La trayectoria de Danilo Astori comenzó muy ligada al naciente fenómeno tecnocrático de los años 60. Igualmente, la década de los 90 (aquella en la que Astori se consolidó como político de fuste) estuvo marcada por otra serie de fenómenos que forzaron profundos cambios en la izquierda: la moderación ideológica. Esta moderación será el fenómeno que analizaré a través del discurso de Astori en algunas entrevistas periodísticas. Todas ellas son previas a las elecciones de 1994, donde Astori se elevaría como líder del grupo parlamentario frenteamplista con su sector Asamblea Uruguay, que obtuvo casi la mitad del total de votos del Frente Amplio (FA).

No obstante, este gran fenómeno de “moderación” tampoco es exclusivo del Uruguay o de meras cábalas electorales, como tradicionalmente se ha estudiado el fenómeno. Se produjo internacionalmente el progresivo abandono de un horizonte no capitalista por parte de la izquierda. Si bien la socialdemocracia alemana había aceptado en Bad Godesberg (1959) el capitalismo, la posibilidad de otro sistema económico terminó por derrumbarse tras la caída del Muro de Berlín (1989) y el abandono de la Federación Rusa de la Unión Soviética (1991). Esto forzó a los partidos de izquierda a reposicionarse tras la ofensiva ideológica liberal-conservadora emprendida por figuras como Margaret Thatcher y Ronald Reagan. Su epítome fue la aceptación de la tercera vía de Tony Blair y del Nuevo Laborismo. A ello habría que sumarle el derrumbe del Partido Comunista Italiano tras el caso Manos Limpias (1992) que puso al descubierto la gran corrupción que se había instalado en el sistema político italiano. El Partido Socialista Obrero Español, que desde el Congreso de Madrid de 1979 abandonó el marxismo. El fracaso del primer gobierno izquierdista francés de François Mitterrand (1981-1989); la crisis hiperinflacionaria del primer gobierno de Alan García en Perú por su oposición al pago de la deuda (1986). Y, en el Cono Sur y Brasil, la represión de los movimientos populares y de izquierda durante las dictaduras militares, que dejó a estos actores en una posición de debilidad total. En este contexto, Uruguay y el FA no eran una excepción.

El programa de 1971 estaba pensado en un contexto de Guerra Fría, en línea con el desarrollismo imperante en la época que colocaba al Estado como un actor central. Tras las primeras elecciones democráticas (1984), la izquierda uruguaya necesitaba repensar sus premisas ideológicas. En el Congreso Extraordinario de 1989 nació la figura de Danilo Astori, que presentaba ya algunos rasgos renovadores.

En 1991, antes del Congreso Ordinario del mismo año, se publicó el manifiesto “Más allá del desaliento hay un país que nace”, más conocido como “El documento de los 24”. Fue una declaración firmada por 24 intelectuales, académicos y políticos de izquierda. Un llamado al FA y al resto de sectores político-sociales para construir un auténtico proyecto nacional de mayorías sin exclusiones. Fue interpretado como una demanda de moderación ideológica a la izquierda. Se extraen acá algunos fragmentos que dan cuenta de su espíritu: “La alternativa de las izquierdas no puede sustentarse, a contramano de la historia, en una reivindicación del estatismo, sino que debe superar la paralizante oposición maniquea entre lo público y lo privado. […] La rotunda afirmación de la democracia y de los derechos humanos, y la voluntad de extender su vigencia, en lo institucional y en la vida cotidiana. […] El batllismo y el nacionalismo verdaderos son adversarios del modelo subliberal. […] Un proyecto que no sea propaganda y voluntarismo, sino un ejercicio de política real, volcada a la búsqueda de los caminos posibles para sacar al país adelante. […] Nuevas confluencias se hacen posibles. Confluencias renovadoras dentro del Frente Amplio. Confluencias del Nuevo Espacio y el Frente. […] Confluencias de las izquierdas con sectores progresistas de los partidos tradicionales, en ruta hacia una coalición para un gobierno alternativo de mayorías”.

Este documento significó la introducción del significante “renovación/renovador” que atravesó la totalidad de los grupos políticos coaligados. Ninguna fracción pudo evadir el debate inaugurado. Nació también la identidad propiamente frenteamplista por encima de cualquier sector concreto, en paralelo al llamado nacimiento de la izquierda “progresista”. Una identidad frenteamplista de la que se nutrió Asamblea Uruguay, nacida con voluntad de ser un sector de contrapeso a los partidos históricos. A la vez, la renovación se conjugaba con una postura favorable a la política de alianzas con otros partidos. Los llamados “ortodoxos” temían por la voluntad de cambio social característico de la izquierda.

En el Congreso Extraordinario de 1994 seguía existiendo una fuerte presencia contraria a aprobar la política de alianzas con sectores escindidos (Nuevo Espacio) y sectores provenientes de los partidos tradicionales (Polo Progresista y Movimiento de Reafirmación Batllista). Finalmente se adoptó una resolución de consenso: por un lado, el Frente Amplio no aceptaría rebajar su programa y no aceptaría dentro de su coalición a las fuerzas externas; por otro lado, se crearía el Encuentro Progresista, un agregado al que se adhería el FA junto a los escindidos en forma de macrocoalición. Esta adhesión permitía al FA presentarse con un programa electoral moderado y mantener un programa autónomo fiel al fundacional.

Análisis del discurso de Astori

El 18 de enero de 1993, Danilo Astori concedió una entrevista para El Observador. Los periodistas preguntaron si había sectores del FA que señalaban que no se debería rebajar el programa y si “de ocurrir eso, ¿esos grupos podrían permanecer dentro de la coalición?” A lo que Astori responde: “Si por programa entendemos los grandes principios fundacionales, característicos del FA, su cédula de identidad, creo que ningún frenteamplista aceptaría […] diluir esos principios. Si por programa se entiende aquello con lo que el Frente se posiciona ante una realidad nacional que está en cambio permanente y que exige una renovación programática permanente, entonces primero vamos a definir el programa”.

Astori muestra la voluntad de mantenerse como independiente dentro de un partido al no ligarse a ningún bando y defender el programa, que no es patrimonio de ninguna fracción y es el símbolo de la unión del FA. Los “principios” aparecen como aquello permanente, “la realidad” en “cambio permanente”, por lo que también el programa debe cambiar. El programa aparece con un doble significado: por un lado, es el símbolo de la unión; por otro, es el medio para actuar sobre la realidad. A través de esas entidades, Astori construye un discurso con un componente claramente descriptivo, esto es, la descripción de los principios y de la realidad. Del mismo modo, un componente prescriptivo que plantea la renovación programática como un imperativo provocado por la realidad.

Astori construye un discurso con un componente claramente descriptivo, esto es, la descripción de los principios y de la realidad.

El 9 de junio de 1993, para la revista Decadauno, a Astori le preguntan directamente si “la desaparición del bipartidismo tradicional lleva a pensar en la política de alianzas” y qué opina de un acuerdo preelectoral. El senador se muestra ambiguo en su respuesta: “Es un tema en permanente discusión dentro del Frente […] en función de resolver necesidades del país. […] No [se] puede adoptar una actitud mecánica diciendo ‘bueno, mis alianzas son estas y con estas intento hacer cualquier cosa’. […] Cada fuerza debe elaborar su propuesta, que es además su identidad […]. Los puntos de encuentro se deben buscar luego de […] las elecciones. […] No excluyo la posibilidad de un acuerdo mínimo entre sectores, pero siempre y cuando cada fuerza […] tenga su propio programa para que sea adecuadamente comunicado a la sociedad”.

Aparece el componente descriptivo (un país con las necesidades insatisfechas) y a la vez el prescriptivo, ya que la discusión por las alianzas se debería dar en función de resolver esa insatisfacción. En este sentido, cada propuesta programática se convierte en la identidad de cada grupo, igual que en el FA. Se añaden entidades del orden de la necesariedad (“en función de”, “necesidades”, “debe elaborar” “deben buscar”). Comienzan a aparecer tímidamente algunos destinatarios, es decir, aquellos a quienes se habla, aunque siempre en una clave muy interna. Los destinatarios aparecen diferenciados en torno al sintagma programa, que es el que debería guiar la acción política. El prodestinatario (el propio) sería aquel que se siente identificado con el programa como elemento rector de la conducta política, y el contradestinatario (el adversario) sería aquel que se guía por un interés electoral en lugar de por las propuestas.

El 15 de agosto de 1994, período preelectoral, Loreley Nicrosi pregunta para La República: “¿Usted cree que la izquierda para poder ser una opción real ha tenido que convertirse en una fuerza más moderada?” Astori responde: “La gran obligación de la izquierda es leer la realidad tal y como es. El gran error de la izquierda es creer que lee cuando no la lee y suponer que la realidad no cambia. Ojo, yo no estoy proponiendo leer la realidad para adaptarse a los cambios que la realidad sufre. Yo estoy proponiendo leer la realidad porque nadie puede con seriedad hablar de cambiarla si no sabe cómo es. El peor error de la izquierda es hablar de un país que no existe porque entonces sus propuestas no son creíbles, la gran virtud que tiene que ganar la izquierda es demostrar que los cambios son posibles, porque se refieren a la realidad tal cual es. Y el principal desafío sobre todo es leer los cambios que no nos gustan pero que existen. […] Si suponemos que no existen, hablamos también de un país que no existe, por lo tanto, no nos va a creer nadie”.

Este enunciado concentra redundantemente las líneas básicas del discurso de Astori presentes en los fragmentos anteriores. Las entidades “realidad”, “obligación”, “creíble”, “propuestas” construyen los componentes descriptivos y prescriptivos. El cambio en las propuestas del FA es una cuestión obligada por la propia realidad, no para adaptarse a ella, sino para saber cómo cambiarla. El cambio de la realidad es el fin compartido por todos, los medios para tal cosa deben cambiarse para ganar credibilidad. La realidad “tal y como es” impone los cambios, que dejan de ser una opción ideológica para pasar a ser un medio para cambiar esa realidad previamente conocida. En el caso de no aceptar esos medios para el cambio de la realidad, se estaría negando la misma realidad, esto es, “nadie puede con seriedad hablar de cambiarla si no sabe cómo es”. Las nuevas propuestas son una obligación imperativa. No dependen de una subjetividad compartida que se busca cambiar, sino que es algo externo (la realidad) lo que se impone.

El prodestinatario aparece claramente como aquel que sabe, que conoce la realidad, la acepta y genera nuevas propuestas o nuevos medios para cambiarla. Alguien serio que habla de aquello que existe. El contradestinatario aparece representado como aquel que no sabe, que no es serio y pretende sostener propuestas para una realidad que no existe, haciéndolo poco creíble.

Sumario

En estos comienzos de la carrera política de Astori se puede observar cómo existe un fuerte componente propio de la tradición doctoral uruguaya que tiene como origen el pretender dotar a la izquierda de una característica propia de la tradición doctoral uruguaya: demandar densidad programática; ser un “partido de ideas”.

La polémica política de alianzas con sectores escindidos y parte del Nuevo Espacio —que supondría la materialización de la llamada “moderación ideológica”—, fue defendida y cuestionada por Astori en los mismos términos programáticos. Muestra reticencias desde una perspectiva propia del doctor en la que lo importante no es mejorar el resultado electoral, sino la elaboración de un programa. Esta posición equilibrista solo se rompió una vez que se realizó el acuerdo. Este camino de ambigüedad derivó en la fundación de Asamblea Uruguay como un lugar para los frenteamplistas independientes sin sector ideológico-partidario definido.

Las entidades articuladoras del discurso de Astori tienen una fuerte connotación objetivista. La división entre lo posible y no posible, lo serio y no serio, lo que existe y lo que no existe, lo creíble y lo no creíble, lo que se debe y se necesita, etcétera. La entidad fundamental es “la realidad”, a partir de la cual toman sentido otras entidades como “propuesta”, “renovación” o “programa”. Todos estos sintagmas construyen una realidad que obliga a los actores políticos a tomar decisiones. El discurso aparece construido con una lógica de instrumentos/programa/propuestas y principios/objetivos/valores. Por un lado, estaría aquello que se busca; por otro lado, el programa que se aplica para llegar a ese objetivo. Es de esta manera que se perciben los componentes descriptivo y prescriptivo: la propia descripción y conocimiento de la realidad conlleva unas propuestas distintas a las sostenidas hasta ahora. El que sabe y el que no sabe.

Jacobo Calvo Rodríguez es doctor en Ciencia Política.

Este es el segundo artículo de una serie. Ver también: “La tecnocracia como política: un análisis del discurso de Danilo Astori (I).”