El principal lineamiento estratégico para la gerencia general de Alcoholes del Uruguay (Alur), asumida por el abogado Álvaro Lorenzo en octubre del año pasado, es mantener la producción de etanol y azúcar en Bella Unión.

Pese a que el subsidio estatal a la producción de caña de azúcar insume “30 millones de dólares anuales” y de que esta actividad puede verse afectada por la Rendición de Cuentas aprobada en noviembre del año pasado, que derogó parte del articulado de la Ley 18.195 de agrocombustibles, el gerente general de Alur sostuvo que la principal razón para mantener la producción de caña “es social”. “Aproximadamente 2.300 personas en Bella Unión, de 13.000, trabajan en la producción cañera”, informó.

El costo de producción de caña de azúcar en Bella Unión significó 1.500 dólares por tonelada para Alur en 2021, según se informó en la Rendición de Cuentas del año pasado. En Paysandú, donde se produce biocombustible en base a trigo y soja, significó 800 dólares. Según comentó el propio presidente de Ancap, Alejandro Stipanicic, en diálogo con En perspectiva, este sobrecosto recae en un sobreprecio de 1,5% de los combustibles, y por tanto consideró que “la producción debería modernizarse”.

Tras trazarse como objetivo aumentar la productividad y eliminar “la concentración” de productores, Lorenzo contó a la diaria que la principal tarea de su administración se logró cumplir: “firmar un contrato con los productores a cinco años”. La duración de este acuerdo permite a Alur “fijar antes la zafra”. “Mayo era un mes de mucha conflictividad y casi siempre se comenzaba en junio”, informó el gerente general de Alur. Tras dos años de romper récords en productividad, en 2021 y 2022, con unos 7.800 kilogramos de caña por hectárea, Lorenzo afirma que los resultados fueron fruto de un proceso que se inició para evaluar el rendimiento de los productores y así “actualizar algunos cálculos del subsidio prestado por la empresa estatal”.

“Este nuevo convenio tiene como finalidad producir caña a través de un modelo productivo que se base en 200 productores de 40 hectáreas, y no 40 productores de 200, ya que la eficiencia no está dada por la escala”, remarcó el gerente general de Alur.

Con los récords de productividad sobre la mesa, Lorenzo indicó que el aumento también se debe a la inversión en nuevas variedades de caña. La cantidad de hectáreas ocupadas por los productores de caña descendió de 11.000 a 7.000. La “eficiencia” de los productores se mide, según comentó el gerente, sobre “la productividad y no la extensión de tierras”.

Cuando la industria estatal azucarera inició un proceso de revisión de los productores asociados que no cumplieran con los parámetros de productividad, 25 de 72 quedaron bajo observación. Según informó el gerente general de Alur, dos predios quedaron fuera del subsidio de la empresa estatal, entre ellos el obtenido por los trabajadores organizados en la Unión de Trabajadores Azucareros de Artigas (UTAA), informaron a la diaria fuentes del sindicato.

Lorenzo dijo que al iniciar su gerencia se encontró con criterios que “no eran razonables”. Al elaborar una nueva definición sobre lo que es el “productor de caña”, el gerente general de Alur planteó que la escala mínima para “la estabilidad de la actividad” deberían ser 40 hectáreas. “El principal foco de la distribución de las semillas, lo que Alur subsidia para la producción de azúcar con materia prima nacional, debería encontrarse dentro de ese rango: antes financiamos hasta 150 hectáreas”.

La distribución de semillas, subsidiada por la empresa estatal, es “intermitente”. “La caña dura cinco años plantada, sólo 20% se renueva año a año”, puntualizó Lorenzo. Pese a este alivianamiento en la actividad y a que el proceso de eficiencia en los productores arrojó resultados “muy buenos”, el valor por kilogramo de azúcar, fijado en el acuerdo entre Alur y los productores, se estimó “de 23 a 25 pesos según el azúcar procesada de la caña”. “El costo aún es alto”, consideró Lorenzo.

Productores celebran el nuevo convenio

El presidente de la Asociación de Plantadores de Caña de Azúcar del Norte Uruguayo (Apcanu), Djelil Brysk, informó a la diaria que la gremial actualmente concentra 75% de la producción, y la extensión de tierras que poseen los 200 productores asociados promedia las 25 hectáreas. En ese sentido, el convenio es celebrado por los productores.

“El subsidio estatal favorece a los productores pequeños, ya que se calcula según algunas condiciones, como son los costos que les insume el flete, el riego y el arrendamiento. Se mide la productividad de la caña entregada y ahí Alur fija el precio. Los productores pequeños no pueden mantener la producción sin ayuda estatal”, sostuvo Brysk.

Como objetivo a largo plazo desde Alur se exploran “otras rutas de reconversión, como la stevia y la yerba mate, porque la idea no es reemplazar la caña con espárragos”, informó Lorenzo. Lo mismo sucede con la mecanización del personal. “Sabemos que la situación de los cortadores de caña es dura y zafral, pero Alur tiene que sostener su planta en Bella Unión por una razón política y social. No hay otra cosa de la que trabajar, y dadas las condiciones climáticas no todo el trabajo del corte se puede mecanizar, sólo de 40% a 45%. Con el corte manual se trabaja bajo lluvia y barro, las lluvias en Artigas han aumentado”, advirtió el gerente general.

Por su parte, el presidente de la gremial de productores sostuvo que los récords de productividad demuestran que en Bella Unión “se puede plantar caña de azúcar”. “El pasaje de una producción de 5.000 kilogramos de caña a 7.000 es la primera muestra de ello; la segunda es que el cambio climático en el norte se está volviendo más tropical y favorece a la caña”, afirmó.

Otra de las demostraciones para Brysk es la estabilidad de un contrato entre la gremial y Alur por cinco años, que convenció “a toda la zona de que la zafra tiene que comenzar en mayo y terminar antes del 30 de octubre”. “Lo logrado con el presidente [Luis] Lacalle Pou es inédito: regulamos las actividades hasta 2026, ya no hay más líos”, afirmó.

Sobre las mejoras en la materia prima, Brysk sostuvo que la incorporación de nuevas variedades de caña aumentó la velocidad de crecimiento y la maduración temprana, lo que también permitió iniciar la zafra más temprano y “aumentar el potencial en kilos de azúcar”. Según informó, esta nueva variedad implica la aplicación de fertilizantes como “potasio, urea y nitrógeno”.

Según indicó Brysk, una de las problemáticas que pesa sobre los productores es el “endeudamiento por Calnur” (ver nota vinculada), al igual que los costos “de los tres sistemas de riego, tanto colectivos como privados”. Asimismo, reconoció que la diversificación de la producción industrial, con la incorporación del biocombustible, fue uno de los factores que más sostenibilidad le brindaron al cultivo. “La caña se puede plantar, es nuestra idiosincrasia”, remarcó el oriundo de Bella Unión.

En cuanto a los sistemas de riego, en la actualidad existen tres sistemas privados y colectivos, según informó el gerente general de Alur, uno abocado a las chacras ubicadas en Colonia España, con 700 hectáreas bajo su sistema, otro de Calpica, ubicado a 30 kilómetros de Bella Unión, con 1.700 hectáreas, y Calagua, con 2.500. El costo de mantenimiento ronda los 18.000 pesos mensuales por hectárea. Pese a estas condiciones, Lorenzo aseguró que se apunta “a una mejor sostenibilidad social” y a cumplir los estándares para los productores chicos. “Los sistemas de riego también deben modernizarse, al igual que muchas concepciones de los productores”, argumentó.

Como presidente de una empresa que intentó diversificar la producción de caña de azúcar en Bella Unión tras la venta de hortalizas congeladas, Fernando Moraes afirmó que en la actualidad toda la economía de la ciudad “depende de Alur” y todas “las capacidades de nuestra empresa están ocupadas en la caña: la realidad es que 35% es insuficiente para compensar los costos que tiene la producción local. Y lo único que se ha salvado es la caña. Todos los pobladores dependen de la zafra, de la cosecha o del riego”, aseguró el presidente de Calagua.

Respecto de la tarea de los trabajadores, Moraes sostuvo que su situación “es inhumana”. “Deberíamos pensar en cómo mecanizar su tarea, el corte es un manual destructor de vidas”, relató el presidente de Calagua. Su empresa está compuesta por 151 socios con un promedio de 12 hectáreas, quienes durante la zafra de riego, que comienza en noviembre y termina en marzo, contratan a 33 habitantes de Bella Unión.

La humanidad de las entrañas cañeras

En Bella Unión, una ciudad de 18.000 habitantes, lo único irreemplazable es la caña. Entre cortadores, graperos, camioneros, colonos, regadores y productores de pequeña y mediana escala, la actividad ocupa a la mayoría de la ciudad. Todas las personas enseñan a quienes vienen de otros lugares una doble realidad: la caña es irreemplazable y el trabajo de los “peludos” es “inhumano”.

La muerte de un cortador de caña en Bella Unión el 19 de julio casi no fue noticia. No fue una sorpresa para los productores de caña, los “cañeros”, ni para la gerencia de la empresa estatal, ni para las gerencias de los sistemas de riego, ni para el presidente del sindicato de cortadores, ni para los vendedores de una feria matinal.

Sobre el fallecimiento, la hipótesis que circula es la hipotermia: los trabajadores de la caña, “los peludos”, llegan de madrugada, a la una o a las cuatro, y la norma es trabajar sin descanso hasta que salga el sol, a las ocho. Las heladas frías y los charcos suelen agarrotar los cuerpos, y parar es estar proclive a que “te dé hipotermia”, aseguró el presidente de la UTAA, William Sánchez.

Mario, de 43 años, fue a la chacra un feriado. Tanto en los días lluviosos como en los feriados los cortadores de caña pueden acceder a media paga por día. En base a un sueldo mínimo, en resumen, 500 pesos.

“Si hay una boca para alimentar, se trabaja”, comentó uno de los seis cortadores de caña entrevistados. La natalidad en Bella Unión es alta. Según las cifras del último censo, la edad poblacional se concentra entre 0 a 44 años. Sólo 1.768 llegan a los 65.

Mario estaba solo con otro compañero que, al igual que él, estaba concentrado en su destajo. Lo encontraron horas después de su fallecimiento. “También es común que los cortadores más viejos se inyecten cosas para soportar la tarea”, asegura el presidente de la UTAA.

En los días lluviosos o los posteriores, con charcos y canaletas repletas de agua, la forma de auxiliarse entre compañeros, cuando un caso de hipotermia ocurre, es prender un fuego, cubrir con una manta, y esperar que las heladas ya no tomen el cuerpo, explicó Sánchez. Por las heladas, por el viento, por el barro que se expande chicloso a lo largo de los 100 metros del cantero, por los equipamientos que se deben cargar para que no te piquen las víboras, por el transporte: quien tiene moto puede ir de madrugada y quien depende de un ómnibus tiene que ir a las 12.

Se paga por el azúcar que se procesa de la caña. Un ficto de 300 pesos por comida y algunos gastos del traslado. Según el último convenio celebrado por la gremial de cortadores de caña y Alur, un cortador de caña tiene que levantar en promedio 2.600 kilogramos por día. Se les paga por destajo: la “lucha”, le dicen. Pero, en realidad, no se les paga por destajo sino por azúcar procesada, como a los productores. En resumen, la cifra generalmente asciende a 4.000 kilogramos al día.

Este trabajo zafral insume sólo seis meses al año para los cortadores y esto los perjudica a la hora de jubilarse, sumado a que muchas veces no se les hacen los aportes correspondientes.

“Algunos apuestan por las pensiones por enfermedad”, aseguró el presidente de la UTAA, quien, pese a desear no naturalizar las circunstancias, asegura que “así de duro es el trabajo y no hay otra cosa”. “Coordino dos chacras al día y atiendo problemas que ocurran con los delegados de los sindicatos en la chacra, que van desde no querer pagar combustible hasta no querer pagar el destajo porque la caña no está bien ordenada”, describe.

Oriundo del pueblo de Belén, en Salto, Sánchez asegura que el accionar sindical, así como la estabilidad de un convenio de cinco años que agrega un mes más a la zafra de corte, de mayo a noviembre, es lo que ha llevado a que los afiliados al sindicato pasen en dos años de 120 a 700.

“Hemos sorteado televisores, les hemos brindado a las personas servicios jurídicos, también les ofreceremos planes para que se pongan los dientes”, se congratula el presidente de la UTAA.

Al oeste hay un vertedero entre algunas chacras. Del basural dependen cinco familias y, en verano, cuando no hay zafra de caña, se arriman trabajadores de Brasil y de Bella Unión. Un intermediario transporta las clasificaciones de los trabajadores hasta Artigas. El kilo de plástico se paga a diez pesos; antes, cuando no venían los intermediarios, lo pagaban el doble. Trabajaban como cortadores: “Las rodillas a los 45 años quedan deshechas, los tobillos también”.

De fondo suena la radio de Bella Unión. Cumbia, Brasil, malambo. Tienen guaridas de chapa para que no roben la basura. En algún momento la empresa de transporte les aseguró que traerán cintas; ellos propusieron garitas. “No puedo salir a buscar a los patrones ni testigos. Los que me afiliaron un solo día al Banco de Previsión Social ahora están todos muertos: Barros, muerto, Ocampo, muerto, Silva, muerto”.

“El reciclaje es a lo que apunta el futuro. Es una actividad importante, pero las condiciones tienen que estar. A veces andamos en la madrugada al mediodía no por las moscas, y escarbamos como tatús con linternas en la cabeza, es menos pesado que la caña pero es trabajo igual”, concluyó el excortador de caña.

Bella Unión y el cultivo de caña de azúcar: una historia de más de 80 años

El vínculo entre el cultivo de la caña de azúcar y Bella Unión comenzó en 1941. Según la investigación “Bella Unión: de la estancia tradicional a la agricultura moderna”, de la historiadora oriunda de la ciudad María Inés Moraes, desde sus inicios el modelo productivo de la caña traería consigo “profundas transformaciones que están en la raíz de la peculiar situación de desarrollo agrícola que la región atraviesa”.

El desarrollo del monocultivo de la caña en Bella Unión estuvo fuertemente vinculado a cooperativas agrarias. Tanto es así, que en 1965 se creó el primer ingenio colectivo con la intención de poder intercambiar con la industria, la Cooperativa Agraria Limitada Norte Uruguayo (Calnur).

Sin embargo, el afianzamiento del cultivo de caña en la zona se materializó en 1950, cuando la administración central, tras la promulgación de la Ley 11.448, declaró de “interés nacional” la producción de azúcar. En ese entonces, los productores nucleados en Calnur apostaron por crear un sistema colectivo de riego: en 1968 se fundó Calagua, con la intención de reducir los costos de un cultivo cuya necesidad de agua es un poco menor que la del arroz.

Una década después, la administración central planteó una reducción arancelaria de 35% para la industria azucarera. Tras sucesivos años de estabilidad, en 1991, cuando se conformó el Mercosur y se liberalizó el comercio en la región, la industria comenzó a sufrir restricciones: la importación de crudo resultó ser más barata que la producción de materia prima nacional. En Bella Unión se decidió reducir el área de caña de azúcar.

Entre 1990 y 2004, la ciudad experimentó una severa crisis. “La producción se mantuvo al mínimo con unas 3.000 toneladas de área cosechada. Los sectores más vulnerables se encontraban en situación de pobreza, desocupación, desnutrición, y el gobierno decidió darle un estímulo a la industria cañera”, contó a la diaria Fernando Moraes, actual presidente de Calagua y hermano de la historiadora.

Es así como en 2004, tras la concesión de un préstamo del Banco Interamericano de Desarrollo, con una contrapartida de Calnur y otra de la Oficina de Planeamiento y Presupuesto, la empresa de riego Calagua comenzó a diversificar la producción de la ciudad con la venta de hortalizas congeladas por intermedio de la empresa Green Frozen, que finalmente cerró en 2015 y los productores quedaron endeudados.

Durante el primer gobierno de Tabaré Vázquez, Ancap arrendó las instalaciones de Calnur en 2006. Dos años más tarde, Alur los adquirió definitivamente. Una de las líneas programáticas durante esa administración fue diversificar la producción cañera en dos productos: el azúcar, cuya producción es subsidiada por el Estado, y el etanol.