Relojes

La principal utilidad que tuvieron las sombras fue ayudar a las personas a medir el tiempo. “Sabemos que el tiempo se calculó por primera vez gracias al movimiento de la sombra y que un palo plantado en el suelo fue el primer reloj del hombre”, sostiene Simon Fleet en su libro Relojes. Esto lo hicieron tanto los incas como los hindúes y los romanos. El templo de Stonehenge, en Gran Bretaña —de más de 4.000 años de antigüedad—, los obeliscos egipcios de la época de los faraones y las columnas pétreas que se conservan en Perú son ejemplos de ello.

Hace más de 23 siglos el escritor griego Aristófanes puso en labios de uno de sus personajes femeninos una frase dirigida a su esposo: “Cuando la sombra tenga diez pasos de largo, úngete con perfumes y ven a cenar”. Por entonces la sombra de una columna era la manera de medir el tiempo. Para saber la hora los griegos se acercaban a la columna y, pisando la sombra, la medían con sus pasos.

Los ejemplos más conocidos del uso de la sombra como medidor del paso del tiempo son los relojes de sol, también llamados “cuadrantes solares”. El más antiguo —de tamaño reducido— es uno egipcio que está datado en el siglo XV a. C. Es una simple barra colocada verticalmente.

Fue supuestamente un faquir hindú quien creó el primer reloj solar portátil. Consistía en un bastón octogonal que en la parte superior de cada lado tenía un agujero donde se ajustaba una pequeña clavija. “Cuando el faquir quería saber la hora —cuenta el ruso M Ilin en su obra ¿Qué hora es?—, levantaba su bastón por medio de una cuerda atada en su parte posterior. La sombra que proyectaba la clavija sobre el lado del bastón le indicaba la hora”. Cada una de las ocho caras del instrumento tenía pequeñas rayas que ayudaban al faquir a calcular la hora, y cada cara estaba reglada considerando la trayectoria variable del sol según las estaciones del año.

Fases

Las fases lunares también son sombras. Son la sombra que proyecta la Tierra sobre su satélite natural, observadas precisamente desde nuestro planeta. Desde aquí se ve sólo un hemisferio lunar; a su vez, el sol ilumina un hemisferio lunar. Como en general esos hemisferios no coinciden, la Luna se presenta a nuestros ojos con distintos aspectos, que son lo que llamamos “fases lunares”: luna nueva, cuarto creciente, luna llena y cuarto menguante.

A su vez, un observador situado en la superficie lunar, por los mismos motivos que en el caso contrario, verá a la Tierra cumpliendo un período de cuatro fases que son complementarias con las de su ubicación. La fase de tierra nueva ocurrirá mientras un terrestre vea a la Luna en luna llena. Cuando la Tierra esté en creciente su satélite estará en menguante; llena con nueva y menguante con creciente son las dos combinaciones restantes.

Eclipses

Un eclipse sucede cuando la sombra de la Luna cae sobre la Tierra o viceversa. En el primer caso el eclipsado es el Sol y en el segundo lo es la Luna. Si el eclipse es de Sol significa que están alineados Sol, Luna y Tierra, en ese orden. En el caso de un eclipse de Luna la alineación es Sol, Tierra y Luna.

Cada año ocurren períodos de eclipses distanciados por seis meses, y duran un mes. En ese mes se producen dos o tres eclipses: uno de Sol y otro de Luna a los 15 días, dos de Sol y uno de Luna en el medio, o dos de Luna y uno de Sol equidistantes en el tiempo. Cada año hay entre cuatro y seis eclipses.

Los eclipses tienen un período denominado Saros, tras el cual se repite la secuencia casi idéntica. Un Saros dura 223 lunaciones, o sea 6.585 días, o sea 18 años y diez u 11 días. En promedio este período incluye 84 eclipses, mitad de Sol y mitad de Luna.

Sin embargo, se ven más eclipses de Luna que de Sol. Esto obedece a que un eclipse lunar es visible en un área que ocupa más de la mitad del planeta, mientras que uno solar sólo es observable en una franja de unos 160 kilómetros de ancho. Muestra de ello es que el último eclipse total de Sol visible en Nueva York ocurrió en 1924 y el próximo ocurrirá recién en 2024.

Además de ser un buen espectáculo, los eclipses brindan otras utilidades. Fue por ellos que el hombre primitivo se dio cuenta, al decir de Paul Couderc en su libro Los eclipses, de que “la noche no es más que una sombra y que el Sol es la causa exclusiva del día”.

Desde el siglo V a. C. —mucho antes de Cristóbal Colón—, gracias a los eclipses y al perfil circular que la sombra de la Tierra dibujaba en la Luna, el hombre supo que la Tierra era redonda y que estaba separada en el espacio. Además de para determinar la redondez de la Tierra, los eclipses también sirvieron para calcular la distancia y las dimensiones de la Luna, e incluso que la distancia era variable.

Los eclipses, especialmente los de Sol, han sido muy útiles para precisar fechas de acontecimientos históricos de la antigüedad. Precisamente el de más data fue uno ocurrido en Babilonia el 31 de julio del año 1062 a. C. Pero también fueron causa de miedo entre los pueblos antiguos. En su obra La Luna: nuestro satélite natural, Franklyn Branley cuenta que “hace más de 200 años que durante los eclipses los indios cheroqui se comportaban de manera muy extraña. Corrían alocados, disparando sus fusiles y gritando desaforadamente, golpeaban sus calderos, hacían sonar las campanas y producían un ruido ensordecedor. Según ellos, los eclipses los causaba un sapo enorme que iba engullendo poco a poco el borde de la Luna. A menos que se lograra ahuyentarlo, la Luna sería devorada del todo”.

Una anécdota recogida por Couderc: “Cristóbal Colón, amenazado de morir de hambre en Jamaica con su pequeño ejército, encontró el medio de procurarse víveres amenazando a los caribes de privarlos en delante de la luz de la Luna. El eclipse apenas había comenzado cuando ellos se rindieron. Se trataba del eclipse del 1º de marzo de 1504”.

Rayos

Las radiografías son sombras que se obtienen en una placa mediante el uso de rayos X. Estos fueron descubiertos en 1895 por el físico alemán Wilhelm Conrad Roentgen. Son ondas electromagnéticas de longitud muy corta que pueden penetrar cuerpos sólidos y producir imágenes de estos. Las radiografías permiten observar principalmente lesiones y enfermedades óseas y tumores. En dosis mayores, los rayos X cumplen funciones terapéuticas. Hoy en día casi todos los órganos del cuerpo humano pueden ser explorados mediante el descubrimiento del teutón Roentgen.

Made in China

Jugar a las sombras chinas es hacer con las manos sombras que se asemejan a figuras, en general a distintos animales. Los materiales necesarios son un par de manos ágiles, una luz directa de un lado y una superficie donde se proyecten las sombras al otro lado. También se utilizan siluetas hechas en cartón, en cuyo caso la variedad de figuras aumenta hasta el infinito.

De las sombras chinas o chinescas se deriva el teatro de sombras. Así se llama al teatro que se realiza con figuras planas iluminadas que se proyectan en una pantalla. Es un espectáculo conformado por sombras, cantos, diálogos, sonidos de gong y tambores.

Si bien se les reconoce el origen de este arte a los chinos, desde que el hombre habitaba las cuevas se utilizó. Hay indicios de esta técnica de representación en las antiguas culturas de Egipto, Grecia, Roma, India y el sudeste asiático.

Según la web de la Radio Internacional de China, el teatro de sombras surgió durante la dinastía Han, hace unos 2.000 años. Más tarde se extendió por Asia, y llegó al norte de África en el siglo XIII y a Europa en el XV.

Cuenta la leyenda que tras la muerte de Li, consorte del emperador Liu-chie de la dinastía Han, el emperador pensaba día y noche en ella. Entonces el mago Li Shao-chün ideó una forma de consolar al monarca: proyectar la sombra de Li en una pantalla, para que siguiera presente.

Este teatro es una de las principales formas de entretenimiento cultural en las aldeas chinas. Allí usan máscaras que resaltan los principales rasgos de los personajes. En los malvados se exagera el tamaño de los ojos y se acentúan las cejas. En los payasos se aumentan la boca, los dientes y los ojos.

En 1998, Joan Manuel Serrat publicó un disco llamado Sombras de la China, en el cual la principal canción —de igual nombre— habla sobre un hombre que vino del mar:

Piel oscura, ojos pequeños,
las manos llenas de sombras,
las sombras llenas de sueños,
y a cambio de una cerveza
por la noche, en la cantina
con exótica destreza,
regalaba sombras,
sombras de la China.

The Shadow

La Sombra, the Shadow en su nombre original estadounidense, es un personaje de ficción que en su época tuvo gran éxito. Era un héroe bastante prototípico: un detective que trabajaba por fuera de la Policía, se movía en la oscuridad de la noche y tras una personalidad normal tenía un héroe oculto. En la vida civil era un joven adinerado llamado Lamont Cranston. Su doble vida era conocida sólo por su amiga Margo Lane, de igual apellido que la Luisa amiga de Superman. Sus habilidades eran la hipnosis, la magia y el camuflaje, cosas que había aprendido años antes en el Tíbet. Sus principales enemigos eran el Príncipe del Mal, el doctor Rodil Mocquino y su archirrival Shiwan Khan, descendiente de Genghis Khan.

Lo más particular de este personaje multimediático es su origen. Comenzó en 1930 siendo la voz que presentaba un programa radial llamado La hora del detective de Street & Smith. Tiempo después un ayudante de los realizadores de la serie bautizó aquella voz como la Sombra. A partir de entonces ganó protagonismo, de forma que pronto tuvo su propia serie, a cargo de Walter Gibson, que firmaba como Maxwell Grant.

Luego vino la primera película —hubo varias—, revistas y hasta algún libro. Su éxito duró hasta mediados de la década de 1950. Después de entonces, ninguno de los varios intentos por relanzar la Sombra, incluso una película en 1994, dio resultado.