Más allá de los diagnósticos de los economistas sobre su inviabilidad técnica, la propuesta de dolarización de Javier Milei funciona como un “castigo moral” de un sector de la sociedad contra un Estado que le ha fallado. Como la convertibilidad en los años 1990, se presenta como el sacrificio de la moneda argentina para derrotar a la inflación.

Durante la campaña electoral y ante una nueva crisis profunda, la palabra “dolarizar” se instaló en el debate público argentino. El candidato de extrema derecha Javier Milei, que fue el más votado en las PASO (Primarias, Abiertas, Simultáneas y Obligatorias) del 13 de agosto, propuso, entre otras cosas, acabar con el Banco Central y reemplazar el peso por la moneda estadounidense. Las ideas libertarias envuelven la promoción del dólar como moneda salvadora para una nación en crisis. En su campaña, Milei recupera parte de la agenda que había quedado sepultada en 2001 y reivindica, en un clima de inflación, inestabilidad cambiaria y, en las últimas semanas, saqueos, los nombres del apogeo de la convertibilidad: Carlos Menem y Domingo Cavallo1.

La pasión de los argentinos por el dólar no es nueva. Desde la recuperación de la democracia en 1983, el dólar fue consolidándose como una verdadera institución política de la democracia realmente existente. La sociedad argentina se encuentra atrapada en una ley de hierro: gobernar Argentina es gobernar el dólar. Los actores políticos (oficialistas y opositores) miden sus chances de éxito o fracaso respondiendo a la pregunta de qué hacer con la moneda estadounidense.

La dolarización mileista es un nuevo capítulo en este proceso. Por eso, aunque la inviabilidad “técnica” de la propuesta de dolarización es compartida por economistas tanto heterodoxos como ortodoxos, su eficacia pasa por otro lado, por la enorme (y nueva) aceptación moral por parte de la sociedad. Es la nueva etapa del dólar en la historia argentina: una moneda contra la casta [...].

Una sociedad de sacrificio

¿Quién votó a Milei? ¿Qué incidencia tuvo en su victoria su propuesta de dolarizar la economía? Gran parte de su electorado no puede calificarse simplemente de furibundo, pragmático o antipolítico. Entre sus votantes están aquellos que quieren mejorar desde el punto de vista económico, que creen en el valor de su propio esfuerzo, exigen orden y mercado. Y lo hacen menos por estar de acuerdo con intelectuales y publicistas de derecha que por una larga experiencia social en la que esas ideas –de derecha– parecen volverse preferibles.

Si la vida social implica dar crédito o asignar culpa, como el sociólogo Charles Tilly mostró de manera magistral2, la superioridad moral de parte de la sociedad frente al Estado consiste en no brindarle al Estado el crédito que ese mismo Estado reclamaba por su accionar durante la pandemia; y, en cambio, atribuirle la culpa por el aumento de la inflación. Sucede que, aunque el Estado esperaba que se le reconociera el mérito de sus esfuerzos en la lucha contra el virus (“el Estado te cuida”), la gente estaba demasiado preocupada por pagar las deudas, llegar a fin de mes y evitar la movilidad social descendente. Una combinación trágica para la relación entre la sociedad y la política.

La sociedad argentina salió de la pandemia con una ideología más fuertemente familiarista y antiestatista. Durante la crisis sanitaria, mantener el hogar todos los días fue un problema que cada uno resolvió como pudo. El apoyo del Estado fue importante, pero muchos quedaron afuera. Parte de la solución fueron las familias, en especial por el rol decisivo de las mujeres. De hecho, las deudas que más crecieron durante la pandemia fueron aquellas contraídas con parientes y conocidos. A la hora de prestar, los afectos estuvieron más presentes que el Estado. Según la encuesta ENEC-Cepal, el 46 por ciento de los hogares pidieron a familiares y amigos, y el 11 por ciento usaron los créditos a tasa cero lanzados por la AFIP (Administración Federal de Ingresos Públicos) durante la emergencia sanitaria3. La misión de salvar al hogar fue dotando a las familias de una superioridad moral frente al Estado.

Las lecturas de “corrimiento a la derecha” del electorado dan por resuelta demasiado rápido la interpretación del proceso profundo que implica la experiencia de alta inflación en clave de ajuste, endeudamiento y desorden. Reducen el panorama a un horizonte más vacío, de expectativas disminuidas, donde sólo se hace presente una demanda, la lucha contra la inflación, para la que se reclama más y más vigor a medida que más incierto y negativo luce el futuro.

Pero el proceso es más profundo. La alta inflación y la pandemia pusieron en crisis la relación entre parte de la sociedad y la política. A más Estado, más distancia entre el gobierno y sus representados. “Frente a los problemas de la inflación dependemos de nuestro esfuerzo y sacrificio”. De este modo respondieron el 80 por ciento de los encuestados en una investigación que realizamos en abril de 2023. Un porcentaje similar expresó su conformidad con la frase “Nos matamos trabajando y por la inflación no llegamos a fin de mes”. Sólo el 20 por ciento de los consultados estuvieron de acuerdo con la idea de que “los políticos sufren la inflación igual que nosotros”.

Un gobierno nunca podrá estar a la altura de una sociedad que le demanda un ajuste equivalente al que esa misma sociedad hace todos los días. La inflación como proceso social alimenta una moral según la cual la gente se encuentra tendencialmente por arriba de la política, donde la primera se vuelve contra la segunda y sus símbolos más poderosos. La indiferencia social frente al intento de asesinato de Cristina Kirchner el año pasado fue un indicador dramático de esta distancia.

El dólar contra la política

Las demandas neoliberales que tras la crisis de 2001 se habían quedado casi sin audiencia volvieron con fuerza: la dolarización llega acompañada de propuestas de privatización de la educación, el sistema científico y la salud, en un marco en el que se celebra la iniciativa individual y se denuncia la crisis de los servicios públicos. El estado de ánimo de la sociedad respecto a la actuación del Estado, que ya había comenzado a cuestionarse antes de la pandemia, resulta muy favorable a los privatizadores libertarios. “Si no me vas a ayudar, al menos no me molestes”, tal el testimonio que recogió Pablo Semán en sus investigaciones4. Las promesas de dolarización expresan estos sentimientos.

La convertibilidad implicó la construcción de una nueva moneda convertible que aseguró el retorno del orden social perdido con la hiperinflación de 1989 y sus secuelas. La convertibilidad era también el sacrificio, como apuntó Alexandre Roig, de la moneda nacional5. Sacrificar la moneda nacional para salvar a la patria, tal la fórmula del “1 a 1”. Un sacrificio que no dejaba afuera al peronismo ni al radicalismo. Eran los tempranos años 1990, la denuncia moral contra la política estaba en pañales y todavía el poder podía organizarse a través de pactos y acuerdos entre las grandes figuras de los partidos nacionales.

Las monedas nunca son iguales a sí mismas. El peso, la moneda que surgió con la convertibilidad, es distinto al austral alfonsinista. Del mismo modo, ni el peso ni el dólar de hoy tienen los mismos significados de ayer. La dolarización mileista es tan inviable técnicamente como poderosa socialmente. Como señalamos, los economistas explican por qué dolarizar llevaría a la ruina económica a una enorme mayoría social, incluyendo a muchos de los votantes de Milei. Pero en sus cálculos sobre bases monetarias y devaluaciones comunican una aritmética que pareciera no sumar ni restar la economía moral del sacrificio que alimenta la rebeldía contra la política. El dólar invocado por Milei para reemplazar al peso es una moneda desprovista de la arbitrariedad del Estado argentino (y, fundamentalmente, de la élite política que lo controla), un Estado al que se percibe como culpable de desorganizar y empeorar la vida cotidiana de la gente por su incapacidad para darle estabilidad al peso y por alimentar el poder de la “casta” sobre la sociedad.

La promesa de la dolarización se ajusta a una sociedad que siente que ya hizo su sacrificio y ahora demanda uno nuevo: el de la moneda nacional y el de la clase política atada a ella. No importa si esta demanda significa pisar el acelerador que nos llevará a una insalvable tragedia colectiva.

Ariel Wilkis, sociólogo, decano de la Escuela Interdisciplinaria de Altos Estudios Sociales. La versión completa de este artículo fue publicada en Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, setiembre de 2023.


  1. Respectivamente, presidente de la Nación (1989-1999) y ministro de Economía, Obras y Servicios Públicos (1991-1996). 

  2. Charles Tilly, Credit and Blame, Princeton UP, Nueva Jersey, 2008. 

  3. Lucia Tumini y Ariel Wilkis, “Cuidados y vulnerabilidad financiera. Un análisis de la Encuesta Nacional de endeudamientos y cuidados en la Argentina”, Documentos de Trabajo de la Cepal, Santiago de Chile, 2022. 

  4. Ver Pablo Semán y Nicolás Welschinger, “Las mil flores libertarias”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, mayo de 2023. 

  5. Alexandre Roig, La moneda imposible: la convertibilidad de 1991, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2016.