Durante 2020, Miguel Nicolelis lideró el equipo de científicos que asesoró a los nueve gobernadores del nordeste de Brasil sobre las medidas para enfrentar la pandemia de covid-19. Este investigador en neurociencia y docente de la Universidad de Duke, en Estados Unidos, se formó en sus inicios como epidemiólogo en la Universidad de San Pablo. Justamente, desde San Pablo, una de las ciudades de Brasil más afectadas por la pandemia, ha hecho llamados a tomar medidas para frenar la expansión del coronavirus.

Hace tres meses, propuso públicamente la creación de un comité nacional de respuesta a la pandemia, una iniciativa que algunos gobernadores presentaron al gobierno de Jair Bolsonaro. Finalmente, se creó un comité “sin representación alguna, sin científicos, sin gobernadores, sin alcalde, sin representantes de la sociedad brasileña”, integrado sólo por el presidente, el ministro de Salud, el presidente del Senado y el de la Cámara de Diputados. Para Nicolelis, ese comité fue “una farsa”, en un momento en que la crisis sanitaria en Brasil es comparable con “un reactor nuclear fuera de control”.

¿Cuál es la situación actual de la pandemia de covid-19 en Brasil?

Es crítica. Es el peor momento de la pandemia, una situación que está fuera de control de las autoridades brasileñas. Se la puede comparar con un reactor nuclear fuera de control. Nosotros, los científicos brasileños, tenemos una sorpresa inconmensurable, porque antes de la pandemia se esperaba que Brasil pudiera estar mucho mejor en términos de preparación, de respuesta. Lo que sucede es la peor tragedia de la historia brasileña.

¿En la comunidad científica hay un consenso sobre cómo se debería actuar frente a esta crisis?

Hay un consenso claro. El país necesita inmediatamente un lockdown, un cierre nacional. Inmediatamente. Por lo menos por 30 días. Se necesita cerrar el tráfico en las carreteras, el espacio aéreo. Necesitamos aumentar las dosis de vacunas diarias a dos o tres millones. Hay que aumentar dos o tres veces las dosis diarias.

¿El problema es la falta de dosis o que se necesita hacerlas llegar a la población?

El pecado original es la inercia del gobierno federal en adquirir las vacunas en octubre o noviembre del año pasado. Teníamos una propuesta de Pfizer de vender a Brasil 70 millones de dosis inicialmente, para el primer semestre de este año, y el gobierno brasileño rechazó la oferta sin discutir con nadie, por sí mismo. Esta decisión es una de muchas en las que el gobierno demostró su total incompetencia para manejar la crisis. Hoy [por el jueves] tenemos la noticia en la prensa brasileña de que tanto el instituto Butantan como el instituto Fiocruz están sin insumos para producir vacunas. Por una semana Butantan estará sin insumos; está paralizada la producción en uno de los dos mayores institutos que elabora vacunas en Brasil.

¿En este aspecto incidió la gestión del excanciller Ernesto Araújo, que dejó el cargo acusado de dificultar, por diferencias ideológicas, las negociaciones con países proveedores de vacunas?

El ministro fue un desastre completo, el peor de la historia de Brasil. Los diplomáticos de Itamaraty son claros, hablando como la prensa, en que este ciudadano tenía una incompetencia total. Contribuyó decisivamente a la crisis de vacunas, al igual que el ministro de Salud [Eduardo Pazuello, también apartado del cargo], que era un general del Ejército sin ninguna experiencia en asuntos de salud. Esto fue una tragedia anunciada.

Hubo alertas de diferentes instituciones científicas que no se escucharon.

Sí, desde el inicio de la pandemia. No había ninguna intención del gobierno federal brasileño de escuchar las recomendaciones de las instituciones científicas.

En cuanto a las medidas de cierre, usted ha dicho que las que se tomaron en Brasil no fueron acertadas, y mencionó como ejemplo de buenas medidas las de Reino Unido, entre otras. ¿Cómo sería un cierre de la actividad acertado en Brasil?

Brasil necesita de un lockdown para ayer, nacional, rígido, con todas las interrupciones de flujos humanos que se han hecho en Israel, en Gran Bretaña, en los países europeos. Esto necesita implementarse hoy para tener una chance de enfrentar un nivel de muertes que puede llegar a 8.000 o 9.000 por día.

Los ejemplos que usted pone son de países desarrollados, y se sabe que muchas veces esas estrategias de confinamiento golpean más a los sectores más pobres. En Brasil, que es un territorio desigual socialmente, ¿cómo piensa que puede impactar una medida de ese tipo? ¿Por cuánto tiempo debería tomarse? Usted hablaba de un mes.

Por eso es que todos los científicos brasileños defendemos una ayuda financiera del gobierno federal para todos los ciudadanos cuyas rentas se encuentran por debajo de cierto nivel. Es una posición unánime de la comunidad científica de Brasil. Es posible realizar un lockdown en países como Brasil. Es un mito que no se puede. Se puede. Pero se necesita una decisión política, un liderazgo que pueda entender las demandas del pueblo, que tome las decisiones necesarias para liderar un esfuerzo nacional. Lo que está ocurriendo no tiene comparación con ningún evento de nuestra historia. El problema es que no tenemos un liderazgo nacional dispuesto a hacer lo que se necesita, y eso puso a Brasil de rodillas. Hace falta cerrar por 30 días todas las actividades que no sean las esenciales para mantener la distribución de alimentos, de energía, lo necesario para la supervivencia de la población. Pero tiene que haber un bloqueo del flujo humano entre territorios, entre estados, para evitar que el coronavirus se expanda. Nosotros hemos mapeado las 23 carreteras nacionales más implicadas en la transmisión del coronavirus por todo el país. Esto es un dato público. Es necesario mantener a la población en su casa, pero también bloquear los flujos por esas arterias.

¿Dónde se encuentran esas 23 carreteras? ¿En qué estados están concentradas?

Están distribuidas en todo el país, pero la ciudad que tiene mayor impacto es San Pablo. Es el mayor centro de conexión de carreteras y allí está el mayor aeropuerto internacional del país. En las primeras fases de la pandemia San Pablo fue la ciudad que más diseminó el coronavirus por todo el país. En las primeras tres o cuatro semanas, en marzo de 2020, San Pablo fue responsable de 85% de la diseminación de los casos.

¿Cómo incidieron la actitud y la estrategia del gobernador del estado de San Pablo, João Doria (del Partido de la Social Democracia Brasileña), que tomó distancia de la postura de Bolsonaro?

El gobernador de San Pablo era un aliado de primera línea del presidente de Brasil. Después, con la pandemia, hubo un distanciamiento. Pero la respuesta de San Pablo fue mediocre, del estado y de la ciudad de San Pablo, que tiene en su área metropolitana una población de 23 millones de personas. Recién ahora, en la segunda ola, al ver los hospitales con una ocupación mayor a 90%, tomó las medidas que los científicos pedíamos desde hace meses. Una diferencia es que el gobernador de San Pablo tiene un comité científico que lo asesora, pero es un político con aspiraciones presidenciales que enfrenta presiones muy grandes del sector productivo, económico y financiero del estado, y se decantó por estos lobbies económicos para tomar decisiones. Basta ver los números. Tenemos en San Pablo más casos de muertes que en muchos países europeos.

¿A qué conclusiones llegó el comité científico del nordeste?

Nosotros somos responsables de las recomendaciones a estos nueve gobernadores por cerca de un año. El nordeste tuvo las menores tasas de mortalidad en todo el país. De las cinco regiones brasileñas, pese a ser la más pobre –junto con la región norte, la Amazonia–, el nordeste tuvo la menor tasa de muertes por cada 100.000 habitantes. Durante la primera parte de la pandemia, hasta setiembre, tuvimos un papel central en las recomendaciones a los gobiernos locales, pero después de las elecciones municipales, cuando la segunda vuelta se materializó, en virtud de las campañas electorales, que promovieron aglomeraciones por todo el país, los gobiernos del nordeste disminuyeron su interés en escuchar a los científicos. En ese momento yo pedí desvincularme.

¿Cuáles fueron esas recomendaciones escuchadas que llevaron a una gestión exitosa?

Básicamente todo lo que describí que Brasil necesita hacer ahora. Se dispusieron cierres en grandes ciudades del nordeste, como San Luis, Recife, Fortaleza, ciudades de millones de personas. Creamos brigadas de salud, pequeños grupos de profesionales de la salud que se dirigían a las ciudades del interior para hacer test, ofrecer ayuda, posibilidades de aislamiento social, ayuda alimentaria. Creamos también toda suerte de herramientas, entre ellas la aplicación de celulares más exitosa de Brasil para mapear los casos de coronavirus, que se usó por todo el nordeste. Promovimos consultas de telemedicina en estas aplicaciones, y se dirigía a la persona a unidades básicas de salud. Esa era una coordinación logística que resultó en más de 200.000 consultas de telemedicina.

Al comienzo de la pandemia, cuando no se sabía demasiado se pensaba que iba a llegar un momento en el que se alcanzara una inmunidad natural. Brasil tiene tasas muy altas de diseminación del virus desde hace un año. ¿Se puede llegar a esa inmunidad o se está comprobando que eso no va a ocurrir?

No, yo no creo que ocurra. Porque tenemos claro el ejemplo de Manaos, donde en setiembre se tenía una tasa de inmunidad del orden de 76%, pero en diciembre el número de casos comenzó a aumentar. Y tuvimos la crisis de enero, que fue explosiva, debido a que teníamos una nueva variante del coronavirus en Manaos, la P1.

Durante la campaña electoral hubo alcaldes que ofrecían a la gente el llamado “kit covid”, con medicación que no está recomendada para la covid-19 y que presentaban como solución a la pandemia. ¿Esto sigue ocurriendo?

Continuó por meses. En particular en la ciudad de Natal, en Rio Grande do Norte. El alcalde [Álvaro Dias] es un médico, pero hasta hace unas semanas ha promovido este supuesto tratamiento preventivo que no tiene efecto alguno. Incluye cloroquina, ivermectina. Esto ha provocado un número enorme de pacientes intoxicados en la población. Yo creo que después de la pandemia, cuando se haga la verdadera autopsia de la pandemia brasileña, vamos a detectar un número espantoso de muertes generadas por medicamentos que no tienen ninguna acción en los virus: muertes por paros cardíacos, insuficiencia hepática, lesiones cerebrales... Una tragedia paralela por irresponsabilidad de alcaldes que insistieron en prescribir y diseminar estos medicamentos, que además de ineficaces son peligrosos si se usan fuera de las patologías para las que están indicados.

El crematorio de Vila Alpina, uno de los mayores de América Latina, está colapsado. [...] Un cementerio de la región norte de San Pablo, el segundo de la ciudad por su tamaño, tiene que cerrar sus puertas por una semana porque no tiene espacio.

Usted mencionaba el colapso funerario. ¿Ya hay indicios de saturación?

Por supuesto. San Pablo, la mayor ciudad de Brasil, tiene dificultad hoy para manejar los cuerpos. Tenemos en San Pablo los mejores cementerios de América Latina. Ayer [el miércoles] alcanzamos el límite posible de entierros. Hubo 420. Nadie imaginó que llegaríamos a este número. En el estado de San Pablo tuvimos 1.380 muertes por coronavirus dos días atrás. Esto es algo que ni la mayor ciudad de Brasil puede manejar. El crematorio de Vila Alpina, uno de los mayores de América Latina, está colapsado. Tiene capacidad para 60 o 70 cuerpos por día, y está con el doble o triple de la demanda diaria. Un cementerio de la región norte de San Pablo, el segundo de la ciudad por su tamaño, tiene que cerrar sus puertas por una semana porque no tiene espacio. Eso es algo que yo jamás podría haber imaginado hace dos años. Pero en diciembre, cuando las proyecciones matemáticas estimativas del potencial número de muertos en marzo empezaron a ser producidas por otros científicos, era claro que llegaríamos a este punto. Por eso el 4 de enero emití una alerta en las redes sociales y en la prensa brasileña diciendo que si no abrimos los ojos y hacemos un lockdown nacional ya mismo, en enero, no lograríamos disponer de los cuerpos. Hoy la tesis, desafortunadamente, se demuestra por todo Brasil.

Usted decía que va a llegar un punto en el que no va a haber féretros donde depositar los cadáveres. ¿Ya se está en ese momento?

El presidente de la asociación brasileña de empresas de féretros se manifestó hace dos semanas en esos mismos términos. Dijo a O Globo que la asociación tenía números según los cuales había en stock unas 100.000 urnas funerarias en Brasil, y que por causa del coronavirus el país necesitaba unas 400.000. Cuando el periodista le preguntó cómo se hace para cubrir esa demanda, le respondió que había un problema grave porque no se contaba con materia prima para construir 300.000 urnas funerarias en Brasil a corto plazo. No sólo estaban al límite de la capacidad de producción, sino que tenían materia prima para apenas un par de meses. El colapso funerario ocurre también en todo el estado de Rio Grande do Sul, en particular en Porto Alegre. Este es un drama impresionante. Antes de la pandemia Brasil tenía 100.000 muertes por mes. En marzo tuvo 175.000 muertes, y el número de nacimientos fue 222.000. Marzo fue el mes con menor número de nacimientos en relación con la cantidad de muertes en la historia brasileña: los nacimientos superaron las muertes por apenas 47.000. En promedio, los nacimientos superaban las muertes por 126.000, pero esa diferencia bajó a 96.000 en 2020 y a 47.000 en marzo. Según proyecciones, en abril, por primera vez en la historia, los números de muertes serán mayores que los de nacimientos. Es un efecto estructural de la pandemia que se puede sentir en diez o 20 años en el futuro.

Usted ha dicho también que las demoras en los enterramientos generan otros problemas sanitarios y ambientales.

Sí, es algo muy peligroso. Los ingenieros ambientales de Brasil están trabajando en esas estimaciones porque son muy graves: la contaminación del suelo con residuos orgánicos que contienen virus, bacterias, metales pesados como el plomo, que son producidos por la descomposición de las urnas, el material líquido que es producido por la descomposición orgánica del cuerpo, los lixiviados. Hasta hoy no sabemos cuánto el coronavirus puede sobrevivir en esos lixiviados, en los que otros virus sobreviven. Si no son dispuestos correctamente pueden contaminar la napa freática, que en Brasil alimenta los pozos de agua que utiliza gran parte de la población. Si se contaminan esas aguas en torno a un cementerio, eso es una tragedia, porque es un modo de contagio de tifus, tétanos y otras bacterias mortales. Esto ocurrió en otras pandemias de la humanidad.

Usted es epidemiólogo y en esta entrevista hablamos sólo de covid-19, pero hay otras preocupaciones sobre el impacto que esta crisis tiene en la población.

Sí, además de que esta crisis puede causar la muerte de un millón de brasileños para fines de 2021, es preocupante la desigualdad social, económica, la tasa de desempleo, que hoy es de 14% o 15%, pero la posibilidad de que ese porcentaje crezca es real. Entonces, la posibilidad de disturbios sociales generados por la pandemia por la falta de empleo, de ingresos, es también una cosa muy seria. También lo es la amenaza que el presidente de Brasil parece evocar todos los días. Es como si estuviese esperando una crisis social sin precedentes para decretar un estado de sitio. Tenemos la impresión de que puede intentar sacar ventaja de esta situación para crear un régimen de excepción en Brasil, y alterar el calendario político que culmina con las elecciones de 2022. Esta es una crisis que puede tener múltiples consecuencias sociales y políticas.