Noviembre de 2009. Uruguay y Costa Rica en una cancha de fútbol. Repechaje de Eliminatorias, otra vez. Primero en San José de Costa Rica, después en Montevideo. Uruguay, no sin sufrir, se metía en el Mundial Sudáfrica 2010. En lenguaje deportivo, la celeste ponía su nombre en el mapa durante un mes y poco más, después de ocho años. Es que hay quienes cuentan sus vidas en años mundialistas: atrás habían quedado los repechajes de 2001 y 2005 con Australia, esquivados con suerte dispar para las selecciones de Víctor Púa y Jorge Fossati. La derrota ante los canguros en 2005 nos había dejado afuera de Alemania 2006, y aunque aquel invierno fue duro, tras bambalinas nacía un proyecto encabezado por Óscar Tabárez. La historia es conocida: Sudáfrica 2010, Brasil 2014 y Rusia 2018. Del ostracismo a la palestra en pocos años, de no estar a meternos siempre.

Está muy bien festejar partidos ganados, festejar triunfos, pero quizá lo que demuestran ustedes, y yo me quiero hacer eco con el mensaje que habría que dejar, [es que] no nos quedemos sólo con los resultados para valorar lo que se hace. El éxito no son sólo los resultados, sino las dificultades que se pasan para obtenerlos [...]. El camino es la recompensa.

Óscar Washington Tabárez antes del partido por octavos de final de Sudáfrica 2010 Uruguay-Corea del Sur, el 25 de junio en el estadio Nelson Mandela, en Port Elizabeth/Bahía Nelson Mandela.

Óscar Washington Tabárez antes del partido por octavos de final de Sudáfrica 2010 Uruguay-Corea del Sur, el 25 de junio en el estadio Nelson Mandela, en Port Elizabeth/Bahía Nelson Mandela.

Foto: Sandro Pereyra

Así habló Óscar Tabárez en el homenaje que se le tributó a la selección en la explanada del Palacio Legislativo el 14 de julio de 2010, el día del retorno de Sudáfrica.

“Lo que cambió con el Mundial de Sudáfrica es, en primer lugar, que el logro obtenido fue un gran mojón que el progresismo uruguayo capitalizó muy bien. Es un logro del modelo progresista en Uruguay. No es lo mismo, por supuesto, pero no es casualidad que haya sido en 2010, en pleno auge del progresismo uruguayo. Me refiero al sistema político social, a la época de los gobiernos del Frente Amplio. Hubo un proyecto progresista en la selección comandado por Tabárez: la profesionalización, que las cosas ya no fueran improvisadas, gestionar bien, ordenar, que los jugadores hablaran bien y se vistieran bien”, dice el sociólogo Ignacio de Boni. Vaya definición para un período de tiempo.

El público fue parte de ese espectáculo de la globalización, de la competencia entre países con grandes astros en cada equipo. No era menor que Uruguay fuera parte del evento, y en momentos en los que empezaba a tomar impulso la red social Twitter (¿quién no se abrió una cuenta para seguir a Diego Forlán?), los comentarios, las fotos, los memes empezaban a ganar trascendencia. Nacía otra manera de comunicar las cosas; sobre esto se ha escrito mucho, ¿pero se imaginan el impacto de Sudáfrica 2010 hoy en día?

De Boni dice que “Tabárez ayudó a valorar el hecho de salir cuartos, colaboró a echar por tierra esa idea estúpida uruguaya de que la historia te obliga a salir campeón del mundo. Esto es un motivo de festejo, aunque hayas salido cuarto. Nos hizo acordar de que, más allá de ese pasado totalmente idealizado y maravilloso que habrá tenido la selección uruguaya de fútbol, ahora la realidad es otra y vale la pena festejar si te esforzaste, si competiste lo mejor posible, si representaste bien tu idea”.

Los 23 jugadores celestes, previo al partido por el tercer puesto ante Alemania, en el estadio Nelson Mandela, en Port Elizabeth /Bahía Nelson Mandela, el 10 de julio.

Los 23 jugadores celestes, previo al partido por el tercer puesto ante Alemania, en el estadio Nelson Mandela, en Port Elizabeth /Bahía Nelson Mandela, el 10 de julio.

Foto: Sandro Pereyra

En 2019 apareció ¿Qué significa el fútbol en la sociedad uruguaya? (ensayos sobre cultura, política, violencia y economía del fútbol), un libro coordinado por el sociólogo Felipe Arocena, con participación de los sociólogos Juan Cristiano y Rafael Paternain, la psicóloga Patricia Domínguez y el economista Diego Traverso. Entre otras cosas, estos autores presentan un estudio sobre la relación de la selección nacional con el público. “Habría que ir mucho para atrás en la historia para encontrar una selección nacional que despierte tantos sentimientos de simpatía e interés entre la gente, sean hombres o mujeres, adultos o niños, ricos o pobres”, se puede leer en ese libro editado por Estuario en 2019. El estudio se basa en una encuesta a nivel nacional, realizada en diciembre de 2017, que mostró que 74% de la población siente que la selección uruguaya actual “la representa, la ilusiona y le despierta orgullo”. “La selección es más familia, nos une”, “la selección es la patria, es el país, es la identidad, es lo único que nos une”, expresaron en los grupos focales que también fueron parte del trabajo realizado en conjunto por la Facultad de Ciencias Sociales y la Facultad de Psicología de la Universidad de la República (Udelar) a pedido de la Asociación Uruguaya de Fútbol.

Este deporte distingue a los uruguayos, es un generador de identidades culturales y sociales desde los primeros años del 1900. El fútbol es, también, como se menciona en ¿Qué significa el fútbol en la sociedad uruguaya?, la expresión más genuina de la expansión del capitalismo, “de la racionalización de los procesos y de la creación de una institucionalidad de poder internacional”. Sobre procesos o proyectos se habla hasta el cansancio en Uruguay, pero sólo ha perdurado el que nació con Tabárez en 2006: “Hay algo ahí del sujeto progresista que entiende que para triunfar en el mundo hay que construir una selección seria, ordenada, profesional, prolija; las cosas se consiguen utilizando los métodos, las estrategias y la preparación de los países desarrollados. El éxito conseguido en 2010 permitió fortalecer ese relato, y progresar en el sentido de acercarnos cada vez más al éxito, a la perfección”, dice De Boni.

La sociología aplicada al fútbol tiene sus desafíos. Arocena, Cristiano, Paternain, Domínguez y Traverso hablan de un enfoque “funcionalista”, por la capacidad de este deporte de generar procesos de integración social; también se puede hablar del fútbol como conflicto, así como de su “producción de desigualdades”. Pero también están los aportes del feminismo, “sus señalamientos sobre las desigualdades, las diferencias, la opresión y la reproducción de pautas propiamente patriarcales”, dice el español Manuel García Ferrando en Sociología del deporte (2002). La comunicadora y feminista uruguaya Julieta Núñez Tomas recuerda el Mundial de Sudáfrica 2010 y dice que “la agenda de derechos, la agenda de género cayeron en el momento justo, con ese evento y una situación súper particular. Las mujeres sintieron que podían ocupar un espacio, tener el mismo derecho de mirar, opinar, jugar al fútbol, hacer periodismo deportivo”. “Está bueno poder hacer un análisis de lo que se habló en ese momento. Por ejemplo, el estereotipo de Agarrate Catalina: ‘las minas ahora hablan de fútbol, miran fútbol; mi vieja parece el Toto da Silveira con peluca’; ese fue el discurso que se generó en 2010”, agrega.

Diego Forlán después de convertir el segundo gol de Uruguay ante Alemania en el partido por el tercer puesto, el 10 de julio, en el estadio Nelson Mandela, en Port Elizabeth/ Bahía Nelson Mandela.

Diego Forlán después de convertir el segundo gol de Uruguay ante Alemania en el partido por el tercer puesto, el 10 de julio, en el estadio Nelson Mandela, en Port Elizabeth/ Bahía Nelson Mandela.

Foto: Sandro Pereyra

En este gran espectáculo de la globalización, las masculinidades no quedan apartadas ni sorteadas. Las personas que no están atravesadas por la masculinidad hegemónica asisten a lo que De Boni denomina “la futbolización de la vida cotidiana”. “El fútbol es un deporte tremendamente masculinizado desde siempre, aunque ahora cada vez menos debido a los movimientos feministas y el reclamo de muchas mujeres de poder ocupar libremente y en pie de igualdad un montón de roles, funciones sociales y papeles que siempre estuvieron reservados a lo masculino. Los mundiales siguen esa tendencia, son uno de los grandes acontecimientos mediáticos, y siempre estuvieron protagonizados por varones”, acota el sociólogo.

La publicidad (y la Fundación Celeste) les sacó jugo a los futbolistas, ídolos de masas y algo así como símbolos sexuales de una época. Cualquiera podía pensar (en el estadio, en la calle) que quienes salían a la cancha eran los Beatles, por la admiración que generaban y el griterío infernal de todo el público que bajaba desde las cuatro tribunas. Dice Núñez que “hoy, diez años después, podemos hacer un análisis más apartado de ese momento y ver que hay un montón de cosas que entran en juego en el Mundial, y que tienen que ver con el género, con los espacios que ocupan las mujeres y con lo que las propias mujeres se sienten cómodas o no para hacer. Creo que ese Mundial, con todas esas características, si se jugaba 20 años atrás, no era lo mismo: hay todo un camino recorrido por los feminismos que les dijeron a las chiquilinas que podían ir a festejar, salir, valorar no solamente por el físico a los jugadores y admirar el juego, alabar al Ruso [Diego] Pérez por la entrega”. Según la periodista, estos diez años sirven como reivindicación: “No solamente pasaron diez años del Mundial, sino que también pasaron diez años de generar pensamiento y significado en otro sentido”.

El historiador Carlos Demasi dijo en el semanario Brecha, en 2015, que Sudáfrica 2010 es “el momento refundacional, el clic”, y comparó ese momento con las elecciones de 1984, porque la gente se había embanderado hasta en la calle, para ir a la feria, sobre todo la mañana siguiente al partido con Ghana. En esa misma nota, escrita por el periodista Rafael Rey, otros entrevistados coinciden en que “el punto de quiebre” del “nuevo interés” por el fútbol fue el Mundial de Sudáfrica. Otro historiador, Gerardo Caetano, habla de una “reconciliación” de la sociedad (y de la academia) con la selección uruguaya. El docente de Historia e integrante del Departamento de Investigación de la Biblioteca Nacional del Uruguay Julio Osaba menciona “un nuevo pacto” entre la sociedad y una selección que “se regeneró a sí misma”. Osaba atribuye ese fenómeno a los “coletazos” de la era Tabárez.

Recibimiento de la selección uruguaya después del Mundial 2010, el 13 de julio.

Recibimiento de la selección uruguaya después del Mundial 2010, el 13 de julio.

Foto: Ricardo Antúnez

“¿Se juega como se vive, o se vive como se juega? No está claro que haya una identidad nacional preexistente, y que después el fútbol simplemente espeje esa identidad nacional. En realidad el fútbol, si tiene la capacidad de convertirse en una pasión de multitudes en países como Uruguay, Brasil o Italia, no sólo espeja la sociedad, no sólo se convierte en el metrónomo de la sociedad, sino que también coconstruye esa idea”, dice el semiólogo uruguayo Juan Manuel Montoro. A Montoro le interesa mapear las narrativas nacionales, la cultura popular y la vida cotidiana. Todo eso lo entrecruza: “Desde el punto de vista de nuestra autopercepción nacional Sudáfrica fue un mojón, pero no porque haya actuado de manera aislada; se combinaron una serie de factores. Uno de los cambios más notables, más evidentes, tiene que ver con el reconocimiento de los jugadores: nadie podría decir hoy que no tiene idea de quiénes son [Edinson] Cavani, [Luis] Suárez, José María Giménez”.

¿Es sólo una cuestión deportiva? ¿Qué es eso de la uruguayidad que plantea Montoro? “Determinados factores que pueden ser más o menos objetivos, físicos, pueden llegar a determinar un carácter nacional, pero siempre a partir de un proceso de reinterpretación. Con las nacionalidades tenemos la capacidad de abstraernos y pensar que ciertas imágenes forman parte de nuestras identidades nacionales, nuestro carácter nacional. ¿Hasta qué punto ese carácter nacional se corresponde con una verdad esencialista? No hay un aspecto genético en la rudeza del uruguayo, ni en el estilo de juego ni en la personalidad”. Estereotipos e imágenes son dimensiones que entran en juego. “Nosotros, acostumbrados a una autodescripción de la uruguayidad como algo austero, precario, nos vemos enfrentados a un contexto en el que todo el mundo está en crisis económica y de impredecibilidad tras la crisis de 2008, y Uruguay, sin embargo, sigue aumentando, creciendo en niveles que nunca antes había crecido. Tiene un contexto político progresista que hace recordar al de 100 años antes”, sostiene el semiólogo.

Ejemplos que vienen a la charla como estampida. España gana su primera Copa del Mundo en 2010. Qué paradoja: Uruguay recupera un lugar de privilegio (sale cuarto) y los españoles tienen su “primera vez”. ¿Pero qué hay alrededor? Dice Montoro: “España gana un Mundial, hay un clima de festejo, pero ese clima festivo es una isla en una situación económica deprimente, y en un contexto que no tiene una salida clara hasta cuatro años después. Esa continuidad narrativa entre éxito deportivo y éxito país —que en Uruguay se dio porque el contexto económico lo permitió— en España fue algo parecido a lo que pasó en 2018 con Francia: la selección sale campeona del mundo en julio, hay festejos, pero a los tres meses tenían a los chalecos amarillos en la calle”.

Hinchas celestes siguen el partido Ghana-Uruguay, por cuartos de final de Sudáfrica 2010, en una pantalla gigante colocada en la plaza Independencia por el Ministerio de Turismo, el 2 de julio.

Hinchas celestes siguen el partido Ghana-Uruguay, por cuartos de final de Sudáfrica 2010, en una pantalla gigante colocada en la plaza Independencia por el Ministerio de Turismo, el 2 de julio.

Foto: Victoria Rodríguez

De 2010 en adelante entraron en juego muchos factores. La maquinaria empezó a andar a nivel deportivo y las agencias de publicidad vieron con buenos ojos acompañar ese impulso color celeste. Todo tenía que ver con la selección, las promociones giraban en torno al Mundial, a la Copa América, y hasta sin competencias había que rebuscársela. “La evidencia más clara en la que podemos encontrar esa conexión entre éxito deportivo y contexto de bienestar económico es en las publicidades. Sobre todo en dos concretas: la evolución de la publicidad de Oca de 2011 a 2018 (‘la tarjeta de los uruguayos’), con cuatro campañas distintas, y la de Nuevo Siglo, ‘el nuevo uruguayo’”, dice Montoro.

Tanto en la publicidad como en el fútbol “la guardia está baja”, agrega el semiólogo, que puntualiza sobre algunos efectos generados a través del fútbol, pero específicamente por lo obtenido a nivel de selecciones uruguayas. “Mientras, Oca me está diciendo que los uruguayos no somos como creíamos que éramos, los uruguayos recibimos el amor y la adhesión de gente de países tan lejanos como las islas Feroe. O Jaime Roos te dice que la Oca es una tarjeta que te permite viajar por el mundo y seguir siendo auténticamente uruguayo. Oca reconceptualiza la uruguayidad, Nuevo Siglo la recorta: reconoce que el uruguayo es una cosa con ciertas características, pero hay un ‘nuevo uruguayo’ que se comporta de otra manera y se rebela. La novedad en esa caracterización tiene que ver con cuál es el factor que está generando una disfunción con esa visión hegemónica que teníamos de vernos a nosotros mismos”.

“No hay ninguna consecuencia demográfica, no pasó nada relevante en 2010. Uno podría haber pensado que en medio de tanta alegría, tantos festejos, se disparara la natalidad, pero no: no hubo un baby boom”, cuenta el demógrafo Juan José Calvo. En tanto, Federico La Rocca, profesor de Telecomunicaciones en la Facultad de Ingeniería de la Udelar, hizo una búsqueda en el padrón de cédulas de identidad en Uruguay y, mirando las cédulas comenzadas un poco antes de los seis millones, notó que algunos nombres podrían tener que ver con la gesta uruguaya. El nombre Sebastián no creció tanto como Diego y Celeste, “aunque la moda pasó medio rápido”, dice. Pero acota: “Celeste al parecer volvió; Victoria Celeste no hubo muchas, aunque sí muchas Celeste a secas”.

Diego Forlán, Álvaro Fernández y Luis Suárez durante el vuelo de regreso desde Sudáfrica, el 12 de julio.

Diego Forlán, Álvaro Fernández y Luis Suárez durante el vuelo de regreso desde Sudáfrica, el 12 de julio.

Foto: Sandro Pereyra

Si de boom hablamos, no se puede dejar de lado que después de Sudáfrica las publicaciones referidas al fútbol (y más precisamente a la selección) crecieron exponencialmente. Biografías, autobiografías, ficción y literatura futbolera a la orden del día. “Salieron un montón de libros a partir de Sudáfrica. Eso como respuesta a un interés de la gente; yo creo que lo que pasó en Sudáfrica fue una semilla a nivel social. Una semilla buscada, no fue casual, porque desde adentro de la selección se pensó. Había cabezas como Diego Lugano, que querían que el fútbol fuera una herramienta para cambiar la sociedad para mejor. El Mundial, más allá de que cambió las cosas en sí mismo, prendió una bengala y nos hizo darnos cuenta, incluso a los que no mirábamos fútbol, como yo, de que algo estaba pasando. Fue una luz que nos hizo desviar la mirada hacia ahí, y creo que el mercado editorial captó eso, captó un interés, y por eso la cantidad de libros que se escribieron sobre el tema”, dice Ana Laura Lissardy, autora del libro Vamos que vamos. Un equipo, un país.

Su libro, editado en 2011, consta de 24 entrevistas (23 a los jugadores que viajaron al Mundial, más una al entrenador, Óscar Tabárez). Unos años después, en 2015, Lissardy también publicaría la novela Ser Luis, la vida de Luis Suárez, contada en clave de literatura infantil y juvenil para abordar el bullying en el marco educativo. “¿Qué me está pasando a mí con esto? ¿Qué le está pasando a la sociedad con esto? El estado de ánimo, la autoestima eran diferentes. Veamos qué historias hay detrás de esto; lo interesante es ver por qué pasó eso. Después de haber entrevistado a todos los jugadores y a Tabárez, después de haberlos estudiado desde lo humano, lo que me parece que pasó es que había un grupo de gente que nos mostró que a pesar de que a veces las cosas no son lo mejor que querríamos, igual se pueden hacer bien, tener un proceso en el que prime lo grupal por encima de lo individual y los intereses personales. La realidad no es una excusa para cambiar la realidad”.

Recibimiento de la selección uruguaya después del Mundial 2010, el 13 de julio.

Recibimiento de la selección uruguaya después del Mundial 2010, el 13 de julio.

Foto: Fernando Morán

No tenemos a mano el Delorean ni somos parte de Back to the Future (que en 2010 cumplía 25 años de su lanzamiento y fue remasterizada). Es difícil —por no decir imposible— proyectarse de aquí a diez años. El país será otro, la selección de fútbol tendrá una nueva y pujante generación, el cuerpo técnico del Maestro Tabárez no seguirá al frente del equipo y estaremos en 2030, período de tiempo simbólico y seguramente con muchos festejos por la conmemoración de los 200 años de la Jura de la Constitución, los 100 años del primer Mundial de fútbol y, por qué no, la organización de una nueva Copa del Mundo en casa (inserte aquí su meme preferido).

¿Cómo estará la región? ¿Hacia dónde se habrá movido la política? ¿Qué será del modelo progresista capitalizado en la primera década de los 2000? ¿Seguiremos apostando a consumir este deporte con la “guardia baja” o le daremos una mirada más crítica y analítica? “Hay una presión muy grande: la práctica del fútbol socializa, termina convirtiéndose en un factor estructurador muy grande, que en Uruguay es el fútbol y en otras culturas será otro elemento”, dice Montoro, y agrega que hace una década “Uruguay se veía a sí mismo —y el mundo lo veía— como un país a ser admirado”. ¿Qué pasará en diez años? Es julio de 2030.