El Paraninfo de la Universidad de la República (Udelar) dio inicio este miércoles al coloquio “50 años del golpe de Estado: la dictadura desde la Universidad”. Bajo la consigna “La coalición golpista”, y moderados por la historiadora Vania Markarian, Jaime Yaffé, Gerardo Caetano y Magdalena Broquetas debatieron sobre los principales mojones, los protagonistas y las ideas que caracterizaron al golpe.

Tras destacar lo sucedido en los años previos a 1973, cuando comenzó a manejarse la posibilidad de un quiebre institucional, los oradores se refirieron a los actores civiles que “promovieron activamente o consintieron de manera pasiva” la disolución de las cámaras. De acuerdo al historiador y politólogo Gerardo Caetano, el Ejército alcanzó “ciertos márgenes de autonomía corporativa, con liderazgos propios, incluso con una acción que entraba y salía del contacto con los partidos”, y fuera de esa institución resaltó el papel del empresariado, que avanzó “hacia una decisión golpista” con el fin de terminar con el batllismo, su “enemigo histórico”.

También “hay que hablar de redes intelectuales, muy relevantes en el sistema educativo”, en donde se desarrolló un importante autoritarismo desde antes del golpe, y de los grupos religiosos “perdedores en la pugna ideológica dentro de las iglesias”, que “tenían vínculos directos con [Juan María] Bordaberry y otras figuras”, continuó Caetano.

Yaffé, en tanto, planteó que si bien Bordaberry “no parecía tener el proyecto dictatorial en su cabeza” al inicio de su gestión, contó con aliados: la “fracción mayoritaria del Partido Colorado” y, en menor medida, “la derecha muy minoritaria del Partido Nacional”, mencionó Yaffé.

Aunque aclaró que “falta mucha investigación al respecto”, Broquetas destacó que, además de Bordaberry, uno de los impulsores fundamentales del golpe fue el general Esteban Cristi, “representante de un sector de extrema derecha”. Por otro lado, las FFAA “tenían un proyecto que trascendía lo represivo”, y pese a que “todas querían dar el golpe en ese momento” había discrepancias.

Un freno a la izquierda

Las circunstancias fueron cambiando y no hubo “proyectos lineales”, observó Broquetas. Aun así, existió un consenso alrededor de lo que los golpistas llamaban “los aparatos ideológicos de la sedición”, conformados por los partidos políticos, los sindicatos, la enseñanza “en todos sus niveles” y la prensa. Según Broquetas, un objetivo en común, más vinculado al plano moral que al político, fue el interés en “poner un freno al crecimiento de la izquierda a nivel electoral”. Con ese fin se puso en marcha una “vigilancia antisubversiva en todos los órdenes”, motivada por la “idea clara” de “despolitizar a los trabajadores y a los sectores que se habían activado políticamente”, como los gremios estudiantiles y los grupos de intelectuales.

Si hubiera que identificar una palabra clave que describa al proceso, esa sería “remodelación”, dijo la historiadora. Ante un panorama heterogéneo, el punto en común fue la convicción de que era necesario “restaurar un orden conservador”, asociado a un determinado esquema de la familia y la sociedad. La concepción de fondo era que se habían “dado vuelta las cosas” y que debían “ponerlas en su sitio”, explicó Broquetas.

En materia económica, la coalición “buscó poner en práctica proyectos de fiscalización” y “racionalizar la burocracia en todos los ámbitos del Estado”, indicó la historiadora. Aunque los empresarios no se manifestaron explícitamente a favor del golpe, se sintieron “esperanzados” por los pronósticos que vaticinaba la “filosofía antisindical”. La promesa era que “a corto plazo” se resolverían los problemas sindicales y que luego se pondría en marcha “un cambio en la estructura de la industria”, que daría mayor lugar a las empresas privadas.

Por su parte, Yaffé opinó que no existieron “unanimidades”, sino “una gran diversidad”, en relación a la duración de la interrupción del orden constitucional y la orientación general de las políticas públicas. “Ni siquiera dentro de las FFAA había claros consensos en ninguno de los dos aspectos”, destacó. “A veces tendemos a ver las democracias como muy dinámicas y competitivas y a los regímenes autoritarios como algo monolítico y estable”, pero no es así, reflexionó el investigador. El caso del golpe en Uruguay es un ejemplo, pues su proyecto se renovó y reorientó “sobre la marcha”.

En la misma línea que Broquetas, Yaffé destacó que, pese a la ausencia de ciertas orientaciones, hubo una meta que atravesó todo: “Disciplinar a una sociedad que había llegado a un estado tal de movilización que había puesto en riesgo el orden político”. Más allá de ese propósito, no existió “un rumbo claro”, ni siquiera en lo económico, donde por momentos se observó una orientación más “intervencionista”, y por otros, “liberalizadora”.

Por último, y en una línea similar, Caetano se refirió a la importancia de diferenciar las convergencias golpistas de lo que pasó luego en el transcurso de la dictadura, pues “obviamente fue reformulándose”. En ese sentido, destacó que “el golpismo militar en sí mismo puede ser concebido como un proyecto”. Antes del 27 de junio de 1973, los militares “ya estaban en lugares fundamentales del Estado”, dedicados a la lucha antisubversiva e “impulsando un proyecto genérico y vago”, pero con fines bien definidos.