El filósofo inglés John Austin (1970) describe los enunciados lingüísticos llamados performáticos como aquellos que, por el mero hecho de ser dichos en voz alta, instalan una realidad. Cómo hacer cosas con palabras se llama su libro. Entre los enunciados más habituales de este tipo, se encuentran “los declaro marido y mujer” en la iglesia, o el “no va más” de la ruleta. La colonización y la fundación de las ciudades han pretendido a través de estos enunciados fundadores apropiarse simbólicamente del Nuevo Mundo. Pero como prueba de que los enunciados por sí mismos no alcanzan, la autoridad militar colonial apoyó la conquista con escribanos y curas. Imposible olvidar a Colón de rodillas, o las solemnes misas fundadoras de las ciudades latinoamericanas, que emocionadas evocaban a reinas y reinos lejanos.

Los festejos de los 300 años de fundación de la ciudad de Montevideo han generado un interesante debate. Más allá del acto militar de control territorial, del acta notarial o el plan urbano que pretende fundar derechos, o de la misa católica que reduce y convierte almas, el surgimiento y consolidación de un centro poblado es indudablemente un proceso. En este proceso falta aún considerar algunos protagonistas para completar la humanidad de la geografía montevideana. El debate sobre el surgimiento de una ciudad no puede quedarse de rehén de ningún enunciado performativo fundacional (jurídico, militar, urbano o religioso). Los historiadores ya han advertido sobre los límites y peligros de las interpretaciones centradas puramente en los eventos puntuales, en detrimento de la mirada más ecuánime de los procesos de larga duración.

Todos los años de independencia de nuestra nación no nos aseguran aún una reflexión totalmente descolonizada sobre nosotros mismos. En muchos temas continuamos alienados en las retóricas coloniales que ordenaban nuestra existencia entre salvajismo y civilización, o en medio de la lucha de los imperios. El odio posmedieval al salvaje creó la imagen ilusoria del descubrimiento de América como si el siglo XVI fuese una página en blanco (Todorov, 2010). Cuanto más europea la nación, más invisibles han sido los pueblos nativos (los indios). Las fronteras, que tanto atormentaron nuestra identidad, parece que no eran esa larga línea recta con imperios contiguos a la que referían los diplomáticos. En realidad, los europeos fundaban y consolidaban “plazas fuertes” en medio de “desiertos” controlados por indígenas, que les exigían a los colonizadores tributos por la extracción de los recursos naturales (ganado, palo Brasil) (Erbig, 2013).

Buscando descolonizar un poco el debate e independizarlo de la ilusión de una única madre patria, vale la pena hablar un poco de indios y portugueses. Porque indios y portugueses parecen haber tenido siempre un interés legítimo en esta bahía que era apenas la entrada a un territorio sin metales preciosos. La tardía fundación española de Montevideo no fue ningún acto de amor, ni por el territorio ni por su gente. Todos sabemos que a Zabala lo obligaron a fundar.

En esta ocasión, y buscando ampliar la dimensión comprensiva del término proceso, parece interesante revisar algunos antecedentes de la fundación de Montevideo. Conviene recordar que nuestro territorio estuvo habitado por grupos humanos desde hace al menos unos 13.000 años. En el estricto espacio del departamento capital, en toda la costa (de Carrasco al Cerro) sobre el río Santa Lucía, el arroyo Manga, Punta Espinillo y en otros varios lugares, abundaban testimonios arqueológicos de la presencia de aquellos pueblos, muchos de los cuales son hoy parte del acervo del Museo Nacional de Antropología (Mata, 2011). Los españoles de Buenos Aires buscaron tener un vínculo útil y correcto con los nativos de Montevideo, para que los alertaran de la presencia portuguesa y eventualmente, colaboraran con la extracción de ganados y cueros. Para eso les reconocían derechos naturales sobre la tierra y sus riquezas. Esos pueblos indígenas que habitaban Montevideo antes de Montevideo, eran los que los jesuitas llamaban guenoas y los españoles (y portugueses) minuanos (por la deformación de la voz guinoanos) (López Mazz y Bracco, 2010). No eran los charrúas. Estos guenoa/minuanos tenían, desde la fundación de Colonia del Sacramento en 1680, mejor relación con los portugueses, quienes debían asegurar el tránsito por la costa hacia Brasil, y en la medida de lo posible apropiarse también del ganado existente, a través de “vaquerías” (arreadas/tropeadas).

En 1683, el gobernador Herrera desde Buenos Aires y ante la presencia de un navío francés en Montevideo, da instrucciones al capitán Navarro de dirigirse al Santa Lucía “hasta ponerse en derechura hasta la dicha ensenada de Montevideo […] y porque tiene entendido que por aquellas campañas andan vaqueando cantidad de indios de la nación guaynoa y otros sus aliados, se informará así mismo si con dicho navío han tenido alguna comunicación, rescate, o dándoles carne, hecho alguna corambre”.1

En 1720, en un memorial de José García Inclán, se señala que “desde el puerto de Montevideo al norte hay más de 300 leguas de campañas, todas estas, y las sobredichas despobladas; desde que se descubrieron, sólo hay infieles amigos de los españoles de 4 o 5 naciones que son binuanes, charrúas, bojanes y aroes, y otros, que en todos llegarán 3.000 indios flecheros, dichas campañas crían mucho ganado vacuno. La nación de más fuerza que domina dichas campañas es la de los binuanes [….]. Uno de dichos capitanes nombrado Olayá es de los más valientes de ellos. Ha estado en Buenos Aires en tiempo que gobernaba el almirante general don Manuel de Velazco, quien le agasajó y dio un título que pidió de capitán, por decir era súbdito de España, y lo propio ejecutó después que entró a gobernar el mariscal de campo don Bruno Zabala, y en esta consideración, sería conveniente se mandase al gobernador que fuese de dicho Montevideo que a estos indios se agasajen y traten con suavidad, encargándoles a sus capitanes celen las campañas y costas del mar, y que aportando algún bajel a ellas, vengan luego a dar parte sin embargo de las partidas que saldrían de Montevideo a dicho efecto”.2

Zabala (1721) en respuesta a la propuesta de García Inclán, contesta: “De las cuatro o cinco naciones que expresa don José Inclán habitan en las campañas septentrionales de este río se ofrece decir a vuestra Majestad que sólo llega a los parajes de Maldonado y Montevideo la de los minuanes, que según noticias ciertas, no exceden los ochocientos. Estos, sin ninguna diferencia son de la propia naturaleza e inclinación que todos los demás indios que viven sin sujeción y obediencia, pertinaces en su infidelidad, aplicados al que les suministra o franquea aguardiente tabaco y yerba, sin distinción de nación. Añadiendo a Vuestra Majestad, que en varias ocasiones se ha experimentado la oposición que estos indios a algunas partidas que han marchado de mi orden a Montevideo, cuyo atrevimiento me ha precisado prevenir a los destacamentos que frecuentan a las corredurías, que si intentasen o demandasen en alguna resistencia, les hagan fuego para castigarlos [….] como también si reconociesen estar empleados en hacer cueros, los que no pueden facilitarlos a otros que a los portugueses, quienes los han ganado a su devoción, porque se hallan gratificados con las dádivas que les complacen, al paso que es dificultoso de conseguirlo de nuestra parte si no es a costa de mucho dinero”.3

La memoria de la colonización que estamos escribiendo en el siglo XXI precisa un giro étnico. Porque, y además de todo, recordar es también una forma de reparar.

En 1723, el gobernador de Colonia del Sacramento, cuando se aprestaba a ocupar y fortificar Montevideo, señala que “también me parece bien si podemos agregar a nosotros a los minuanes e incitarlos contra los tapes, favoreciéndolos. Les mando varias bagatelas para ese efecto y quiera Dios que se consiga”.4 Saltearse a los portugueses del proceso histórico, que bautizaron la bahía antes de la ciudad, es recortarlo. Y recortar a los guenoa/minuanos puede ser una manera de maquillar la historia del lugar. Hablar de la fundación de Montevideo sin hacer referencia a estos protagonistas del proceso de conquista y colonización europea es como matar un par de protagonistas en la introducción de la novela.

A pesar de los contactos formales e intermitentes con españoles de Buenos Aires y portugueses de Colonia, los minuanes fueron soberanos en esta bahía. Tenían contactos frecuentes con los peninsulares, pero también con ingleses, daneses, holandeses y franceses. Completaba el panorama una masa de mestizos locales que vivían con ellos, llamados “cimarrones” (luego “vagos”, “mal entretenidos”, “changadores”, “gauchos”) que resultaron agentes claves para la instalación europea.

La presencia organizada de españoles a partir de 1724 incomoda a los minuanes que protagonizan refriegas, descritas como delitos (robos, asaltos, etcétera), pero que fueron verdaderos actos de resistencia. Si no queremos olvidar a estos habitantes originarios de nuestra ciudad que huele a mar, tendremos que rever algunas fechas del proceso histórico.

El 22 de marzo de 1732 se consagra la “Paz de los indios Minuanes. (…) concurrieron dos caciques minuanos con treinta indios, y entre los dichos un capitán que se llama Agustín Guitabuiabo y el capitán Francisco Usa, conducidos por el alférez real de esta ciudad, Juan Antonio Artigas, con quienes se trató, y ajustó la paz por decir estos ellos traían la facultad de los demás caciques como así lo afirmo el miso Alférez Real y habiéndose dado a entender los siete capítulos, contenidos en la instrucción de su Excelencia consistieron en todo, menos en el capítulo sexto (relativos a unos caballos) […] y en todo lo demás lo aceptaron […] y que de aquí en adelante vivirían con los españoles como hermanos […] procuraran de hoy en adelante enmendar y más ahora que su Excelencia les empeña palabra de castigar los españoles que los agraviasen los cuales si ellos cogiesen los entregaran al Capitán comandante […] y que si alguno de sus indios ofendiese a los españoles que su Excelencia los castigue […] lo cual ofrecen los dichos caciques y capitán, por sí y en nombre de los otros caciques como que traían de ellos la facultad […] y dichos capítulos exceptuando el sexto, vuelven de nuevo a decir que los guardarán y cumplirán sin faltar a cosa alguna y esto lo juran levantándose los dichos caciques y cogieron por la mano primero al capitán comandante y le pusieron la mano derecha en el pecho izquierdo al dicho capitán y luego hicieron la misma ceremonia con los diputados y demás españoles que se hallaron presentes y, acabada esta ceremonia, se les regaló a todos ellos con yerba, tabaco, cuentas, cuchillos y frenos a los caciques y capitán con sombreros y bastones y bayeta de forma que quedaron todos muy contentos y satisfechos y nosotros los diputados y comandantes les juramos en nombre de su Excelencia de cumplirles y guardarles todo lo contenido en dichos capítulos”.5

Entonces, ¿se podría celebrar el 22 de marzo de 1732? El significado de esa paz y de esa fecha son claves, y aún no han sido justamente valoradas. Esta paz minuana estaría consagrando la aceptación de la presencia española en Montevideo. Este hecho tiene una fuerza simbólica análoga a la del Día de Acción de Gracias cuando los nativos de Norteamérica llevaron alimentos a los primeros colonos ingleses que se morían de hambre.

Poco dura la paz, los caciques Betete y Carapé se refugian en las sierras de Maldonado y, en 1751, luego de varios actos más de resistencia (catalogados siempre como robos y asaltos) sale de Montevideo una expedición de militares, vecinos y guaraníes católicos (enemigos jurados de los minuanos) en busca de los caciques rebeldes. Les dan alcance en el río Tacuarí donde ocurre una gran matanza y termina definitivamente la Paz Minuana. Aunque los minuanes poco a poco son corridos a la frontera del río Negro, siguen mostrándose en Montevideo en 1770, donde vienen a vender caballos, bolsos de cuero de jaguar, plumas de ñandú y otras mercaderías que interesaban a colonos y extranjeros.

La ocupación territorial y el desplazamiento forzado terminó expulsando a los caciques minuanos hacia el sur de Brasil en los últimos años del siglo XVIII. Olvido y memoria se establecen identidad recíprocamente en la historia minuana. Nuestros museos indígenas se han transformado en tristes depósitos de bellezas muertas. La memoria de la colonización que estamos escribiendo en el siglo XXI precisa un giro étnico. Porque, y además de todo, recordar es también una forma de reparar.

José López Mazz es antropólogo.

Referencias

Austin, J. 1970. Quand dire c´est faire. Seuil, Paris.
Erbig, J. 2013. Entre Plazas y Tolderías. Mapas, nómades y territorio en el Río de la Plata (1700-1805). Conferencia, Ceisal.
López Mazz, J.M. y D. Bracco. 2010. Minuanos. Apuntes y notas para la historia y la arqueología del territorio Güenoa/Minuán. Linardi y Risso, Montevideo.
Todorov, T. 2007. La conquista de América. La cuestión del otro. Siglo XXI, México.


  1. A.G.I. Escribanía de Cámara 884. Averiguaciones y pesquisas hechas por don Antonio de Vera y Mujica sobre procedimientos del gobernador Herrera respecto de la arribada de un navío francés, año 1686. A.G.N.A. Tribunales expediente 4. Auto del gobernador Herrera. Buenos Aires, 8 de noviembre de 1683. 

  2. A.G.I., Charcas, 237. Memorial de don García Inclán. Remitido al Consejo el 8 de diciembre de 1720. 

  3. A.G.I., Charcas, 264. Zabala al Rey. Buenos Aires, 2 de setiembre de 1721. 

  4. Revista del Archivo General Administrativo, dirigida por P. Mascardó, Tomo 1, p. 36. Cata del Gobernador Ayres de Saldanha al Gobernador de Colonia Pedro Vasconcellos. Archivo General de la Nación, Imprenta Siglo Ilustrado, Montevideo. 

  5. Archivo Artigas. Comisión Nacional Archivo Artigas, 1950-2001. Tomo 1, pp.70-71.