Cuando vi la noticia, lo primero que pensé fue: ¿será mi Punta Colorada? Ayer de mañana, conversando con una compañera sobre lo ocurrido, intentando romper el silencio, compartir el dolor, la impotencia, la bronca, me comentaba lo mismo. Sus palabras dan vueltas en mi cabeza desde entonces. Ella me explicaba que, como en los portales no se referían a “Punta Colorada al lado de Piriápolis”, ni mencionaban el departamento de Maldonado, repasaba en su cabeza buscando otro lugar que se llamara igual. Una especie de recurso inconsciente y desesperado de desplazamiento: por favor, que esto nos sea ajeno. Que no tengamos que amanecer con este dolor. Tiene que haber otra Punta Colorada que esté lejos, bien lejos, lo más lejos posible. Tiene que haber un lugar tan horrible, tan ajeno, tan distante, en el que sea posible que un femicida mate a una mujer de un tiro en la cabeza porque sí, porque se cree con derecho a hacerlo, porque lo habita la impunidad y la violencia del patriarcado. Que la mate aunque ella acabara de denunciarlo apenas un ratito antes. Que la mate, justamente, por haberlo denunciado. Por enunciar la violencia. Por decirla. Por ponerle palabras. Por intentar poner un límite al asedio. Por pedir ayuda. Por recurrir al Estado. Por hacer lo que nos dicen que tenemos que hacer para que no nos maten.

Tiene que ser lejos de acá esa impunidad. No nos puede estar pasando. Pero sí, es acá cerquita, a unas cuadras de donde escribo estas líneas llenas de bronca y de dolor.

Es acá en nuestra comunidad, en nuestro barrio. Donde nos conocemos todxs. Donde sabemos quién es el vecino de la casa de techo azul de la esquina, dónde trabaja la vecina de la otra cuadra, de quién es la perra negra de collar rojo que anda suelta molestando.

Una vez más el horror y la impunidad de la violencia machista. Una vez más los portales de prensa con la ironía propia del poder que ostentan. Una vez y otra vez la duda, la desconfianza y el juicio sobre nosotras. Que si era la primera vez que lo denunciaba, que si hacía mucho o poco que lo conocía, que si fue por Instagram, que si le ofrecieron custodia y no la quiso.

Tiene que haber otra Punta Colorada que esté lejos, bien lejos. Tiene que haber un lugar tan horrible, tan ajeno, tan distante, en el que sea posible que un femicida mate a una mujer de un tiro en la cabeza porque sí.

Otra vez nos mataron. Otra vez. Otra vez el Estado estuvo ausente. Otra vez no se hacen cargo. Otra vez tenemos la culpa de que nos partan la cabeza de un tiro.

Esa “mujer de Punta Colorada” de la que hablan los portales es Karina. Nuestra vecina. La que avisaba en el grupo de Whatsapp de lxs vecinxs de Punta Colorada que la perra negra de collar rojo que andaba molestando por ahí era mía, cuando alguien preguntaba. Karina, la que me mandaba fotos de sus cachorros, o se preocupaba por los perros abandonados en el barrio.

Tendría que ser lejos, bien lejos. Pero es acá. Tendríamos que poder decir mucho pero estamos paralizadas, impactadas, shockeadas, cansadas. Tendríamos que salir a prender fuego todo pero apenas nos animamos a romper el silencio sórdido que se produce cuando ocurren estos hechos. Tendríamos que estar todas, pero nos faltan muchas. Tendríamos que ser prioridad para el Estado pero no lo somos.

La Ley 19.580, Ley de Violencia Basada en Género hacia las mujeres, no sólo no cuenta con presupuesto para ser ejecutada sino que además es cuestionada con la excusa de las “denuncias falsas”, aunque estas representen un número insignificante en las estadísticas. Aunque estemos asistiendo a un femicidio tras otro.

Somos nosotras. Es acá. Es nuestra Karina. Es nuestra comunidad. Es nuestra Punta Colorada. Nos siguen matando.