En ocasión del VIII Congreso Internacional de la Lengua Española, que se celebró en Córdoba, Argentina, la Real Academia Española reeditó Rayuela, de Julio Cortázar, editada originalmente por Sudamericana en 1963. La nueva edición incluye, además del “cuaderno de bitácora” con el que Cortázar planificó su escritura, semblanzas y estudios sobre la vida y obra del narrador, redactados por colegas, editores y críticos.

En la era del hipervínculo, muchos de los que tenemos ahora la edad que tenía Oliveira en esta novela leímos en la infancia los libros interactivos de la colección “Elige tu propia aventura”, jugamos videojuegos (otra forma de narrativa “bifurcada”), y ahora escuchamos álbumes musicales que fueron concebidos con un orden determinado en tiempos del vinilo y el casete, pero que nuestros reproductores de audio en PC, celulares y iPods muchas veces desordenan caprichosamente, cuando no configuramos nosotros mismos un orden aleatorio. El público pos 2000 está espeluznantemente acostumbrado a la interactividad. Podemos comentar las noticias en portales digitales o redes sociales sin tener que pasar por el anónimo editor de las “cartas del lector” de los viejos periódicos. Incluso nuestras reacciones pueden ser la noticia (es cada vez más frecuente que los medios comerciales incluyan alguna nota sobre comentarios, bromas y memes en torno a hechos políticos o anécdotas de las celebridades). Hasta podemos recurrir a organizaciones civiles que presionan sobre los medios de masas cuando pertenecemos a una minoría que creemos invisibilizada o representada en forma ofensiva, dándoles unos cuantos dolores de cabeza a guionistas de ficciones audiovisuales y demás trabajadores de las “industrias creativas”.

En estos momentos, el juego formal que proponía Cortázar en Rayuela puede parecer pretencioso y un tanto innecesario. La obra está concebida para ser leída de dos formas: una lineal, desde el capítulo 1 al 56, y otra en la que se intercalan los “capítulos prescindibles” (56 al 155) en forma un tanto caprichosa, según un “tablero de lectura” que aparece en la introducción del libro. Estos capítulos consisten en una miscelánea de anotaciones, citas reales y apócrifas, y algunos episodios protagonizados por los personajes de la novela que son más o menos marginales al hilo narrativo principal.

Como muchos saben, lo que se narra es una parte de la vida de Horacio Oliveira, un argentino cuarentón, bohemio un tanto diletante, primero en París y luego de vuelta en Buenos Aires. En París, se reunirá con un étnicamente heterogéneo grupo de amistades nombrado, en forma un tanto grandilocuente, “El club de la serpiente”, a escuchar jazz, debatir sobre arte, cultura y filosofía y a leer a Morelli, un autor apócrifo que intenta romper los esquemas tradicionales de la narrativa a través del cual Cortázar expone, más o menos solapadamente, sus intenciones y estrategias respecto de la novela que estamos leyendo. Pero el hilo principal de su devenir parisino es su relación con la Maga, una montevideana bastante cándida, de la cual notoriamente no está enamorado. De todos modos la relación se consolida hasta que termina viviendo con ella y con su hijo, un bebé enfermo que se hallaba al cuidado de unos familiares, y que finalmente muere en el capítulo 28, uno de los más desgarradores de toda la novelística latinoamericana. Poco después, de regreso a Buenos Aires, Oliveira comparte una pensión con su viejo amigo Traveler y su esposa Talita, y trabaja con ellos en un circo posteriormente devenido clínica psiquiátrica. A este complejo triángulo afectivo se suman las evocaciones generadas por un cierto parecido fisonómico de Talita con la Maga, a quien Oliveira parece más ligado afectivamente en ausencia que en presencia.

Mucho se ha escrito sobre Rayuela y prácticamente todas las perspectivas se hayan muy bien resumidas entre los comentaristas reunidos para esta edición. En París faltaban pocos años para el estallido de 1968, cuyo espíritu irreverente y lúdico aparecería prefigurado tanto en la fragmentación formal de Rayuela como en las anécdotas y conversaciones de los personajes. En América Latina, el agitado clima político generaría un profundo cambio personal en el propio Cortázar, antes un intelectual nada comprometido e incluso con algún antecedente de militancia antiperonista, que terminó convirtiéndose en un referente cultural para la izquierda latinoamericana y un activo defensor del sandinismo y la Revolución cubana. Acaso esta metamorfosis se avizora en breves momentos en los que Oliveira sale de sus elucubraciones intelectuales y se entera, en París, de las movilizaciones por la independencia de Argelia, y en Buenos Aires, del levantamiento en Campo de Mayo. A su vez, ese tránsito de Oliveira de un lado a otro del Atlántico constituye una exploración sobre la identidad argentina, el exilio y, en cierto modo, el lazo cultural no siempre diáfano entre América Latina y Europa.

No falta en esta edición un análisis con perspectiva de género, a cargo de Graciela Montaldo. No nos extenderemos demasiado en esta cuestión por ser demasiado jugosa, en tanto cientos de miles de enamorados han idealizado un vínculo entre Oliveira y la Maga que hoy muy probablemente entenderíamos como abusivo o, por lo menos, muy tóxico; de hecho, cierta situación ocurrida con la Maga en el capítulo 4 le causará a Oliveira algo parecido a un escrache en “El club de la serpiente”, aunque, según la lógica del momento sociohistórico, no le causará consecuencias entre su grupo de contertulios. Llama la atención que, pese a lo acertado y fundamentado de su artículo, Montaldo no se detenga en este momento.

Volviendo al inicio, cabe preguntarse si en estos tiempos de interactividad democratizada ese intento de ruptura de la narratividad de Cortázar (y su alter ego ficcional, Morelli) realmente avanzó en su objetivo último, es decir, espantar a lo que llama “lector hembra”, definiéndolo, con su misoginia característica, como un receptor pasivo que necesita la información previamente procesada. Rayuela era un llamado al lector para involucrarse en la obra, así fuera obligándolo a cuestionarse algo tan simple como que el orden en que se lee un libro ya se haya establecido en la numeración de las páginas. Quizá en nuestro scrolling anestesiado sobre cientos de opciones para consumir, relacionarnos o informarnos que al final se nos antojan todas iguales, la viralización acrítica de fake news y posicionamientos ideológicos mal comprendidos y el hábito de preferir la aleatoriedad de un algoritmo a elegir qué diez canciones queremos escuchar haya un nuevo tipo de “lector hembra”, no tan acotado por la falta de opciones sino por su sobreabundancia. Pensar que Rayuela fue una obra transgresora por proponer nada más que dos modalidades de lectura invita a pensar cómo cambia, con los tiempos, el valor moral del acto de elegir.

Rayuela. Julio Cortázar. Edición conmemorativa. Barcelona. Penguin Random House, 2019. 700 páginas.