Novela corta, compuesta por capítulos cortos, cada uno de ellos formado por párrafos cortos, que dentro tienen oraciones cortas: no es que Mis días en la librería Morisaki sea un libro para primeros lectores, sino una historia sencilla que mantiene nuestra atención sin la necesidad de utilizar mucho vocabulario ni de presentar complicadas vueltas de tuerca. “No es que eso tenga algo de malo”, diría Seinfeld.

La protagonista es Takako, una joven con un trabajo y una vida bastante desapasionados. Después de un año de relación con un compañero de trabajo llamado Hideaki, este le informa que va a casarse. Ella no logra entender por qué se lo dice de una manera tan fría, hasta que él le explica que lo hará con otra persona, que para peor trabaja en la misma empresa. “Pero no te preocupes, Takako, tú y yo siempre podremos vernos”. Era un viernes, que seguramente ella sintió como el más lunes de los lunes.

Más allá de las diferentes concepciones de “honor” en Occidente y Oriente, lo que sigue podría suceder en cualquier parte del mundo: la renuncia y la depresión. Y un mecanismo de contención familiar que lleva a que el excéntrico tío Satoru invite a la protagonista a vivir en el pequeño cuarto encima de su librería, a cambio de darle una mano con la atención al público.

En primera persona, se cuenta de manera sencilla, honesta y coloquial (esto último, quizás, por la traducción de Estefanía Asins) la nueva vida de Takako en Jinbocho, un rincón de Tokio famoso por la cantidad de librerías de usados: la Tristán Narvaja japonesa. Allí la protagonista cortará un montón de rachas, como la de obsesionarse con Hideaki, o andar sin rumbo, o incluso la de pasar mucho tiempo sin leer un libro.

Seremos testigos de varias revelaciones que sacudirán ligeramente la existencia de Takako, como cuando se entere de la importancia que tuvo su nacimiento en la vida del tío Satoru. “Pensé en que crecerías, que absorberías tantas cosas, que vivirías mil experiencias, y eso me ponía tan feliz como si fuese yo mismo quien fuera a vivirlo”, le confiesa.

La relación con este hombre se intercalará con otras pequeñas historias, todas fáciles de seguir, incluyendo su rol de celestina entre dos empleados del café al que frecuenta... aunque esa historia de amor sea una de las más lentas en la historia de la literatura. Y mientras su tío le dará una mano para cerrar su frustrada historia de amor, también recibirá su ayuda para superar el abandono de su pareja, Momoko, aunque habrá novedades (spoiler alert: la segunda mitad del libro se llama “El regreso de Momoko”).

Todas las interacciones tienen un toque de distancia y frialdad que sorprenderían incluso en Montevideo, pero esto es presentado como algo idiosincrático, como cuando Takako termina compartiendo mesa con un hombre y sufre: “Él me había invitado a sentarme sólo por amabilidad, estaba bastante segura de que no tenía un deseo particular de hablar conmigo. Es más, seguramente estaba deseando disfrutar de ese tiempo a solas y yo se lo había arruinado. No podía hacer otra cosa que sentirme culpable”.

El mérito de la prosa de Yagisawa está en tender puentes (de madera, tal vez) entre aquella realidad y la nuestra, entre la velocidad de nuestros pensamientos y la velocidad de los acontecimientos en Jinbocho. Mis días en la librería Morisaki nos hará descubrir que incluso en la ciudad más poblada del mundo existe un rincón en donde las cosas transcurren a otro ritmo.

Mis días en la librería Morisaki, de Satoshi Yagisawa. 160 páginas. Letras de Plata (Ediciones Urano), 2023.