados de manera más o menos directa con el Estado, tienen comportamientos oportunistas, predatorios o extorsivos. De allí que la promesa de “deshacerse de ellos” encuentre en lo más bajo de la escala social y simbólica un terreno fértil. Los sectores populares no son antipolítica o anti-Estado, pero sí tienen una posición reprensiva frente al caótico –y a veces corrupto– uso que hacen los políticos del Estado.

Javier Auyero, egresado de la Universidad de Buenos Aires, profesor de Sociología en la Universidad de Texas en Austin y profesor investigador Ikerbasque en la Universidad del País Vasco. Su último libro, escrito junto a Sofía Servián, se titula ¿Cómo hacen los pobres para sobrevivir? (Siglo XXI Editores, 2023). Sofía Servián, estudiante de Antropología en la Universidad de Buenos Aires.


  1. Emilio Tenti Fanfani, “La educación escolar y la nueva ‘cuestión social’”, Punto de Vista, N° 81, Buenos Aires, 2005; y E. Tenti Fanfani, La escuela bajo sospecha. Sociología progresista y crítica para pensar la educación para todos, Siglo XXI, Buenos Aires, 2021. 

  2. Agradecemos a Ernesto Semán habernos sugerido este punto. 

  3. María Cristina Cravino y Pablo Ariel Vommaro, “Asentamientos en el sur de la periferia de Buenos Aires: orígenes, entramados organizativos y políticas de hábitat”, ri.conicet.gov.ar, 2018. 

  4. University of Chicago Press, 2016.