Un optimista en América. Italo Calvino. Traductora: Dulce María Zúñiga. Siruela, Madrid, 2021. 284 págs. 1.100 pesos.

Tal vez porque en este 2023 Italo Calvino (1923-1985) cumpliría 100 años, Siruela viene reeditando los principales títulos de quien fuera uno de los más multifacéticos y brillantes narradores europeos del siglo XX, además de un agudo ensayista y un inquieto observador cultural. Aunque a Uruguay no ha llegado todavía He nacido en América –el libro de entrevistas a Calvino que acaba de salir en España–, sí está en librerías desde fines de 2022, traducido por primera vez al castellano, Un optimista en América, interesantísimo testimonio de su viaje por Estados Unidos realizado entre noviembre de 1959 y mayo de 1960, con una beca de la Fundación Ford.

“En los Estados Unidos me sucedió algo inusitado: fui presa de un deseo de conocimiento y de posesión total de una realidad multiforme, compleja y ‘diferente de mí’. Algo similar al enamoramiento”, dijo en una entrevista. Lo que lo seduce es el incentivo que ofrece el país para pensar el presente y el futuro del mundo, pero eso no convierte su mirada en ingenua o complaciente. Al contrario. Tres años atrás había abandonado el Partido Comunista Italiano después del Informe Jrushchov sobre el estalinismo, pero no había dejado de aspirar a una sociedad sin desigualdades. En realidad, lo que lo atrae es la complejidad y lo diverso de “lo americano”, formado por distintas comunidades de inmigrantes venidos de todas partes. Si se fascina con la vitalidad de Nueva York, a pesar de reconocer los aspectos frívolos “de una sociedad que anula más que ninguna otra la naturaleza”, se horroriza en el sur, y especialmente en Alabama, con la segregación racial, en uno de los momentos más intensos del libro. Conoce allí a Martin Luther King y participa en un frustrado intento de protesta no violenta de la comunidad afroamericana por la expulsión de la universidad de unos jóvenes negros que entraron a un café para blancos, y ve con desaliento tanto la actitud represiva de las fuerzas policiales como la de los blancos que observan la escena y se burlan “como si estuvieran viendo simios pidiendo derechos civiles”.

Y sobre todo advierte signos que hacen pensar en un futuro global: la gente no sale por la noche y sólo ve televisión (que ahora es en color), hay un alarmante exceso de automóviles (andar caminando por la calle en algunas ciudades es un riesgo y resulta sospechoso para la Policía), ve por primera vez residencias de ancianos, supermarkets con escaleras mecánicas, un consumismo desenfrenado, y el desarrollo de los dispositivos electrónicos que tendrá su influencia en el mundo del trabajo. Pero también observa la promisoria independencia de las mujeres en Nueva York, y en varias ciudades las primeras protestas estudiantiles contra el racismo. Y tiene una visión crítica de los beatniks, que “pueden vivir tranquilamente como pobres porque tienen un padre rico que los mantiene”. De regreso se reencuentra con Europa y “su incansable traducción del mundo de las cosas en conceptos, asomándose siempre más allá de la historia”, y puede compararla con “la América que no sabe pensar en el futuro y que, sin embargo, encierra en sí gran parte del futuro de todos”.