Falta menos de una semana para las elecciones en Argentina. Uno de los candidatos, Sergio Massa, apuesta a posicionarse presentando propuestas. Habla de economía, medioambiente, educación, salud, pluralismo democrático y participativo, de un gobierno de unidad nacional como instrumento para superar la espantosa grieta que divide al pueblo argentino. Lucha contra su condición de ministro de Economía en funciones en un gobierno fracasado, desastroso, que deja un país con más del 40 por ciento en la pobreza y una inflación que camina por una delgada cornisa en la que se insinúa la hiperinflación. Se presenta como el portador de algo distinto a lo que hasta ahora es. ¿Podrá?

Del otro lado, Javier Milei, personaje singular que como un moderno Midas convierte todo en mercado: las armas, los órganos, el océano, la educación, la salud. Odia las regulaciones laborales y pugna por la desregulación total. Condena al papa por ser el representante del maligno y no vacila en decir que la justicia social es la madre de todos los males, pues la justicia social supone la intervención del Estado y este es el representante de los fracasos que arrastra Argentina desde hace más de 90 años. Pero el odio al Estado apenas es comprendido en su sentido profundo por las masas que de manera fervorosa entonan su grito de guerra: “Viva la libertad, carajo”.

Despojemos las estrategias de sus contenidos y quedémonos con los envases. No es un tema menor. Los grandes especialistas en marketing político aseveran que estas confrontaciones se dirimen en el mundo de los sentimientos y no en el mundo de la razón.

La imagen dominante de Massa es la de un personaje que se asemeja a un estadista, de impecable traje oscuro, con corte de pelo cuidado y que con una gestualidad medida trata de darles énfasis y credibilidad a los contenidos de su discurso.

Por el otro lado, aparece un personaje envuelto en una melena colosal, el león, con ojos claros que lanzan fuego, el loco, y con un discurso cargado de palabrotas, exabruptos y amenazas.

Massa apuesta a que la gente comprenda que más allá del discurso desaforado de un personaje que arremete contra la educación pública, la salud pública, las relaciones con el Vaticano, y plantea la ruptura de relaciones con los dos principales mercados de las exportaciones argentinas, como lo son Brasil y China, se trata de un desquiciado. Massa apuesta a destacar la inestabilidad psíquica y emocional de un personaje que no oculta su carácter especial: es un iluminado. Un ser que habla con Dios, que recibió mandato divino por intermedio del espíritu de su perro muerto, Conan, con el que se comunica a través de un médium y le da la fuerza que tienen los iluminados.

Magia, esoterismo, la conversión del líder en un pontífice que articula el mundo de los designios divinos con el mundo profano. Y la gente ¿lo rechaza por ello? De ninguna manera. La tradición del iluminado está presente de manera muy profunda en la política argentina y en el sentimiento del imaginario colectivo.

¿No se ha dicho acaso hasta el cansancio que la política argentina está fundada esencialmente en el sentimiento? ¿Y que la ideología apenas es un barniz para adornar esa esencia mesiánica que le confiere valor dogmático al sentimiento popular?

¿O ya nos hemos olvidado de Lopecito, colocando cabeza contra cabeza a la entonces futura presidenta de los argentinos Isabel Martínez de Perón de un lado, contra el cadáver de Evita, rescatado de su periplo italiano y colocado como fuente de transmisión energética y espiritual para convertir un carácter débil y pusilánime en el de una estadista llamada a suceder a un líder que desde que pisó suelo argentino ya había iniciado su agonía?

Por cierto, en la batalla entre la razón y la pasión triunfa la barrabrava y no la academia. Por ese motivo, el abrazo que le ha dado Mauricio Macri a Milei se inscribe en una contabilidad que escapa al fuerte influjo de la magia.

Macri tienta a Milei con el destino que potencialmente podrían tener los votos de Patricia Bullrich, defenestrada luego de protagonizar una campaña horrorosa. Y su verdugo Macri, también matarife de Horacio Rodríguez Larreta, ve en Milei o al futuro presidente de los argentinos o al pasaporte para convertirse en el jefe de la oposición. Pagó por ello un alto precio: mató a su partido político con el derecho de haber sido su creador. Es el pensamiento propio de un moderno Cronos, asesino de sus hijos.

Pero este nuevo Milei abrazado a Bullrich, rodeado por Macri y todo su entorno, empieza a tener problemas con su propio entorno de fieles que de pronto se sienten invadidos por los más auténticos representantes de la casta. Y reaccionan. Y se pelean. Y parte de la representación parlamentaria hace saber su disconformidad, yéndose ante los alaridos destemplados de la hermana del Mesías, que los tilda de traidores.

Pero Milei, al haber aceptado el cálculo de las aritméticas electorales, al haber aceptado el rivotril para bajar los decibeles de su discurso enardecido, también paga un alto costo. Está dejando de ser ese chamán que se interconecta con el mundo de los muertos, grita, putea, vocifera y amenaza, para convertirse en un dócil gatito que ronronea entre las patas de su nuevo amo.

Entonces resulta que la aritmética del dos más dos es cuatro puede dar que dos más dos es tres. Porque en esa metamorfosis ha perdido la identidad, ese halo mágico que sólo rodea a los puros que no transan con los mediocres.

Volvamos a nuestro análisis.

Queda menos de una semana. ¿Milei seguirá siendo Milei y se mimetizará con la tradición mágica del brujo López Rega? ¿O continuará como un señor empastillado, de mirada perdida y movimientos torpes?

Y a Massa ¿le alcanzará la sensatez de no romper con Brasil y China, de convocar a un gobierno de unidad nacional, de instalar la duda ante la locura y el desenfreno que representa su adversario?

Ya falta muy poco.

Esperemos que el pueblo, que sin lugar a dudas a veces se equivoca, esta vez no lo haga.

Gabriel Vidart es sociólogo. Entre otros cargos a nivel nacional e internacional, fue director adjunto del Proyecto Combate a la Pobreza en América Latina y el Caribe del PNUD (1984-1986), fundador y secretario ejecutivo del Plan CAIF, Uruguay (1988-1990), y director ejecutivo del Centro Único Coordinador para la gestión de la red de clínicas y sanatorios de la provincia de Buenos Aires (2003-2012).