Paul Feyerabend fue una de las figuras más controvertidas y provocadoras de la filosofía de la ciencia. Elogiado por algunos por tener una visión privilegiada del funcionamiento de la ciencia y su historia, fue condenado por otros como “el peor enemigo de la ciencia”. Algunos lo amaban por su humanidad, independencia, humor e inteligencia, otros lo odiaban por su relativismo y sus críticas duras y hasta ofensivas. Debajo de su retórica acechaba un tema serio: la compulsión humana de encontrar verdades absolutas, por nobles que sean, a menudo culmina en la tiranía. Feyerabend temía que la ciencia, por su enorme poder, pudiera convertirse en una fuerza totalitaria que aplastara a todos sus rivales.

Paul Feyerabend nació en Viena el 13 de enero de 1924. Amante de las artes y las ciencias, estudió teatro y canto; en su adolescencia se imaginaba convirtiéndose en cantante de ópera y astrónomo. Luego de la ocupación alemana de Austria, Feyerabend luchó en el frente ruso y recibió, en 1945, un disparo en la espalda que le valió una cruz de hierro por su valor en el combate, pero también lo convirtió en un veterano de guerra con consecuencias de por vida. Después de la guerra estudió historia y física en la Universidad de Viena, pero finalmente se decantó por la filosofía. A principios de la década de 1950 estudió en Londres con el filósofo de la ciencia Karl Popper (1902-1994). En 1959 se trasladó a Berkeley, donde enseñó hasta 1990, y donde entabló amistad con el historiador y filósofo de la ciencia Thomas Kuhn (1922-1996). Murió en Suiza el 11 de febrero de 1994.

Proliferación de teorías

Sus primeros trabajos fueron críticos de la visión neopositivista de la ciencia, pero lo que consolidó su carrera fue una crítica mucho más cáustica a la filosofía racional de Popper, quien, sin embargo, influyó en su pensamiento más de lo que Feyerabend estuvo dispuesto a reconocer. A comienzos de los años 60 las filosofías neopositivista y popperiana tuvieron que enfrentar los embates de un grupo de historiadores y filósofos de la ciencia, entre los cuales los más críticos fueron Feyerabend y Kuhn, promotores de la controvertida tesis de la inconmensurabilidad de las teorías científicas.

Según Feyerabend, de acuerdo con los modelos de explicación neopositivista y popperiana, la ciencia se desarrolla acumulativa y linealmente, es decir, la teoría posterior amplía y refina la anterior, que se preserva como una instancia de aquella. Tal forma de progreso necesita dos condiciones fundamentales: que los términos de las teorías no varíen su significado y que entre ambas haya derivabilidad lógica. La consecuencia inaceptable del cumplimiento de estas condiciones, según Feyerabend, es el empobrecimiento del contenido empírico de la ciencia debido a la imposición unilateral de la forma de ver el mundo que la teoría anterior ejerce sobre la siguiente. Frente al dogmatismo de la teoría antigua, Feyerabend defendió, como único antídoto eficaz, la proposición de teorías alternativas a la vigente, en tanto una teoría dada sólo puede ser criticada severamente desde el punto de vista de otras teorías competidoras e incompatibles con ella. Feyerabend se erigió en contra del monismo teórico, de la inmovilidad o la unanimidad de opinión, que pueden llevar a la eliminación de evidencia crítica.

Contra el método (único)

Feyerabend se hizo ampliamente conocido a través de su famoso libro Tratado contra el método (1986/1975). El afamado eslogan del texto, todo vale, suele ser malinterpretado: “Algunos amigos me han censurado por elevar un enunciado como ‘todo vale’ a principio fundamental de la epistemología. No advirtieron que estaba bromeando”, sostiene en esa obra. Con esa expresión, Feyerabend no pretende afirmar que toda tesis, idea o teoría tiene igual valor, o que en la ciencia se acepte cualquier cosa como válida sin importar su contenido o sus garantías. En respuesta a alguien que insistía en demandar un método científico único, absolutamente vinculante, cuya violación sería contraria a la idea misma de ciencia y de su racionalidad, Feyerabend utiliza la expresión todo vale para enfatizar que no hay normas metodológicas o criterios de racionalidad con validez universal, que toda metodología tiene límites. Ello no implica la absoluta inexistencia de reglas. El todo vale es un recurso retórico para subrayar la imposibilidad de obtener un conjunto de principios epistémicos estables y atemporales por mínimo que sea. El único método de la ciencia es el oportunismo. “Así pues, cuando alguien me pregunta en general qué es lo que debe hacer un investigador, mi respuesta es: ¿qué investigador?, ¿cuál es su problema?, ¿con qué medios cuenta?, ¿quiénes son sus colaboradores?, etcétera, y si no recibo ninguna respuesta a estas preguntas yo tampoco puedo contestar a la cuestión que se me ha planteado excepto diciendo ‘todo es posible’, pues es verdad que vistas así las cosas, en abstracto, todo puede suceder”.1 Es la situación específica la que, en algún sentido, determina los principios, y su validez y adecuación no dependen de la mera especulación epistemológica sino de las situaciones particulares y el conocimiento surgido de la práctica científica. Restringir la ciencia a una metodología particular la destruiría. El pluralismo feyerabendiano resulta un principio terapéutico cuyo propósito es recuperar la vitalidad que las metodologías que estaba criticando le habían quitado a la ciencia mediante la defensa de principios fijos y universales: “Es […] una medicina excelente para la epistemología y la filosofía de la ciencia”.2 “Ahora bien, una medicina no es algo que se tome siempre: se toma durante determinado período de tiempo y luego se deja de hacerlo”.3

La ciencia como una tradición entre otras

Del mismo modo en que Feyerabend defendió el pluralismo teórico y metodológico, su visión de una sociedad libre exigía la convivencia pacífica de una pluralidad de tradiciones. “La unanimidad de opinión tal vez sea adecuada para una iglesia, para las asustadas y ansiosas víctimas de algún mito (antiguo o moderno), o para los débiles y fanáticos seguidores de algún tirano. La pluralidad de opinión es necesaria para el conocimiento objetivo, y un método que fomente la pluralidad es, además, el único método compatible con una perspectiva humanista”.4 Feyerabend no ataca a la ciencia sino a la postura casi dogmática que la concibe como una actividad sacrosanta. Una racionalidad que pretende ser única y de alcance universal fracasa como herramienta de investigación al perder capacidad para resolver problemas.

Feyerabend no ataca a la ciencia sino a la postura casi dogmática que la concibe como una actividad sacrosanta. Una racionalidad que pretende ser única y de alcance universal fracasa como herramienta de investigación.

Feyerabend desarrolló estas ideas fundamentalmente en sus libros La ciencia en una sociedad libre (1988/1978) y Adiós a la razón (1987), en los cuales despliega una crítica en contra de los privilegios epistémicos y políticos de los que, según él, la ciencia goza en las sociedades occidentales. Así como defendió que la ciencia no tiene una estructura fija, sino que los científicos utilizan los procedimientos que consideren oportunos de acuerdo con la situación concreta de investigación, también el peso específico de la ciencia comparado con el de otras tradiciones, tanto sus problemas como sus resultados, “se evaluarán según los acontecimientos que se produzcan en las tradiciones más amplias: Es decir, políticamente”.5

Las consecuencias políticas y sociales de los puntos de vista epistemológicos de Feyerabend resultan en la pérdida de cualquier marca distintiva de las ciencias. No existe una demarcación cualitativa de estas respecto de otras tradiciones, y dado que todas las tradiciones deberían tener los mismos derechos en un Estado liberal, no habría razón para que la ciencia detente un estatus especial por sobre las demás. Más bien, en una sociedad libre todas las tradiciones deberían contar con las mismas oportunidades. La preocupación por el dogmatismo racionalista se convierte, en el terreno de lo político, en una estructura de protección básica dirigida a impedir que cualquier tradición domine sobre las otras, o que cualquiera pueda ser descartada simplemente con argumentos de autoridad a favor de la ciencia o de cualquier otra tradición. Según Feyerabend, la ciencia no debería olvidar esto, ya que en el pasado ella misma fue una tradición de segunda o tercera importancia en comparación con, por ejemplo, la religión y la brujería. “Liberemos a la sociedad de la sofocante custodia de una ciencia ideológicamente petrificada, del mismo modo que nuestros antepasados nos liberaron de la sofocante custodia de la Única Religión Verdadera”.6 La atención debe estar puesta en dotar a todas las tradiciones de los mismos derechos y oportunidades y llevar la aplicación de estos criterios tan lejos como para que a ningún individuo o grupo le sean negadas las oportunidades que se derivan de esta idea de igualdad.

La base de una sociedad libre se encuentra en la libertad de elección, en el ideal de hombre libre sostenido por Feyerabend, que tiene acceso y puede elegir entre distintas tradiciones de conocimiento. El ciudadano maduro “es una persona que ha aprendido a formarse su propia opinión y que luego ha decidido a favor de lo que piensa que es conveniente para él. […] Con el fin de prepararse a sí mismo para esta elección, estudiará las ideologías más importantes como fenómenos históricos; estudiará la ciencia como un fenómeno histórico, y no como la sola y única forma razonable de acercarse a los problemas”.7

Claro que este hombre libre que propone Feyerabend sólo puede existir sobre la base de un ciudadano informado. En ese sentido es importante recalcar su temprano llamado de atención respecto de la necesidad de pensar seriamente en los vínculos entre el desarrollo científico-tecnológico y el ejercicio de la democracia; esto incluye fundamentalmente el papel que les cabe a los expertos, el rol de la educación, la comunicación y la divulgación de la ciencia.

Luces y sombras en su pensamiento

El pensamiento de Feyerabend continúa estimulándonos en muchos aspectos. Seguramente su mayor virtud sigue siendo su incitación a la crítica. Todo conocimiento debe ser evaluado críticamente, sometido a competencia con otros puntos de vista alternativos. Incluso en la ciencia, sostiene Feyerabend, el progreso exige a veces oponerse a lo que se considera racional. A través de la discusión de Galileo con los aristotélicos acerca del movimiento de la Tierra, Feyerabend ilustra cómo lo que se considera racional resulta a menudo de la aceptación de viejos dogmas que sólo pueden ser derribados oponiéndoles interpretaciones alternativas. En aquel momento la “razón” favorecía a los aristotélicos que negaban el movimiento de la Tierra esgrimiendo el argumento de la torre, basados en la única teoría física vigente, la de Aristóteles. Dicho argumento consistía en suponer que, si la Tierra se mueve, un objeto arrojado desde lo alto de una torre no debería caer verticalmente al suelo, sino que trazaría una parábola. Galileo explica que la razón por la cual se percibe sólo el movimiento de la piedra que cae verticalmente hacia el centro de la Tierra es porque el otro movimiento común a la torre, a la Tierra y al observador es imperceptible.8 Aquella experimentación, que en principio significaba una refutación del sistema copernicano, cuando es reinterpretada por Galileo desde una nueva ontología o noción de movimiento, deviene en una validación de este. De esa forma, Galileo instituyó una nueva racionalidad, opuesta a la vigente. El debate no fue entre la “razón” (Galileo) y el oscurantismo (los aristotélicos), sino entre dos formas rivales de entender lo que debía aceptarse como racional.9

Pero también hay sombras en el pensamiento de Feyerabend. Es extremadamente peligroso alentar una idea de libertad (mal) entendida como la concesión de igualdad de derechos, de posibilidad de acceso a la educación y a otras posiciones de poder a todas las tradiciones culturales, independientemente de cuáles sean sus principios y valores. Asimismo, lo son las posibles consecuencias de su afirmación de que, así como se separaron iglesia y Estado, el siguiente paso en el camino de la emancipación debería ser separar ciencia y Estado y en consonancia con esto su afirmación de que los padres deberían tener derecho a decidir en qué tradición cultural o de conocimiento serán educados sus hijos. Del mismo modo que el Estado no puede imponer una religión, según Feyerabend, tampoco debería imponer la enseñanza de la ciencia, que es una forma de conocimiento, pero no es la única. Esta idea es peligrosa no solamente porque un país que abandone la enseñanza de la ciencia hipoteca su futuro y se vuelve dependiente de los avances científico-tecnológicos que se realizan en el exterior, sino porque podría dar lugar a dejar de enseñar la que se considera la mejor forma de conocer la realidad, la más fiable, la mejor contrastada, la que hace mayores progresos y, precisamente, la más autocrítica.

Las propuestas de Feyerabend, muchas veces presentadas por él mismo en forma extravagante, han sido tomadas en ocasiones en forma deshonesta para defender ideas fraudulentas, supersticiones o especulaciones sin confirmar. Así lo hacen los verdaderos enemigos de la ciencia, defensores de la anticiencia y la seudociencia, contrariando su espíritu opuesto a todo dogmatismo y a favor del pluralismo y el pensamiento crítico.

María Laura Martínez es profesora adjunta de Historia y Filosofía de la Ciencia de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de la República.


  1. Feyerabend, P. (1995/1985). ¿Por qué no Platón? Madrid: Tecnos: 155. 

  2. Feyerabend, P. (1986/1975). Tratado contra el método. Esquema de una teoría anarquista del conocimiento. Madrid: Tecnos: 1. 

  3. Feyerabend, P. (1988/1978). La ciencia en una sociedad libre. Madrid: Siglo XXI: 147. 

  4. Feyerabend, P. (1986/1975). Tratado contra el método. Esquema de una teoría anarquista del conocimiento. Madrid: Tecnos: 29. 

  5. Ibid: XVI. 

  6. Ibid: 303. 

  7. Ibid: 303-304. 

  8. Ibid: 66-78. 

  9. Diéguez, A. (4/11/2022), ¿Traidor a la verdad? No, Feyerabend no ha sido el peor enemigo que ha tenido la ciencia