Novosseloff también se especializó en la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y en sus misiones de paz. Además es investigadora en el centro Thucydide, dedicado a las relaciones internacionales en la Universidad de París II. Junto con Neisse también realizó varias exposiciones de las fotos que tomaron juntos de los muros de distintos lugares.

-El libro Muros entre los hombres fue publicado en español en 2011. ¿Hoy sigue trabajando el tema?

-Sí. Porque estamos terminando una edición nueva, que se publica en setiembre. También va a salir en versión digital.

-¿Cómo se les ocurrió trabajar este tema?

-Fue un proyecto muy personal. A partir de una charla que tuve con uno de mis mejores amigos [Neisse], que había estado en el Sahara Occidental. A los dos nos gustan la fotografía y los viajes, y nos interesan las relaciones internacionales. Había ido a verlo al Sahara Occidental y empezamos a viajar en 2005, en un momento en que la gente no estaba para nada interesada en este tema. Publicamos la primera versión [en francés] a finales de 2007 y la opinión pública se empezó a interesar en el tema recién en 2009, cuando se celebraba el 20º aniversario de la caída del muro de Berlín [en 1989]. Nos interesa el mundo, la geopolítica y la realidad en la que vivimos, pero además nos interesa entender un mundo que no siempre vemos a primera vista: las fracturas en lugares poco conocidos. Claro que en el libro está Palestina, que todo el mundo conoce, pero también hay otros lugares [como la línea verde que divide Chipre, el muro que cruza el oeste del Sahara o el de la frontera entre India y Pakistán].

-¿Al trabajar este tema se les derrumbaron preconceptos?

-Partimos, en algunos casos, de la idea de que ciertos lugares eran peligrosos y descubrimos que no lo eran. Lo que hicimos fue estudiar cada uno de los casos de muro como tal, por separado, y luego intentamos hacer un análisis común, establecer cuáles son las grandes tendencias que se desprenden de este fenómeno. En paralelo, mientras estábamos en el proceso de elaboración del libro, se iban multiplicando los muros.

-¿Están en desarrollo?

-Sí, desde entonces no han dejado de construirse. Por eso, por momentos nos superó un poco el éxito del libro. No habíamos imaginado que era un tema que podía interesar a tanta gente desde hace tanto tiempo. Desde 2007 no dejamos de recorrer el mundo para presentarlo. Incluso el año pasado hicimos una gira por Argentina.

-¿Cuál suele ser el objetivo de muros como los que visitaron?

-Es variable, pero muchas veces tienen un objetivo de seguridad, son una respuesta al miedo al otro. En un momento le tenemos miedo al extranjero, al inmigrante, al pobre, de ahí parte el muro.

-¿Cuál es el resultado al que se llega?

-La conclusión general del libro es que si se construye un muro en busca de seguridad, ese objetivo se puede conseguir en un primer momento, pero a largo plazo el muro sólo envenena la situación, no resuelve el problema que motivó su construcción. A largo plazo el muro lo agrava, porque se suma como un problema más y aleja la solución.

-No sólo visitaron muros nuevos, también visitaron muros más antiguos. ¿Qué pueden decir de esas
construcciones?

-Lo que concluimos es que el movimiento de los hombres, a largo plazo, siempre le gana al muro. La historia demostró que hasta los mayores muros, como la muralla de China, se derrumbaron o fueron esquivados.

-Entre los más recientes, hay dos de los que se habló hace poco: el de Serbia y el de India.

-El que está entre India y Bangladesh está casi terminado, porque está en obras desde 2005. El de Serbia, en realidad, es el muro de Schengen [el tratado que rige la libre circulación de personas en Europa], porque todos los Estados que están en la frontera del espacio Schengen se están amurallando. Fue el caso de Grecia, después siguió Bulgaria -donde empezaron con 30 kilómetros y van a seguir-, están Hungría, Serbia, etcétera.

-¿Dónde está el muro griego?

-Entre Grecia y Turquía hay un río, salvo en 12 kilómetros de frontera terrestre. Allí construyeron un muro de alambre de púas en 2011, porque los migrantes pasaban por ahí en lugar de hacerlo por el río, que es muy caudaloso.

-¿Qué dicen las autoridades europeas?

-El discurso es un poco ambiguo. Por ejemplo, en el caso del muro en Grecia, que se construyó en plena crisis financiera, Atenas le pidió ayuda económica a Bruselas, que le respondió: “No, no los vamos a ayudar porque consideramos que construir un muro no es útil”. Sin embargo, apoyaron con recursos la detención de migrantes, etcétera. La Unión Europea tiene un problema con la inmigración, hay miedo ante la llegada masiva de inmigrantes.

-¿En la actualidad la mayoría de los muros se construyen para frenar la inmigración?

-Sí, la mayoría. Pero no sólo para eso. Uno de los últimos muros que se están construyendo es el que está entre Arabia Saudita e Irak. El proyecto es antiguo, pero lo aceleraron hace seis meses [debido al avance de la organización jihadista Estado Islámico en Irak]. Allí se trata también de inmigración, pero sobre todo de seguridad, para evitar que se cometan atentados del otro lado de la frontera.

-¿Me puede dar algún ejemplo de consecuencias concretas en el tejido social que tuvieron algunos muros?

-Las zonas fronterizas suelen ser zonas de ricos intercambios. Ahí está la contradicción, porque el muro dificulta la circulación, dificulta que la gente de un lado y del otro pueda reunirse. Eso separa familias y la gente ya no tiene un intercambio tan bueno como antes.

-Decía que un muro empeora la situación, ¿me puede dar un ejemplo de esto?

-En Palestina empeoró los problemas, porque rodea a los grandes bloques de colonias y hace que esa colonización sea más permanente. A la colonización se suma el muro. La paradoja es que como la gente se siente resguardada por los muros, eso le impide superar sus miedos. Por ejemplo, en Belfast [ciudad de Irlanda del Norte en la que hay 99 muros que aún separan las zonas protestantes de las zonas católicas, desde la época del conflicto que se extendió desde 1968 a 1998], la gente no quiere que se destruyan los muros porque se acostumbraron a su presencia. Se imaginan que si se los tira abajo, al día siguiente les van a tirar piedras como ocurría en el pasado. La gente se estanca en el miedo al otro, y cuanto más pasa el tiempo, más arraigada queda la división.

-¿Cuál es la postura oficial de la ONU?

-Oficialmente está en contra. La Corte Internacional de Justicia condenó el muro en Palestina. De hecho, en los alrededores de la mayoría de los muros que visitamos hay operaciones de paz en curso. Es el caso del Sahara Occidental, Chipre, Palestina, Cachemira; en esos cuatro muros, la ONU está presente. Oficialmente, en Corea no hay una operación de paz, pero sí hay un despliegue militar. La ONU intenta hacer lo mejor, pero no puede hacer la paz en contra de la gente.

-¿Por qué cree que crece la necesidad de construir muros?

-Son varios los factores. Por un lado, hay autoridades políticas que no le dicen la verdad a la gente. Se construye sobre los miedos instintivos a lo desconocido. Los inmigrantes son vistos como una amenaza, y los políticos, en lugar de explicarle a la gente que no van a sacarle su trabajo ni a hacerle daño, se aprovechan de esos miedos. Se nota en Europa; adoptan un discurso cercano a la ultraderecha en vez de explicar la realidad. También ocurre que a la gente le cuesta asimilar la globalización, no la entiende. Eso asusta y genera una reacción de repliegue hacia las fronteras conocidas. Quieren marcar su territorio y reforzar esos límites. Así se construyen muros en las fronteras, para hacerlas visibles.