Remitirse a la clásica escena en la que algunos rumiantes con cuernos descansan en el asfalto y bloquean el paso de vehículos no alcanza para dar cuenta de qué representa la vaca para India. Su sacralidad, instituida por los brahmanes, sólo puede entenderse si se consideran los orígenes del nacionalismo indio.

La vaca fue un “animal político” durante la dominación mongola –del siglo XII al XIII– y, más adelante, en el siglo XIX, cuando India era colonia británica. Su protección ayudó a fundar una teología unificadora de la comunidad hindú, a la que hoy se denomina hindutva (“hinduidad”). Esta asimila la nación india a la mayoría hindú y reprime a las minorías que comen carne vacuna –la mayor minoría está constituida por los 177 millones de musulmanes (14 por ciento de la población)–.

Hoy en día, esta ideología tiene un defensor eficaz en la figura de la Sangh Parivar, una poderosa nebulosa de organizaciones nacionalistas entre las que se cuentan el partido en el poder, el Bharatiya Janata Party (BJP) [Partido del Pueblo Indio], el Rashtriya Swayamsevak Sangh (RSS) [Cuerpo de Voluntarios Nacionales] –de donde proviene el actual primer ministro, Narendra Modi– y dos grupos aún más agresivos: el Vishwa Hindu Parishad (VHP) [Consejo Mundial Hindú] y el Bajrang Dal (BD).

A fines de 2015 se produjo una serie de asesinatos de musulmanes en nombre de la protección de las vacas. El 28 de setiembre de ese año, en un poblado del norte del país, en Uttar Pradesh, 200 personas lincharon a muerte a un hombre de unos 50 años e hirieron de gravedad a su hijo con el pretexto de que la familia había comido carne de vaca. El 9 de octubre, en Cachemira, un camión que transportaba vacas fue el blanco de una bomba artesanal. El conductor, un joven musulmán, murió a causa de las quemaduras. Cinco días más tarde, en un estado vecino, un musulmán de 20 años, sospechoso de traficar bovinos, fue muerto a golpes por varios individuos. El 2 de noviembre, siempre de 2015, otro hombre fue asesinado por una muchedumbre de hindúes que lo acusaban de haber robado una vaca.

Los asesinos aprovechan un contexto de auge del nacionalismo en el que las leyes que prohíben el comercio de bovinos se aplican cada vez con más severidad. La Constitución de 1949 recomienda que cada estado implemente una legislación propia que prohíba la matanza de vacas. Ocho de los 29 estados del país aún hacen caso omiso de esta recomendación: allí las vacas pueden convertirse en carne para vender o consumir. En otros tres, la matanza está reglamentada de manera estricta. Los 18 estados restantes la prohíben por completo y prevén, en caso de infracción, penas que pueden llegar hasta los diez años de cárcel. Incluso cinco de los estados prohibieron el consumo de carne de vaca, por lo que la Policía no duda en registrar algunos restaurantes.

Arena identitaria

El único bovino que no goza de esta protección es el búfalo de agua, un bóvido en general negro, imagen del demonio según la mitología. Todos los estados, a excepción de Chhattisgarh, permiten que se los mate para exportación. Paradójicamente, esto fue lo que en 2015 propulsó a India al primer lugar entre los exportadores de carne bovina, justo arriba de Brasil.

Gran parte de los musulmanes, cristianos y de las poblaciones tribales, así como las capas inferiores de las castas bajas, no tienen problema en consumir carne de vaca, ciertamente tabú, pero muy barata. Para poder encargarla en la carnicería sin nombrarla, los clientes hablan de “la gorda”. Los intocables sí comen carne, ya que tradicionalmente se vieron obligados a ocuparse del ganado muerto: recuperaban su carne y curtían el cuero. “En las trastiendas, una vez que el mullah sacrificó a la vaca, quienes se ocupan de despiezarla son los intocables”, escribió el geógrafo Michaël Bruckert1. Mientras que los carniceros y los vendedores de los mataderos municipales son, en su gran mayoría, musulmanes, tanto hindúes como no musulmanes pueden dirigir mataderos industriales e incluso trabajar en ellos.

Digan lo que digan los ultranacionalistas, la carne de vaca formaba parte de la tradición culinaria mucho antes de que los musulmanes llegaran a India, señaló el historiador Dwijendra Narayan Jha en su obra The Myth of the Holy Cow2 [El mito de la vaca sagrada]. El libro fue prohibido por un tribunal de Hyderabad, que también solicitó el arresto de su autor. Lo cierto es que, según los más antiguos textos sagrados del hinduismo, la vaca es una “diosa” y “no merece que la maten”, pero en ocasiones se la sacrifica o se consume su carne para honrar a un huésped prestigioso, por ejemplo. Ahora bien, hacia fines del período védico (entre los siglos II y I a. C.), la popularidad de los ascetas y la concurrencia de las doctrinas jaina y budista, basadas en el vegetarianismo, cambiaron las reglas del juego. Los brahmanes, que sacrificaban vacas (y cebúes con joroba, muy comunes en la región), se sintieron debilitados y se convirtieron en sus protectores.

Poco a poco, las demás castas fueron imitándolos. Mientras que quienes consumían su carne se volvían impuros, las defecaciones de estos animales cobraban un valor virtuoso. Desde entonces, han aparecido negocios que promueven remedios y productos cosméticos a base de orina y bosta de vaca...

El historiador Bhagwan Josh explica que “el recurso a la simbología de la vaca como terreno de confrontación entre las comunidades se remonta a la invasión mongola. En ese momento los hindúes se vieron obligados a ocupar una posición cultural inferior, si bien eran más numerosos”3. Sin embargo, los dirigentes musulmanes garantizaron algunos derechos a quienes pertenecían a las castas altas. Incluso varios emperadores prohibieron de manera oficial la matanza de bovinos.

Las primeras verdaderas movilizaciones políticas por las vacas tuvieron lugar a fines del siglo XIX. El movimiento, que se estructuró en torno a las ideas nacionalistas y revivalistas de Dayananda Saraswati y su organización, Arya Samaj, desarrolló el mito de una época de oro: el período védico ario, entre los siglos VI y II a. C. Se dice que este período llegó a su fin porque los hindúes no supieron defenderse de los colonos despectivos y racistas, así como tampoco de los musulmanes, a quienes se describe como agresores de vacas sagradas y, por extensión, de mujeres hindúes. En 1882, Saraswati fundó las Sociedades de Protección de la Vaca (Gorakshini Sabha). Temerosos de perder su poder local ante la dominación británica, los propietarios de la tierra pertenecientes a las castas altas se agruparon en estas inéditas sociedades.

Con rapidez, a la simple protección de los animales sucedieron un discurso y actos claramente antimusulmanes. En los pueblos se distribuían cartas del tipo “bola de nieve”: el destinatario debía reproducir la misiva para difundir la información. “Si ves a un musulmán con una vaca, es tu deber confiscarla”, decía una de ellas. Las asociaciones realizaban operaciones de “rescate de vacas”, lo que condujo a los graves disturbios de 1893 y 1917. Cada hogar pagaba un tributo que permitía financiar los refugios para los animales confiscados. También se utilizaba para gratificar a los predicadores viajantes, cuyas plegarias encendidas lograban reunir a los hindúes privilegiados y a auditorios más amplios, menos educados.

Alimento del peor extremismo

En 1924, el líder independentista Mohandas Karamchand Gandhi inventó una versión moderada de las Gorakshini Sabha: las Go Seva Sangh [Asociaciones al Servicio de la Vaca]. Si bien afirmaba estar preparado para “sacrificar su vida para salvar a las vacas”, a las que adoraba con fervor, nunca atacó a los musulmanes por ese tema. Sin embargo, mientras defendía las reivindicaciones de dicho grupo frente a los colonizadores británicos, intentaba negociar la protección de la res: “Sería un gesto elegante, que contribuiría de manera considerable a su honor, el que los musulmanes pusieran fin a la masacre de vacas por propia voluntad, por consideración de los sentimientos religiosos de los hindúes y por deber hacia estos últimos”4. ¿Presión amistosa? ¿Chantaje político? Fuera lo que fuere, la preocupación de Gandhi por el animal sagrado reforzó los discursos fundamentalistas en lugar de apaciguarlos y contribuyó a convertirlo en un tema político.

En el presente siglo, los resortes simbólicos y los modos de acción de un movimiento que nació con la colonización se están reactivando. En este sentido, el linchamiento del 28 de setiembre de 2015 en el pueblo de Bisara, dominado por la casta alta de los rajputs5, resulta significativo. Los detenidos, que condujeron a la multitud hasta la casa, pertenecen al BJP o, como en el caso del hijo del jefe del pueblo, a las milicias de la Sangh Parivar. Un sacerdote que, a la manera de los predicadores nómadas de antaño, había llegado algunas semanas antes fue quien hizo correr el rumor durante la prédica: en el templo, acusó a la familia Akhlak de haber matado un ternero (en realidad se trataba de una cabra). A modo de carta “bola de nieve”, la fotografía de una osamenta circuló a través de los teléfonos celulares.

Las brigadas especiales se multiplicaron en el norte de India. Los milicianos, ataviados con bandanas naranja, el color de la Sangh Parivar, patrullaban y bloqueaban los camiones de ganado que les parecían sospechosos, antes de acometer contra el conductor si este es musulmán. Al igual que en los comienzos del movimiento, las vacas rescatadas son llevadas a “refugios”, corrales de las asociaciones de protección del animal. “Con frecuencia, las vacas robadas se revenden a los carniceros en el mercado negro por su famoso sabor”, precisa la politóloga Charlotte Thomas6. “Ahí aparece toda la hipocresía del movimiento”, afirma.

Como el crecimiento tan anunciado aún no llega, el primer ministro Modi ya no puede seguir explotando la imagen de hombre providencial y moderado que tanto éxito le dio al comienzo de su primer mandato, en 2014. Su familia política lo incitó entonces a retomar sus hábitos antimusulmanes –nadie ha olvidado su complicidad en el pogromo de 2002 en Guyarat7–. Modi no se dignó a condenar el linchamiento del 28 de setiembre de 2015 y esperó ocho días antes de calificar el ataque con un sobrio “entristecedor y lamentable”. Sus camaradas fueron más prolijos: para el ministro de Agricultura el sacrificio de una vaca es un “pecado mortal”. El jefe de gobierno (BJP) del estado de Haryana declaró que “los musulmanes pueden seguir viviendo en este país si dejan de comer carne de vaca”. En este contexto, el discurso nacionalista impone un registro en el que se protege a los animales y no a los hombres, implícitamente culpables, si no merecedores de su suerte. El historiador Bhagwan Josh estima que “estas fuerzas políticas se empeñan en instituir una hegemonía cultural duradera”. Y agrega: “El gobierno actual no necesitó el voto musulmán y dirige un claro mensaje a ese sector de la población: ‘Ya no hay lugar para ustedes en el equilibrio de poderes en India’”.

De este modo, las vacas permiten que las castas altas, que representan menos de quince por ciento de los hindúes, consoliden su dominación política, económica y cultural sobre las minorías. En 2002, en Haryana, cinco intocables murieron a manos de sus vecinos porque despiezaban una vaca muerta.

Por fortuna, algunos habitantes de India buscan crear espacios de solidaridad. Un “festival por la carne de vaca”, no confesional, tiene lugar cada año en la Universidad Osmania, en Hyderabad, en el centro del país. “Su reivindicación es doble: defender una sociedad secularista y afirmar la respetabilidad de una práctica”, analiza Bruckert. Por primera vez, la edición de diciembre de 2015 se vio interrumpida por el arresto de una treintena de estudiantes –de los cien que habían degustado la famosa carne– por “consumo de carne de vaca en público”.

Naïké Desquesnes, periodista. Una versión de este artículo fue publicada en Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, de febrero de 2016. Traducción: Georgina Fraser.


  1. Michaël Bruckert, “Une géographie de la viande au Tamil Nadu (Inde): statuts, espaces et circulations”, tesis defendida en 2015 en La Sorbona, París. 

  2. Dwijendra Narayan Jha, The Myth of The Holy Cow, Verso, Londres, 2002. 

  3. Véase Shashi Joshi y Bhagwan Josh, Struggle for Hegemony in India: Culture, Community and Power (vol. 3), Sage Publications, Nueva Delhi, 2012 (1º ed.: 1994). 

  4. Citado por Philippe Godard, Gandhi et l’Inde. Un rêve d’unité et de fraternité, Syros, col. “Les Documents”, París, 2007. 

  5. “Mob lynching in Dadri. A report”, Economic and Political Weekly, Vol. 50, N° 42, Calcuta, 17 de octubre de 2015. 

  6. Autora de “Domination et résistance de la minorité musulmane d’Ahmedabad (Gujarat, Inde) après le pogrom de 2002: les paradoxes de la ghettoïsation à Juhapura”, tesis defendida en Sciences Po, París, 2014. 

  7. Véase Christophe Jaffrelot, “Nationalisme hindou, libéralisme économique et populisme high-tech” y “Nouveaux visages des extrêmes droites”, Manière de voir, N° 134, abril-mayo de 2014.