Argentina se encamina hacia las elecciones primarias (que, al ser obligatorias, funcionan como una especie de primera vuelta simbólica) del 13 de agosto próximo, previas a la elección presidencial del 22 de octubre. Y cuando el peronismo parecía enfilar hacia una derrota catastrófica, con el riesgo de quedar fuera de la segunda vuelta, los reflejos de este viejo sistema de poder parecieron revivir y así se terminó eligiendo una fórmula de unidad encabezada por el actual ministro de Economía, Sergio Massa (y habilitando a un competidor simbólico, el dirigente social Juan Grabois, para contener a la izquierda). La precandidatura de Massa ha modificado el tablero político, y si bien la centroderecha sigue teniendo más chances, según las encuestas, el resultado vuelve a estar abierto. En esta entrevista, el periodista Martín Rodríguez, autor de Orden y progresismo. Los años kirchneristas (Emecé, Buenos Aires, 2014) y editor de la revista Panamá, ofrece algunas claves para entender esta montaña rusa que es el peronismo.

Cuando parecía que el peronismo se encaminaba a una primaria, que pocos querían, entre el ministro kirchnerista Eduardo Wado de Pedro y el embajador y excandidato presidencial Daniel Scioli, Sergio Massa fue ungido como “candidato de unidad” y el peronismo dio un paso atrás ante el abismo electoral. Con Massa, cercano al establishment y conocido por su pragmatismo casi infinito, ¿el peronismo capta finalmente el clima social en el que se desarrollará esta elección?

Pienso que, en 40 años de democracia, el peronismo fue exitoso cuando llegó y actuó sobre tierra arrasada; cuando, como decía Pablo Touzon, la sociedad veía un cartel imaginario con la leyenda “En caso de incendio, rompa el vidrio y saque un peronista”, como esos martillos que hay en los trenes para las emergencias. Pasó con Carlos Menem en 1989 y pasó con Eduardo Duhalde/Néstor Kirchner en 2002-2003. Y, en bastante menor escala, pasó con el Frente de Todos (FdT) en 2019, tras el gobierno de Mauricio Macri, cuando llegó Alberto Fernández y tuvo su breve romance con la sociedad entre la “pesada herencia” de Macri y el inicio de su gobierno, marcado por la pandemia. Parece que al peronismo le va bien y abre ciclos políticos cuando tiene que administrar una desgracia ajena y puede decir “Yo no fui”. Pero hoy tenemos una situación distinta. Muchas de las palabras que organizan el ideario peronista de izquierda y que también organizan cierto ideario republicano aparecen descompuestas por la época. Y me parece que en ese clima hay una fuerza antiprogresista que obviamente debilita las visiones cristinistas y de todo el progresismo en general. Massa es un político sin progresismo en sangre, por más que Cristina Fernández de Kirchner lo haya sentado hace unos días frente a Abuelas y Madres de Plaza de Mayo en ocasión de la repatriación de un avión utilizado para arrojar a detenidos al Río de la Plata. Massa no tiene un mapa mental tercermundista. No va a desatar una beatlemanía, pero se va a pelear la elección en el punto donde la discusión está hoy.

El kirchnerismo, de todos modos, dice “yo no fui”: pese a tener figuras muy importantes en el gabinete de Alberto Fernández y manejar gran parte del presupuesto estatal, actúa como si este gobierno no fuera el suyo...

Sí, lo dice, pero ¿alguien puede creer eso? Encontraron un punto de equilibrio en la autoficción que les permitió gozar de las libertades discursivas de la oposición y de los beneficios presupuestarios del oficialismo. Pero es una subestimación del electorado y de las propias bases suponer que alguien cree eso. ¿Qué fueron? ¿Opositores con goce de sueldo? Me parece que predominó en el núcleo cristinista el terror a perder el relato, o lo que muchos llaman el capital simbólico, la dilución del modo en que quieren aparecer en libros de Historia. “Yo no ajusté, yo no acordé con el FMI [Fondo Monetario Internacional]”.

En las bases kirchneristas se percibe malestar. Es la tercera elección en la que el kirchnerismo no llevará un candidato presidencial propio. Cristina Fernández de Kirchner dijo que debía tomar la posta algún hijo de la generación diezmada por la dictadura y terminó apoyando a uno de los políticos más “politiqueros” del país; ella misma lo acaba de llamar jocosamente “fullero” (el que hace trampa en el juego). En el kirchnerismo duro sólo parece haber desconfianza y rechazo hacia el candidato de unidad, prima la sensación de que para “frenar a la derecha” tuvieron que aceptar al que más se parece a ella. ¿Cómo se percibe el estado de ánimo actual en las bases de La Cámpora, la agrupación liderada por Máximo Kirchner, y en el resto del espacio kirchnerista?

Creo que hay un embotellamiento de lecturas e interpretaciones en el mundo cristinista. Una cosa sería lo que pasa en la base social, y para eso va a ser fundamental la foto de la elección, de las PASO [Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias] de agosto. Pero la pregunta refiere seguramente a las bases militantes. Ahí creo que hay de todo. Una tensión lógica entre cierto pragmatismo vestido de disciplina orgánica –“lo que decide la Jefa está bien”, “ella sabe qué es lo correcto para esta etapa”– y quienes imaginan un cristinismo con programa y alternativa propia. Después, más arriba, están los dirigentes que, entre una opción romántica y otra opción pragmática con más chances de ganar, se tirarán sobre la pragmática porque no quieren largar el poder y la manija e irse al llano ni a ganchos.

El kirchnerismo parece una especie de anomalía en el peronismo: mientras que figuras poderosas como Carlos Menem o Eduardo Duhalde no constituyeron facciones permanentes que trascendieran sus momentos de poder, el kirchnerismo/cristinismo perdura como una identidad dentro de la identidad peronista. ¿Hasta qué punto es una anomalía? ¿Se puede hablar hoy de agotamiento de este espacio? Cristina Fernández de Kirchner llenó las listas de diputados y senadores de leales, pero ideológicamente el kirchnerismo parece estar en un momento muy bajo...

Primero: el kirchnerismo ya es parte del sistema político, pero habría que pensar herencias distintas. Carlos Menem dejó una sociedad, Eduardo Duhalde una estructura de poder y el kirchnerismo, una estructura de sentimientos. Empecemos por Menem. Dejó huellas en la sociedad. Lo diría así: en ninguna década se transformó tanto la sociedad. Y el peronismo estuvo ampliamente bajo su conducción, pero ideológicamente quedó vencido. Para entender lo que dejó, podemos retomar la frase de Alejandro Galliano: “Nos hicieron neoliberales y ahora no saben cómo gobernarnos”. Menem domó la inflación e impuso el giro hacia las llamadas “reformas estructurales” con un carisma único. Para hacer girar al peronismo había que ser demasiado peronista, y Menem lo era. La mayoría de la gente lo siguió. No hizo nada sin votos. Su herencia, en tal caso, es social; en el clóset, mucha gente recuerda: con Menem me compré una casa, conocí Europa, ahorré en dólares, vi a los Rolling Stones... Menem está en las cosas y en la intimidad. Después, vino el duhaldismo, que nace más de los costos del modelo que de las continuidades. Duhalde era la vuelta necesaria del malón estatal: política social territorializada, policías, intendentes, curas. Y yo creo que eso sobrevive como estructura: es una concepción de la política que quizás no fue superada. Hoy la política nacional es una disputa en el AMBA [Área Metropolitana de Buenos Aires]. Es el peronismo bonaerense contra la política porteña. Duhalde en octubre de 2001, en pleno voto bronca, sacó 37% y traccionó al peronismo y al país.

El kirchnerismo es el centro del sistema político que se reconstruye tras la crisis. Es la identidad que repara al peronismo, como el macrismo reparó al no peronismo, herido tras la caída de [Fernando] de la Rúa. Los mejores años de [Néstor] Kirchner fueron consumo y derechos humanos. Recuperó la ESMA [Escuela de Mecánica de la Armada, símbolo de la represión de la dictadura y hoy espacio de memoria] como motor simbólico de su gobierno, y al mismo tiempo miraba de reojo el consumo de Frávega [una de las principales cadenas de electrodomésticos en Argentina]. Kirchner entendía la sociedad que le tocaba gobernar como una sociedad que había absorbido los modos de vida de los años 90.

Kirchner tenía una lectura más completa de la sociedad, que no se limitaba a su versión de izquierda. A la vez, el kirchnerismo pasó de ser la fuerza de los “pingüinos” del sur, del federalismo, a ser una fuerza bonaerense que copó el espacio estratégico que alguna vez controló Duhalde. Esto se logró mediante la alianza del progresismo de capas medias de la Ciudad de Buenos Aires y el peronismo del Conurbano bonaerense, de las densísimas zonas populares de la provincia de Buenos Aires. Por eso Axel Kicillof da un largo salto de la experiencia militante de la izquierda porteña de 2001 a gobernador de Buenos Aires, aliado a los intendentes del peronismo bonaerense. Hay algo en esa alianza, un rastro del viejo canto sobre la unidad de piquetes y cacerolas que se cantaba en 2001 durante los cortes de calles y los cacerolazos. Esta combinación entre la estructura de sentimientos y la herencia del aparato bonaerense (el “nudo”, como lo llama el periodista Carlos Pagni) es clave para entender la supervivencia, pero también los límites del kirchnerismo. El límite duhaldista que no rompió. El kirchnerismo se enamoró de sí mismo, de la “conurbanización” por encima de una perspectiva más nacional. Por eso Cristina ve la provincia como un refugio en caso de perder la nación en octubre próximo.

¿Y el peronismo del interior? Retomando libremente una expresión de Ricardo Sidicaro, el peronismo sigue siendo en parte una suma de partidos provinciales con recuerdos en común. El contrapeso al kirchnerismo debería venir justamente del interior. El kirchnerismo mantiene su identidad, es una capa geológica de la política, más que una anomalía o una excepción, y se limitó a elegir o vetar a otros sin proyectar una política transformadora desde hace demasiados años. Se hizo sistema. Tiene una estructura de sentimientos, pero se quedó sin ideas para Argentina. Lo que podría ocurrir como necesaria superación del kirchnerismo no es lo que lo mata, sino lo que lo desborda. Algo que supere su visión demasiado progresista del peronismo, nostálgica y cerrada en sus propias cuitas, que es lo que finalmente achicó al peronismo y a la propia Argentina. Algo que sea capaz de atar el peronismo a la palabra futuro.

Massa tuvo su mejor momento político-electoral interpelando a sectores medios bajos con un discurso de mano dura contra la inseguridad y de rechazo a la “corrupción kirchnerista”. Tras haber sido funcionario de Cristina Fernández de Kirchner, ¿qué Massa es el Massa que encabezará la fórmula peronista en 2023?

La carrera política de Massa se contrapone a las trayectorias románticas, trágicas y existenciales del estilo “hijos de la generación diezmada” o “los hijos del 2001”. La marca de Massa es 1989 (volvemos a Menem). Proviene de la UPAU [Unión para la Apertura Universitaria], la agrupación juvenil asociada a la UCeDé [Unión del Centro Democrático], la principal fuerza liberal-conservadora, que fue una cantera de cuadros. Una mayoría de ellos se hizo peronista de modo natural: si el poder está en el peronismo, somos peronistas. Y además el peronismo al que se sumaban había abrazado las reformas que ellos proponían. Si, históricamente, parte de las élites pensaba que el peronismo era un partido a proscribir para poder gobernar Argentina, en los 90 el peronismo consagra su peso a ser el partido que garantiza la gobernabilidad.

En 2012 y 2013, ya enfrentado a Cristina Fernández de Kirchner, Massa expresa a los que se habían alejado del kirchnerismo. La llamada “aristocracia obrera” representada por la CGT [Confederación General del Trabajo], capas medias y medias bajas, ciudadanos inseguros. En las legislativas de 2013, Massa gana en la provincia de Buenos Aires. Lo que pasa es que, como dicen, Massa se almuerza la cena, es demasiado político para representar a la parte de la sociedad a la que no le gusta la política y queda atrapado en ese juego. Se pasa de vivo. En 2015, sacó 20% de los votos para presidente, un resultado bastante heroico dada la polarización reinante. Pero luego se diluye todo, en 2017 ya no puede repetir la hazaña; con Macri, a quien se había acercado, termina muy mal, y en 2019 acaba tejiendo el acuerdo con el kirchnerismo (al que había jurado nunca volver a acercarse) que da origen al Frente de Todos. Yo creo que Massa combina un ethos de la época de Menem con una capacidad de construcción de poder heredera de Kirchner. Lo que pasa es que a Kirchner en 2003 casi nadie lo conocía; esa era su virtud. A Massa la sociedad lo conoce demasiado. Kirchner agarró el país con la economía ya creciendo, el súper ciclo de los commodities. Massa, al borde de la hiperinflación.

Hablando de inflación, fuera de Argentina se ve muy extraño que el ministro de Economía de un país con más de 100% de inflación pueda ser un candidato presidencial competitivo, pero Massa lo es, o al menos es el más competitivo que tienen a mano... A diferencia de la de 2001, esta parece una crisis más “rara”, con altísima inflación pero poco desempleo, mucha política social, mucho consumo... ¿eso puede darle alguna chance de victoria a Massa, pese a que hasta ahora la oposición se venía probando el traje de ganadora?

Pregunta difícil. En Argentina hubo dos superministros: Domingo Cavallo y Roberto Lavagna, que tenían cierta idea de lo que debe ser Argentina e incluso competían con los presidentes, Cavallo con Menem y Lavagna con Kirchner. El resto de los ministros de Economía fueron más útiles o fusibles. Massa, obviamente, era un político de carrera antes de ser ministro de Economía. Y lo que puede presentar es la imagen de un piloto de tormentas que evita que la situación explote. No acertó con los vaticinios de inflación, pero tiene el gesto del culo apoyado en la bomba. Desde 2001, vivimos bajo amenaza explosiva. “Hay 100% de inflación, pero la inflación no soy yo; yo evité el desastre, que todo sea peor”. El influencer liberal Carlos Maslatón logró desarrollar el relato sobre la economía barrani [no registrada], que explicaría el elevado consumo en medio de la crisis. Y algo de eso se fue imponiendo en la discusión pública. Incluso se fue debilitando el relato –proveniente del propio kirchnerismo– que corría por izquierda al gobierno y expresaba una mirada sumamente decadentista. Y todo esto es parte del efecto Massa.

Este artículo fue publicado originalmente por Nueva Sociedad.