Una mujer se despierta en un auto estrellado, al lado de una quinceañera en estado de shock. La mujer tiene un vidrio incrustado en el ojo, varias lesiones graves y hay un perro que no reconoce ladrando desde el exterior del auto. Aunque recuerda el momento en el que se calzó las zapatillas que lleva puestas y siente el impulso de pronunciar un nombre (“Felipe”) desconoce el suyo propio (“Paulina”) repetido insistentemente por la quinceañera.

Así comienza La reina del baile, de Camila Fabbri (Buenos Aires, 1989), y llamativamente, también la mayoría de las reseñas que se han publicado de esta reciente novela parecen decantarse por resumir este pasaje, cada quien a su estilo, en el primer párrafo. Puede decirse que si la autora quería construir un inicio “con gancho” definitivamente lo logró.

Pero no demoraremos mucho en reconstruir la vida de Paulina: un rápido salto temporal nos ubica un poco antes del accidente. Sabremos que Paulina tiene 35 años y la edad le pesa (se generan momentos incómodos y bastante divertidos cada vez que alguien la trata de “señora”), que trabaja en una oficina, que el perro misterioso era de su novio, el tal Felipe, quien lo bautizó Gallardo, pero Paulina lo ha adoptado como propio, pese a su afecto ambivalente por el animal (“lo quiero tanto y a la vez lo dejaría atado a un poste en la puerta de un supermercado chino”). Por cierto, ya se adivina un desgaste en la pareja de Paulina y Felipe que, previsiblemente, llevará a una ruptura. La escena se completa con Maite, la única amiga de Paulina, compañera de la oficina, con quien emprenderá un viaje hacia las cercanías de Quequén, una pequeña localidad rural de la provincia de Buenos Aires, con un plan tan poco prometedor como hacerle compañía al octogenario y senil padre de Maite. La referencia a Thelma y Louise, lejos de disimularse, es explícita en al menos una ocasión (“Somos unas falsas Thelma y Louise, no tenemos estilo ni coraje, pero estamos sin hombres y huimos”) y evidente en varias.

El adjetivo “feminista”, como es de esperarse, encaja sin problemas en esta narración, no sólo porque la protagonista y narradora habla desde una subjetividad femenina, sino también porque es la solidaridad entre mujeres, la tan mentada sororidad, la que motiva las acciones determinantes para la trama. También tiene el raro mérito de ser una novela optimista sin ponerse excesivamente cándida, en gran parte por su manejo del sarcasmo y la ironía. El personaje de Paulina, muy porteño, evoca un poco a la recordada Tana Ferro interpretada por Valeria Bertuccelli en Un novio para mi mujer: sarcástica, malhumorada, “sin mucho filtro” y un tanto arrogante, pero de buenos sentimientos y con un atrayente sentido del humor. Maite, por su parte, está notoriamente construida como un contrapunto: es ingenua, muy sensible, un tanto hippie y aniñada, y creyente en la felicidad a través del amor romántico, pero dentro de su trasnochada inocencia sorprende con momentos de gran agudeza para interpelar a su amiga sobre sus propios procesos internos.

El manejo de los localismos revela una manifiesta intención de dirigirse a un público internacional sin perder las marcas identitarias territoriales. Los giros rioplatenses son los suficientes para que sea creíble que la historia ocurre en Buenos Aires, pero evitando volverla incomprensible para lectores de otras regiones. En cuanto a las referencias culturales esa intención se vuelve aún más notoria, evocando a veces el tono didáctico con el que se explican a un extranjero cosas que a los locales les basta nombrar: “En un concurso intentan cortar una manzana a la mitad” (el programa de TV La noche del domingo con Gerardo Sofovich), “el músico argentino que se arrojó por el piso nueve de un hotel de Mendoza a una pileta de natación” (Charly García), “esa entrevista televisiva del músico con la conductora de prime time” (Susana Giménez), sin olvidar que hacia el final uno de los personajes (la misteriosa quinceañera) explica, como si fuera necesario, quién fue el Gallardo en honor del cual se bautizó al perro. En estos aspectos, sobre todo en las editoriales multinacionales, suelen intervenir procesos de edición, corrección y mentoría de obra, aunque tampoco es imposible que en este caso esta intención haya sido manejada desde la concepción individual del texto. De todos modos, llama la atención cómo operan los modos de representación de lo local, y en este caso hay un marco cultural que, por contigüidad, nos es familiar y reconocible.

Esta novela fue finalista del Premio Herralde 2023, con el consecuente aluvión de efusivos elogios de colegas y periodistas entre los que se cuentan nombres muy prestigiosos. Quizá no sea para tanto. La novela tiene algunas fallas: no se aprovecha del todo la amnesia de Paulina al principio, que podría haberse utilizado para generar más intriga, la peripecia tarda demasiado, y tampoco se puede decir que sean escasas las historias de personajes de mediana edad con crisis de pareja contadas en primera persona. Pero la capacidad de crear personajes sólidos y queribles, el equilibrado manejo de un humor sombrío en una historia luminosa, los acertados guiños intertextuales, además del ritmo narrativo ameno y fresco, vuelven esta novela atendible y disfrutable.

La reina del baile, de Camila Fabbri. 176 páginas, Anagrama, 2023.